Me pregunto cómo habrá sido ver esta película
doblada al castellano. Es más, ¿es factible? Teniendo en cuenta que
apenas hay una página de diálogos no cantados en las dos horas y media
de metraje, que más que una película musical deberíamos hablar de
realmente una ópera y de que los personajes recitan, declaman y
prácticamente hablan cantando, doblar las pocas frases habladas
prácticamente es una misión imposible. Pues esta película supera las
etiquetas de "musical", aun adaptando un musical al más puro estilo
Broadway, y acaba conviertiéndose en toda una epopeya. Pero con
matices...
Tom Hooper se llevó la corona de laurel en los Oscars 2010 como mejor director y El discurso del rey fue la vencedora de una edición en la que La red social
podía ser la película del año (como bien sabemos, no necesariamente la
película galardonada con el Oscar es la mejor de ese año, aunque la
película sobre la tartamudez del rey Jorge VI de Gran Bretaña bien
merecía el premio). Hooper pretendió un doble o nada y apostó, en su
siguiente película, por adaptar el musical que lleva arrasando en las
tablas londinenses desde hace veinticinco años. Llevar Los miserables
(el musical, recordémoslo, basado en la inmortal novela de Victor Hugo)
a la pantalla grande era toda una proeza. ¿Cómo conseguir llevar a la
gran pantalla una obra en la que los personajes no paran de cantar?
¿Cómo reconstruir el mundo que sobre el escenario ya era portentoso?
¿Tirando de atrezzo a lo bestia, llenando la pantalla de miles de
extras, buscando las secuencias en las que desarrollar las canciones más
conocidas y emotivas ("I Dreamed A Dream", especialmente). Se trataba
de un proyecto que podía naufragar y decepcionar, sobre todo, a los
seguidores del musical (¿cuántos de ellos habrán leído la novela de
Victor Hugo, por cierto?).
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Por todo ello, por el recuerdo constante de la novela (en mi caso, especialmente), por disfrutar de una adaptación (a la que, para ser justos, le sobran pocos minutos, y a la que quizá haya que criticar unos discutibles subtítulos castellanos) y por el mimo y el detalle con los que Tom Hooper ha trabajado (especialmente en el uso del travelling de cámara, en el primer plano, en la selección del largo plano secuencia cuando conviene, en la adecuada apropiación del imaginario pictórico a lo Delacroix), y por la entrega total del espectador a esta ópera moderna, bien justifican acudir a una sala de cine y disfrutar de lo que se puede resumir con una sola palabra: espectáculo. Puro espectáculo.
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