La Tierra se muere. Con este planteamiento
inicial, Christopher Nolan (a quien no hace falta presentar) se pregunta
cuál es la solución. Porque el planeta que nos ha creado y cobijado se
muere y hay que buscar nuevas alternativas para la especie humana. Muy
probablemente para una minoría, pues la ciencia, a pesar de los avances
que pueda desarrollar, no podrá más que enviar a un nuevo planeta-hogar a
una mínima parte de la especie humana. La ciencia es la respuesta y el
método, la solución y la hoja de ruta a seguir. Los científicos son los
guardianes de un conocimiento secreto en un mundo del futuro no
demasiado lejano en el que las misiones espaciales del siglo XX se
consideran propaganda e incluso se deja entrever un revisionismo
"histórico" en cuanto a lo que hizo el ser humano y respecto a lo que se
debe explicar en los libros de texto. El espacio no es la última
frontera en un mundo del futuro en el que los Estados parecen haberse
dislocado, se han recortado gastos (que uno de ellos sea el militar y
armamentístico no deja de ser curioso) y se busca granjeros y
agricultores. "Hemos olvidado que somos exploradores y pioneros", dirá
Cooper (Matthew McCounaghey), el protagonista de la película, cuando
acude a la escuela de su hija Murphy. Pero los tiempos no requieren
exploradores, ni siquiera ingenieros, sino agricultores. Agricultores
que produzcan alimentos, aunque la propia naturaleza destruye lo que
germina y crece: el trigo se extingue, el maíz está en riesgo de
desaparecer; algunas cosechas se queman pues están infectadas por
plagas. Tormentas de polvo cubren las casas, las mesas, los libros. Como
en los años treinta en algunos estados norteamericanos, el Dust Bowl, columnas de polo que todo lo llena, advierten a los terrícolas de que su planeta se vuelve contra ellos. Interstellar
es la epopeya de la búsqueda de un nuevo hogar, y aunque la
ciencia-ficción sea su género, las preguntas que se plantea (y las
respuestas que encuentra... o no encuentra) son muy reales. Muy humanas,
de hecho.
16 de noviembre de 2014
14 de noviembre de 2014
13 de noviembre de 2014
12 de noviembre de 2014
11 de noviembre de 2014
10 de noviembre de 2014
7 de noviembre de 2014
Canciones para el nuevo día (1555/784): "The Social Network (In Motion)"
Trent Reznor & Atticus Ross - The Social Network (In Motion)
Disco: The Social Network - score (2010)
6 de noviembre de 2014
5 de noviembre de 2014
4 de noviembre de 2014
Reseña de Julio César. Un dictador democrático, de Luciano Canfora (y II)
2.- La interminable guerra civil. La guerra
iniciada con el cruce del Rubicón por parte de César y cinco cohortes en
enero de 49 a.C. tuvo varios finales… pues hubo varias guerras civiles.
No andaríamos muy desencaminados si concluyéramos que continuó incluso
después de la muerte de César: para las mentalidades de la época quedó
claro que Filipos (octubre de 42 a.C.) fue la tumba de la República,
pero aún hubo enemigos de César –que su hijo adoptivo, «otro» César,
heredó y que duraría, en cierto modo hasta Nauloco (36 a.C.) con la
derrota naval de Sexto Pompeyo o incluso Actium (septiembre 31 a.C.) y
la toma de Alejandría (al año siguiente), cuando los últimos
anticesarianos que quedaban, y que se habían unido a Antonio,
fallecieron de muerte natural (Gneo Domicio Ahenobarbo, que heredó la
inimicitia de su padre, muerto en Farsalia) o la ejecución de Casio de
Parma, último de los asesinos de César que quedaban con vida. Canfora
dedica un capítulo a la «larga guerra civil» (el XXVI), y que trata las
campañas de Tapsos (46 a.C.) y Munda (45 a.C.), muy diferentes en su
concepción y en la del propio enemigo. Pero de hecho la guerra civil
iniciada en el 49 a.C., y que culmina en Farsalia (agosto de 48 a.C.),
es una campaña que difiere de las posteriores: «una cosa es la guerra
“pompeyana”, que acaba con la muerte de Pompeyo, y es reemprendida casi
tres años más tarde, por sus hijos. Otra es la guerra “republicana” de
Catón. La diferencia entre las dos perspectivas –si bien ofuscada por el
hecho de que el adversario que haya que vencer sigue siendo de todos
modos César– se advierte mejor si se considera que, sucesivamente, entre
Sexto Pompeyo y los “liberadores” (como los cesaricidas se hacían
llamar) no se constituyó ningún frente. Y del 43 en adelante los
cesarianos libraron dos guerras por separado. Es más, en cierto modo, la
de Sexto Pompeyo será una guerra de Octaviano: una continuación de la
guerra “pompeyana” en la que se habían enfrentado los respectivos
“padres”» (p. 218).
