Hablar de John H. Elliott (n. 1930) es hacerlo
sobre una de las grandes figuras de la historiografía modernista,
hispanista en concreto, de todo el siglo XX. Ayer tarde-noche, jueves 27
de noviembre de 2014, la Fundación RBA organizó un coloquio, más bien
una charla, entre Elliott y José Enrique Ruiz-Domènec, catedrático de
historia medieval de la Universitat Autònoma de Barcelona, alrededor del
tema «la historia y el oficio de historiador». Pocos historiadores
actuales, con una larga trayectoria, quizá puedan tratar este tema con
el grado de maestría y experiencia de Elliott. A sus 84 años de edad
mantiene una lucidez y una visión de la vida que provoca, sobre todo,
una sanísima envidia. Para quienes nos hemos curtido en los estudios
históricos, hemos pasado por una aula universitaria y tratado temas como
la Monarquía Hispánica de los siglos XVI y XVII y su dinámica
«imperial», la revuelta catalana de 1640 (y sus prolegómenos), el
valimiento/ministerio del conde-duque de Olivares o las conexiones entre
política y arte en la corte de los Austrias, escuchar a Elliott en
directo es volver a repasar mentalmente su bibliografía, su método
histórico y su manera de entender el estudio de la Historia. Ayer, pues,
más allá del formato de la charla y de algunas frases de Elliott,
servidor recordaba su obra.
28 de noviembre de 2014
27 de noviembre de 2014
26 de noviembre de 2014
25 de noviembre de 2014
24 de noviembre de 2014
21 de noviembre de 2014
Reseña de Los filósofos de Hitler, de Yvonne Sherratt
¿Hubo filósofos al servicio del Reich nazi? Podríamos plantearnos en primer lugar si
la filosofía pudo dar argumentos al régimen que condujo al Holocausto e incluso podríamos llegar a la
conclusión que la propia pregunta es tendenciosa. Pero también podríamos
pensar que el antisemitismo que condujo a Auschwitz fue el caldo de
cultivo necesario para que se llegara a la puesta en práctica de la
aniquilación física de la población judía europea. Otra cuestión sería
preguntarnos por la filosofía en concreto. Pues, ¿influyó la filosofía
de Kant, Schopenhauer o Nietzsche en el Holocausto? La respuesta es
categórica: no. ¿Pero se surtieron los nazis de la obra de estos y otros
pensadores para dotar su programa teórico y práctico de contenido
ideológico y de un sustrato filosófico? Ahí podemos decir que sí. El
antisemitismo estaba presente en el contexto histórico de los pensadores
ilustrados y del Novecientos, e incluso hombres como Kant tenían una
mirada sesgada sobre los judíos. De ahí a afirmar que Kant tenía un
pensamiento antisemita hay un trecho, pero todo hombre es hijo de la
época que vivió, del mismo modo que Platón y Aristóteles pertenecieron a
unos tiempos en los que la esclavitud no era discutida ni rechazada (y
no es esta una analogía muy lograda, lo sé). Cierto es que la ciencia
ayudó a los nazis con experimentos eugenésicos y médicos, sirvió para
construir artilugios militares con objetivos catastróficos (aunque a la
postre las «bombas mágicas» V1 y V2 no sirvieran de nada), y se
realizaron experimentos con víctimas que serían eliminadas mediante
programas de eutanasia. La jurisprudencia se puso al servicio del
entramado nazi desde antes de las Leyes de Núremberg (1935) y hubo
juristas que edificaron «legalmente» el estado totalitario de Hitler.
Pero, ¿la filosofía pudo ponerse al servicio de un Estado que pervertía
el conocimiento y destruía las propias raíces del pensamiento racional?
Para responder a estas preguntas, Yvonne Sherratt, en Los filósofos de
Hitler (Cátedra, 2014), se acerca a una serie de personalidades y trata
de sintetizar argumentos e ideas que han sido tratados en libros
independientes.
