Paolo y Vittorio Taviani son directores de cine
ya octogenarios... y como Michelangelo Antonioni o Éric Rohmer siguen al
pie del cañón, realizando películas, aunque no con la intensidad de los
mencionados y ya fallecidos. El suyo es un cine artesanal, de vieja escuela se podría
decir, alejado de grandes medios, fastos e incluso los flashes del
estrellato. ¿Quién no recuerda películas suyas como Padre padrone o La noche de San Lorenzo? Pero es un cine honesto, que deja un sabor de boca, quizá
con historias menos dispuestas para todos los paladares. Con César debe morir,
los hermanos Taviani vuelven a la palestra, tomando una obra de Shakespeare como
leitmotiv, pero ambientándola en la prisión de Rebibbia, a las afueras
de Roma, y protagonizada por algunos presos del ala de maxima seguridad.
La historia de esta película es Julio César, mezclada con las experiencias de presos con un largo historial criminal. El resultado es una película con aire de documental pero que representa la vieja dicotomía entre Ficción y Realidad... en ocasiones mezcladas una y otra.
La película empieza por el final de la obra shakesperiana, el suicidio
de Bruto. La obra termina, el público aplaude, los presos regresan a sus
celdas. Hasta entonces, en estos primeros minutos de la película, lo
hemos visto todo en color. La película vuelve, ya en blanco y negro, a
los meses precedentes, a los preparativos de la obra. Fabio Cavalli, que
se interpreta a sí mismo, dirige la temporada de teatro en la prisión
de Rebibbia y para ese año ha elegido la obra de Shakespeare. Comienzan
las audiciones, los ensayos, los preparativos para el gran estreno. Los
actores son presos reales, cada cual habla con su dialecto italiano
particular, ya sea romano, siciliano o napolitano; Fabio les invita, les
anima a ello, a expresarse con su propia voz. Asistimos a los ensayos
de los actores/presos seleccionaos para, de manera muy natural,
comprobar como celdas, pasillos y patios se convierten en el escenario
de los ensayos/la representación. La cotidianeidad se mezcla con una
representación, en ocasiones libre, de la obra del Bardo. Los actores
son presos y a la inversa, no se puede distinguir en ocasiones cuando el
actor deja de ser preso o el condenado asume su rol otra vez. El
espectador no juzga: sabe que son delincuentes, pertenecientes a la
N'Dragheta, la Camorra, Cosa Nostra, presos comunes, asesinos,
narcotraficantes, pero ve en ellos a auténticos actores: sus esfuerzos
por hacer bien el papel, el modo en que la realidad de su situación
vuelve por un instante a imponerse. Nos olvidamos por segundos que son
presos condenados, pero sabemos que tienen una pena que cumplir, más
allá de que por una hora y cuarto hayamos dejado la realidad en stand
by.
La película de los hermanos Taviani es corta pero intensa. La obra de
Shakespeare se erige en escenario casi perfecto para unos presos que la
representan con convicción, con pasión, con audacia (tal y como Fabio
les pide desde el principio). Cada cual dota al personaje que se le ha
asignado (Bruto, Casio, César, Décimo, Casca) con su propia
personalidad. Cada cual se esfuerza, ya sea fregando el suelo, lavando
la ropa o paseando por el patio, de dar fuerza e intensidad a su papel.
La cámara de los hermanos Taviani, convertida en nuestros propios ojos,
sigue a los presos. Toda la cárcel esun escenario: un pasillo puede ser
el lugar donde urdir la conspiración contra César, un patio pequeño se
convierte en la curia del Senado en el momento fatal; un patio para los
discursos de Bruto y Antonio, los presos en sus celdas como pueblo
romano que aplaude ora a uno, ora al otro.
Apenas setenta y dos minutos para llenar una pantalla con una historia
mínima, con unos actores que no son los convencionales, en una cárcel
como escenario teatral. "Ahora que conozco las artes es cuando esta
celda se convierte en prisión", dirá uno de los presos/actores. El Arte y
la Vida, la Vida y el Arte. Lecciones eternas. Como el Teatro. ¡Bravo!
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