26 de diciembre de 2012

Crítica de cine: Los miserables, de Tom Hooper

Me pregunto cómo habrá sido ver esta película doblada al castellano. Es más, ¿es factible? Teniendo en cuenta que apenas hay una página de diálogos no cantados en las dos horas y media de metraje, que más que una película musical deberíamos hablar de realmente una ópera y de que los personajes recitan, declaman y prácticamente hablan cantando, doblar las pocas frases habladas prácticamente es una misión imposible. Pues esta película supera las etiquetas de "musical", aun adaptando un musical al más puro estilo Broadway, y acaba conviertiéndose en toda una epopeya. Pero con matices... 

Tom Hooper se llevó la corona de laurel en los Oscars 2010 como mejor director y El discurso del rey fue la vencedora de una edición en la que La red social podía ser la película del año (como bien sabemos, no necesariamente la película galardonada con el Oscar es la mejor de ese año, aunque la película sobre la tartamudez del rey Jorge VI de Gran Bretaña bien merecía el premio). Hooper pretendió un doble o nada y apostó, en su siguiente película, por adaptar el musical que lleva arrasando en las tablas londinenses desde hace veinticinco años. Llevar Los miserables (el musical, recordémoslo, basado en la inmortal novela de Victor Hugo) a la pantalla grande era toda una proeza. ¿Cómo conseguir llevar a la gran pantalla una obra en la que los personajes no paran de cantar? ¿Cómo reconstruir el mundo que sobre el escenario ya era portentoso? ¿Tirando de atrezzo a lo bestia, llenando la pantalla de miles de extras, buscando las secuencias en las que desarrollar las canciones más conocidas y emotivas ("I Dreamed A Dream", especialmente). Se trataba de un proyecto que podía naufragar y decepcionar, sobre todo, a los seguidores del musical (¿cuántos de ellos habrán leído la novela de Victor Hugo, por cierto?).

El resultado es una película ambiciosa. Muy ambiciosa. Con un elenco en el que priman grandes nombres, sí, pero que también sepan entender que deben dar el do de pecho en prácticamente cada secuencia. Hugh Jackman como el ex convicto Jean Valjean y Anne Hathaway como la sufriente Fantine entendieron perfectamente su rol y se adaptaron con facilidad; ambos tienen tablas al respecto. Russell Crowe no debería sorprender tanto interpretando al irredento inspector Javert, si bien su personaje a la postre queda algo esquemático. Menos fortaleza presentan personajes como Cossette (Amanda Seyfried) o Marius (Eddie Redmayne), y su presencia, entre lo ñoño y lo cansino, sobrevuela una película que se resiente precisamente en su caso. El contrapunto cómico lo aportan Sacha Baron Cohen y Helena Bonham Carter como el despreciable matrimonio Thérnadier. Y hasta ciero punto desaprovechada queda Samantha Barks como Eponine. 

¿Cómo mantener en vilo al espectador durante dos horas y media de auténtica ópera musical? Con unas canciones simplemente espectaculares ("I Dreamed A Dream", "The Confrontation", "Red and Black", "On My Own", "One Day More", especialmente), con un duelo constante entre Valjean y Javert (entre el dilema de la culpa y el perdón, entre la justicia y el poder absoluto, entre el dolor y la redención), con las secuencias de la barricada (el funeral del general Lamarque, especialmente) y con un París callejero muy barroco, muy desbordado en todas partes, con la metáfora de la cloaca (largas páginas en la novela de Hugo) y con la salida a la luz siempre como recuerdo que evocar, como meta que alcanzar, como sueño que volver a soñar una y otra vez. Y, por supuesto, por momentazos como Anne Hathaway emocionando hasta más allá del límite con "I Dreamed A Dream", desgañitándose, desnudándonos por completo. Que sólo por interpretaciones como esta ya vale la pena acercarse a una sala de cine, queda claro. Como el Jean Valjean de la primera hora, el Javert del tramo final, la Eponine bajo la lluvia o los Thénardier en la taberna.

Por todo ello, por el recuerdo constante de la novela (en mi caso, especialmente), por disfrutar de una adaptación (a la que, para ser justos, le sobran pocos minutos, y a la que quizá haya que criticar unos discutibles subtítulos castellanos) y por el mimo y el detalle con los que Tom Hooper ha trabajado (especialmente en el uso del travelling de cámara, en el primer plano, en la selección del largo plano secuencia cuando conviene, en la adecuada apropiación del imaginario pictórico a lo Delacroix), y por la entrega total del espectador a esta ópera moderna, bien justifican acudir a una sala de cine y disfrutar de lo que se puede resumir con una sola palabra: espectáculo. Puro espectáculo.

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