8 de abril de 2019

Crítica de Asher, de Michael Caton-Jones

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

Ron Perlman ya tiene 68 años y es un dato que, de una manera u otra, sobrevuela este filme que el veterano también produce y con el que, curiosamente, no estamos de acuerdo con la frasecita de marras en el cartel (no, no todo mejora con la edad). Que sea ya alguien que roza los setenta afecta a la credibilidad que le quedamos dar al personaje (o este nos ofrezca) –especialmente cuando se relaciona con personajes femeninos más jóvenes que él… alguna que otra mucho más joven que él– y a él mismo como actor (como cuando en los años noventa se emparejaba a Sean Connery con actrices que podrían ser sus hijas, rechinaba que no veas, al margen de sexismo inherente). En el caso del personaje, por ceñirnos a esta película, Asher (no, el título no es nada original), se nos da una de cal y otra de arena: por un lado (en lo positivo, ¿la cal o la arena?), ayuda a perfilar al protagonista, un antiguo agente del Mossad reconvertido en sicario y al que los achaques de la edad le comienzan a pasar factura (si te dedicas a matar a gente por pasta y el mero hecho de subir unas escaleras te deja sin aliento y al borde del soponcio, quizá sea hora de que te plantees la idea de jubilarte); por el otro (lo negativo, no sé si la arena o la cal de la condenada frase hecha), es que no puedes seguir actuando (como sicario) de la misma manera que colegas más jóvenes que tú y que estos acaben quedando aún peor, lo cual ya dice poco del tipo de asesinos a sueldo que uno acaba contratando y de esa suspensión de la incredulidad que la trama debería generar en ti. Por tanto, si ya no estás para muchos trotes, lo estás para todo y no de manera selectiva según un sesgado criterio del guionista de turno (en este caso, Jay Zaretsky), porque si no dejas en el espectador una sensación de “no me lo trago” (la suspensión esa de la incredulidad).

Canciones para el nuevo día (2706/1925): "Ordinary World"

Duran Duran - Ordinary World 

Disco: Duran Duran (1993)


6 de abril de 2019

Crítica de cine: Un pueblo y su rey, de Pierre Schoelle

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

En su novela 14 de julio (Tusquets, 2019, publicada originalmente en francés en 2016), Éric Vuillard realiza un trabajo a medio camino entre la historia social y la novela histórica, con trabajo de archivo de por medio, para recrear ese día de 1789 en el que la multitud de París «asaltó» la Bastilla, fortaleza y prisión, símbolo de la opresión del Antiguo Régimen y de una monarquía absoluta que, miseria popular y ecos ilustrados mediante, estaba siendo cuestionada desde décadas atrás. La apertura de los Estados Generales en Versalles ese mes de mayo, convocados por el rey Luis XVI, que intentaba maquillar los efectos de la bancarrota del país y de la (latente) revuelta de los sectores más privilegiados de la sociedad francesa que rechazaban de plano que la factura tuviera que ser pagada con lo que hubiera en sus bolsillos, no pareció, sin embargo, augurar los sucesos que acabarían, casi cuatro años después, con la ejecución del rey en la entonces Plaza de la Revolución (hoy Plaza de la Concordia) de París.

24 de marzo de 2019

Crítica de cine: Degas, pasión por la perfección, de David Bickerstaff

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.


Nota: este documental llega a las salas de cine como evento cinematográfico. Exhibidores como Yelmo, Grup Balañà y los Cines Verdi en Barcelona, lo emitirán los días 25 y/o 26 de marzo, vinculado a una programación cultural especial; consúltese también en FilmAffinity para saber en qué otros cines se emitirá.


Edgar Degas (1834-1917) –nacido en una familia acomodada simplificó el apellido De Gas para no dar una imagen de petimetre de clase bien– es conocido como “el pintor de las bailarinas” por su afición a retratar a las jovencitas (muy jóvenes, de hecho) que ensayaban entre bambalinas en la Ópera de París, teatro al que asistía con asiduidad. Pero su obra va más allá de los dibujos y cuadros que pintó sobre este tema recurrente. No le gustaba el plenairismo (o pintura al aire libre, de la que realizó escasas obras), a diferencia de otros artistas del impresionismo del que fue uno de los fundadores; en particular, despreciaba esta etiqueta y solía hacerlo con los ismos muy ismos. Se consideraba más bien un pintor “realista”, en la senda de Jean Dominique Ingres, al que admiraba por encima de todos, y de Eugène Delacroix, y no valoraba en demasía la obra de contemporáneos como Claude Monet o Édouard Manet, cuya amistad inicial en la década de 1860 acabó en furibundas desavenencias en los años siguientes.