12 de diciembre de 2012

Crítica de cine: Una pistola en cada mano, de Cesc Gay

Cesc Gay es quizás actualmente uno de los directores y guionistas españoles cuyas películas siempre me interesan. Lo conocí con En la ciudad (2003), me sedujo de nuevo con Ficció(n) (2006) y acabó de conquistarme con V.O.S. (2009). Me gusta porque veo en él a un escritor. Sí, tras la cámara, pero un escritor. Sus guiones cuentan historias que suceden en ámbitos urbanos (exceptuando Ficció(n)), habitualmente una Barcelona muy reconocible pero no omnipresente. Los personajes son muy reales, te identificas fácilmente con ellos, con sus vivencias, sus defectos y también sus virtudes, aunque nunca llegas a juzgarlos con inquina. Son personajes, hombres y mujeres, que están ya en una etapa vital adulta, superados los treinta y tantos, con familias, con rollos varios, con miedos y ambiciones. Con Una pistola en cada mano los vemos, éstos u otros, una década después... y en muchos sentidos son prácticamente iguales, pero ya no son lo mismo. Las esperanzas e ilusiones de los años de bonanza económica han pasado factura. La etapa vital, superados o ceranos a los cuarenta, es otra. Los sentimientos son diversos pero sobrevuela por encima de todos ellos un hálito de fragilidad. 

En esta ocasión, volviendo en cierto modo al estilo de En la ciudad, Cesc Gay (con un guión escrito a cuatro manos con Tomàs Aragay), habla de hombres. Ocho hombres en busca de sí mismos... o a la deriva inconsciente. Montada a modo de episodios, la película sigue la historia de estos ocho hombres: dos viejos amigos que se encuentran en la puerta de un ascensor (Eduard Fernández y Leonardo Sbaraglia); otro (Javier Cámara) intenta volver con su ex mujer (Clara Segura); un marido cornudo (Ricardo Darín) trata de entender, en una conversación con un conocido (Luis Tosar), por qué su mujer le ha sido infiel; un aparentemente apocado treintañero (Eduardo Noriega) trata de seducir a una mujer que lo ve venir de lejos (Candela Peña); dos mujeres (Cayetana Guillén Cuervo y Leonor Watling) se intercambian a sus respectivos maridos (Alberto San Juan y Jordi Mollà) en conversaciones paralelas. Menudo plantel actoral, cómo para no ir a ver la película. Con mucho humor, situaciones en ocasiones hilarantes y un diálogo constante que te seduce a poco que comiencen los personajes a hablar, la película entra muy bien. ¿De qué hablan los hombres entre sí cuando no hay mujeres delante? Quizá podría ser la frase publicitaria que debe inducirte a acercarte a una sala de cine. En realidad, estos hombres hablan para conocerse a sí mismos. Y las mujeres les demuestran que, muchachos, hay que madurar...

En una secuencia final que recuerda películas anteriores de Gay, los personajes se encuentran y el espectador pondrá nombres y ligará conversaciones. Los ocho hombres llegarán (o no) a conclusiones y la vida seguirá. Siempre sigue. El espectador se habrá divertido con el espléndido trabajo de todos ellos (y de ellas), destacando la conversación en el parque entre Darín y Tosar, el episodio de un Noriega en la oficina (y cuyo personaje quizá quede más descolgado que los demás), o el sentido del humor de un Eduard Fernández al que de tanto en tanto apetece ver en papeles cómicos (y lo suyo es para echarse a llorar... como Sbaraglia).

Vale la pena esta película, de verdad. Vale la pena y te congratula acudir a una sala de cine y que se llene. Hacen falta estasd películas, estos actores y sobre todo este director, un Cesc Gay que esperemos que empiece pronto a perfilar un nuevo proyecto.

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