20 de noviembre de 2014
Reseña de Cultura popular en la Edad Moderna, de Peter Burke
¿Qué es la cultura? No respondan, no soy como el
profesor Nolan de El Club de los Poetas Muertos (1989) que, echando mano del
estudio previo del doctor J. Evans Pritchard se preguntaba qué es la
poesía. ¿Podemos hablar de una cultura popular? Peter Burke comienza su
ensayo planteándose qué entendemos por «cultura» y cuál es la noción
de «popular». «Se ha dicho a menudo que el término “cultura popular” da
una falsa impresión de homogeneidad y que sería mejor usarlo en plural y
hablar de “culturas populares” o sustituirlo por expresiones como “la
cultura de las clases populares”» (p. 26). En este punto remite a Carlo
Ginzburg, cuyo libro El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero
del siglo XVI (1976) nos acerca la idea de dos tipos de cultura: una
hegemónica y otra subalterna. La primera sería la de la elite social
–nobles, burgueses ricos, jerarquía eclesiástica, «intelectuales», y con
el poder que supone la escritura y, en consecuencia, la lectura, y con
el monopolio de la imprenta como mecanismo para expandir un conocimiento
apto para esa elite. La cultura subalterna, en cambio, sería la de las
clases populares: los campesinos, los molineros como el que protagoniza
su libro, los estratos artesanales urbanos y rurales, el clero bajo (los
párrocos y capellanes), que transmitirían oralmente un tipo de cultura
basada en la tradición, notable por su diversidad y heterogeneidad, y
que, dependiendo de su ámbito de actuación, a su vez podía dar lugar a
una cultura popular urbana y una cultura popular rural. Peter Burke, en
Cultura popular en la Edad Moderna, cuya tercera edición actualizada
(2009; la primera es de 1978, la segunda de 1994) publica ahora Alianza Editorial, trata de ir más allá de
etiquetas y compartimentos estancos.
19 de noviembre de 2014
18 de noviembre de 2014
17 de noviembre de 2014
16 de noviembre de 2014
Crítica de cine: Interstellar, de Christopher Nolan
La Tierra se muere. Con este planteamiento
inicial, Christopher Nolan (a quien no hace falta presentar) se pregunta
cuál es la solución. Porque el planeta que nos ha creado y cobijado se
muere y hay que buscar nuevas alternativas para la especie humana. Muy
probablemente para una minoría, pues la ciencia, a pesar de los avances
que pueda desarrollar, no podrá más que enviar a un nuevo planeta-hogar a
una mínima parte de la especie humana. La ciencia es la respuesta y el
método, la solución y la hoja de ruta a seguir. Los científicos son los
guardianes de un conocimiento secreto en un mundo del futuro no
demasiado lejano en el que las misiones espaciales del siglo XX se
consideran propaganda e incluso se deja entrever un revisionismo
"histórico" en cuanto a lo que hizo el ser humano y respecto a lo que se
debe explicar en los libros de texto. El espacio no es la última
frontera en un mundo del futuro en el que los Estados parecen haberse
dislocado, se han recortado gastos (que uno de ellos sea el militar y
armamentístico no deja de ser curioso) y se busca granjeros y
agricultores. "Hemos olvidado que somos exploradores y pioneros", dirá
Cooper (Matthew McCounaghey), el protagonista de la película, cuando
acude a la escuela de su hija Murphy. Pero los tiempos no requieren
exploradores, ni siquiera ingenieros, sino agricultores. Agricultores
que produzcan alimentos, aunque la propia naturaleza destruye lo que
germina y crece: el trigo se extingue, el maíz está en riesgo de
desaparecer; algunas cosechas se queman pues están infectadas por
plagas. Tormentas de polvo cubren las casas, las mesas, los libros. Como
en los años treinta en algunos estados norteamericanos, el Dust Bowl, columnas de polo que todo lo llena, advierten a los terrícolas de que su planeta se vuelve contra ellos. Interstellar
es la epopeya de la búsqueda de un nuevo hogar, y aunque la
ciencia-ficción sea su género, las preguntas que se plantea (y las
respuestas que encuentra... o no encuentra) son muy reales. Muy humanas,
de hecho.
14 de noviembre de 2014
13 de noviembre de 2014
12 de noviembre de 2014
11 de noviembre de 2014
10 de noviembre de 2014
7 de noviembre de 2014
Canciones para el nuevo día (1555/784): "The Social Network (In Motion)"
Trent Reznor & Atticus Ross - The Social Network (In Motion)
Disco: The Social Network - score (2010)
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