3 de noviembre de 2014
1 de noviembre de 2014
Reseña de Julio César. Un dictador democrático, de Luciano Canfora (I)
Nota: Visto lo que me estoy "enrollando" con esta reseña (que me temo no es tal), la dividiré en dos partes, para hacerla más legible. Luego las uniré en un solo documento en PDF.
Sobre Gayo Julio César (c.100-44 a.C.) suelen
hacerse análisis que en ocasiones tienden a la hipérbole. Líder
político, caudillo militar, creador de su propia propaganda, mito y
leyenda antes y después de los Idus de Marzo. Alfred North Whitehead
dijo una vez que la filosofía occidental no deja de ser una serie de
notas a pie de página del pensamiento platónico; ¿podríamos pensar en
que el cesarismo fue la hoja de ruta de militares y políticos en los
últimos veinte siglos? Etiquetas reduccionistas al margen, lo cierto es
que la memoria y el exemplum de César ha estado presente, de un modo u
otro, en el pensamiento y la praxis política de la historia universal
desde hace mucho tiempo. Pero, ¿qué César tenemos en mente? ¿El
ambicioso y escurridizo político popularis que tiene su propia agenda?
¿El insaciable conquistador de las Galias o el hombre que lucha por
defender su dignitas y en defensa de los tribunos de la plebe, y que al
cruzar el Rubicón se pone al margen de la ley o la defiende de esa
factio paucorum que ha tratado de subvertirla a su antojo? ¿El hombre
que aspiraba a la tiranía (adfectatio regni) o el salvador y purificador
de la República? ¿El autor de unos Commentarii que eran mucho más que
una serie de despachos oficiales enviados al Senado y/o una «versión»
de la (interminable) guerra civil de los años 49-45 a.C., o el furioso
inspirador de un panfleto en contra de Catón (Anticato), su más
irreductible enemigo y símbolo de una manera de entender la República a
la antigua usanza? ¿El pérfido procónsul que causó un genocidio en las
Galias o el talentoso comandante militar que en la gran rebelión gala
del año 52 a.C. realizó las más impresionantes obras de poliorcética
hasta entonces conocidas por los romanos? Probablemente en César haya
muchos Césares (y algún Mario, parafraseando a Sila), y bastantes de
ellos (por no decir todos) sean los anteriormente prefigurados. Bertolt
Brecht, mientras preparaba su inacabada novela Los negocios del señor
Julio César, anotó: «Escribiendo el libro de César debo estar atento a
no creer ni siquiera por un instante que las cosas tuvieron que suceder
por fuerza como han sucedido» (Arbeitsjournal, 23 de julio de 1938;
publicados en Frankfurt del Meno en 1973). Que Luciano Canfora comience
su (no estrictamente) biografía Julio César. Un dictador democrático
(Ariel, 2014 [1999]) con esta cita no es fruto de la casualidad, sino una primera
conclusión: hay mucho que decir y mucho que entresacar de fuentes,
historiografía y mitos sobre Gayo Julio César.
