Nota: la reseña se realiza a partir de la lectura del original en inglés, Roller-Coaster. Europe, 1950–2017, leído en mayo de 2018; por ello, las citas (traducidas al castellano por el autor de la reseña) y su paginación proceden de la edición original.
Una anécdota puede servir para ilustrar un estado de las cosas, del ánimo, en un momento determinado, y cómo las cosas han cambiado. En una nota a pie de página en el capítulo 9 (“Power of the People”, pp. 360-361 [«El poder popular» en la traducción castellana, pp. 383-425]), Ian Kershaw explica que estuvo en Berlín cuando «cayó» el Muro en la noche del 9 al 10 de noviembre de 1989, pero que se «perdió» el acontecimiento. Durante el curso académico 1989-1990 estuvo, acompañado de sus hijos David y Stephen –que sí vivieron in situ el momento en el que miles de ciudadanos de la RDA (República Democrática Alemana) cruzaron el Muro, es decir, la frontera, y visitaron la parte occidental de la ciudad– como profesor invitado en el Instituto de Estudios Avanzados de Berlín (Wissenschaftskolleg zu Berlin), y esa tarde-noche tuvo una reunión con un estudiante estadounidense para hablar sobre su tesis doctoral en un pub del Berlín Occidental, apenas a una milla de la Puerta de Brandeburgo y de aquellos sucesos históricos a ambos lados del Muro. Al regresar al piso en el que residía, su hijo Stephen le contó que el Muro había «caído» y que su esposa había llamado desde Reino Unido para decir que lo estaba viendo todo por las noticias de las nueve de la noche en la BBC. [1] A la mañana siguiente, «pasó» al Berlín Oriental junto con un amigo alemán y ambos vieron que los controles fronterizos en la Friedrichstrasse aún funcionaban y que, aparentemente, todo parecía ir como siempre. Cuenta también Kershaw una anécdota que refleja el clima de optimismo de esos días. Regresó en metro a Berlín Occidental y al salir a la calle en el zoo Bahnhof, un berlinés corrió hacia él y le estrechó en un abrazo de oso, diciéndole, emocionado: «tenga una cálida bienvenida al Oeste, ¿de dónde es usted?», a lo que el historiador británico respondió: «de Manchester, Inglaterra», momento en el que el ciudadano berlinés le soltó, como si tuviera la peste bubónica, y se fue corriendo a abrazar al siguiente «recién llegado».