31 de octubre de 2014
30 de octubre de 2014
29 de octubre de 2014
28 de octubre de 2014
Canciones para el nuevo día (1547/776): "New Orleans After The City"
The Hot 8 Brass Band - New Orleans After The City
Disco: Treme, Season 2: Music From the HBO Original Series (2012)
27 de octubre de 2014
Crítica de cine: Dos días, una noche, de Jean-Pierre y Luc Dardenne
La crisis económica del último lustro ha sido
analizada desde diversos prismas, empezando por la disección de sus
orígenes en 2008 en Margin Call.
Pero más allá de Lehman Brothers, las hipotecas subprime, los bonos
basura, el crash inmobiliario, el rescate bancario y las medidas
gubernamentales de diverso resultado, la crisis es mucho más que un estado de ánimo
que afecta a los individuos. Las consecuencias en el día a día y a ras
de suelo se plantearon desde el principio: quiebra, suspensión de pagos y
cierre de muchas empresas y, consecuentemente, trabajadores que se
quedan sin trabajo. Probablemente ahora nos parezcan pueriles las
discusiones acerca de una etiqueta como "mileurista" que, antes de la
crisis (a.C.), servían para definir un modelo laboral precario... y que
hoy en día sería la solución a corto y medio plaza de muchas familias.
Tener trabajo, sea estable (menos) o precario (lo habitual) se ha
convertido casi en un lujo en estos tiempos que corren, en una
bendición... y en la salvación de quien lo tiene. Modelos industriales
a.C. se han quedado como paquidermos en peligro de extinción y pronto la
propia palabra "fijo" será desterrado de vocabularios sobre el entorno y
las condiciones del trabajo. Todo ha cambiado y en muchos aspectos
estamos en un período de transición que no sabemos adónde nos conduce y
con qué consecuencias. Quizá lo peor de todo ello, además de la
situación de provisionalidad laboral, sea la incertidumbre sobre el
futuro que nos espera: ¿podemos hacer planes a medio y largo plazo?
¿Cómo conciliar el trabajo con la posibilidad de fundar una familia?
¿Qué panorama nos espera cuando lleguemos a la edad de jubilación (sea cuando sea, cada vez más tarde) y en qué condiciones viviremos?
Vemos el modelo que ha tenido la generación de nuestros padres, la
generación de los años cuarenta, cincuenta y sesenta, y percibimos que
pronto será una entelequia que jamás podremos alcanzar o disfrutar.
Pero, sin irnos tan lejos, ¿qué sería de nosotros si de un día para otro
nos quedamos sin trabajo y nos encontramos con una situación (más o
menos) imprevista: sin un sueldo del que depender, con una familia a
cargo y con escasas esperanzas de encontrar un nuevo empleo? En cierto
modo este es el punto de partida de Dos días, una noche de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne, dándole una vuelta de tuerca: una odisea particular para no perder el empleo.
24 de octubre de 2014
Efemérides historizadas (VIII): 24 de octubre de 1929 - crash de la Bolsa de Nueva York
Un 24 de octubre de 1929 se produjo el desplome
de la Bolsa de Nueva York, que perdió un 9% de su índice de valores
industriales. No fue la peor de las pérdidas que sufriría Wall Street en
los años siguientes, pero fue un mazazo de tal magnitud que ese día
pasó a llamarse el Jueves Negro (Black Thursday) y se consideró el crash de Wall Street, así como el inicio de la Gran Depresión
que arrasaría la economía de los Estados Unidos, y de gran parte del
mundo capitalista, durante la década siguiente. La crisis económica,
agudizada por la falta de medidas de control del negocio bursátil
especulativo, llevó a un replanteamiento de los mecanismos de vigilancia
en la Bolsa y a un paquete de medidas económicas de enorme calado, el
llamado New Deal, por parte del presidente estadounidense Franklin
Delano Roosevelt desde marzo de 1933. El New Deal, sin embargo, no acabó con la Gran
Depresión: en realidad lo hizo la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y
la dedicación de la economía estadounidense al esfuerzo bélico en un
conflicto en el que finalmente entraría como beligerante en diciembre de
1941.
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