22 de marzo de 2019
21 de marzo de 2019
Crítica de cine: Mirai, mi hermana pequeña, de Mamoru Hosoda
Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.
No soy padre, hay muchas cosas sobre la relación entre una madre, o un padre, y sus hijos, que no entiendo (seguramente nunca entenderé). Mi hermana, que tuvo a su hijo hace unos pocos años, me dijo una vez lo mucho que, desde que era madre, entendía a mi madre (ambas tuvieron sus más y sus menos durante su adolescencia): cómo, desde su maternidad, logró sentirse más cerca de su (nuestra) madre. A menudo recordamos que de pequeños nuestros padres nos regañaban, a veces incluso mucho; luego sorprende lo fácil que se puede “olvidar” que ahora regañamos a los hijos. Esa es una de las lecciones que la madre de Kun “aprenderá” en Mirai, mi hermana pequeña, película de Mamoru Hosoda que estuvo entre los filmes de animación nominados en los últimos Oscars (no ganó, el premio fue para Spider-Man: un nuevo universo, que ya comentamos por estos lares): le dice a su madre que recuerda cómo le gritaba cuando era pequeña y ahora es ella la que le grita a Kun, un niño de cuatro años mimado y que empieza a conocer que, con la llegada de la pequeña Mirai al hogar, ya no es el rey de la casa (como dejó de serlo Yukko, el perro de la familia cuando el recién llegado fue el propio Kun); es un rey destronado y como tal empieza a sentirse y a rebelarse.
20 de marzo de 2019
19 de marzo de 2019
18 de marzo de 2019
15 de marzo de 2019
14 de marzo de 2019
13 de marzo de 2019
12 de marzo de 2019
11 de marzo de 2019
8 de marzo de 2019
7 de marzo de 2019
6 de marzo de 2019
5 de marzo de 2019
4 de marzo de 2019
2 de marzo de 2019
Crítica de cine: Van Gogh, a las puertas de la eternidad, de Julian Schnabel
Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.
Al final de Van Gogh, a las puertas de la eternidad, sobre un fondo amarillo (el color favorito de Vincent), escuchamos unos extractos de un texto de Paul Gauguin, con quien compartió amistad y una temporada de trabajo pictórico en Arlés, en la Provenza; un texto publicado en Essais d’Art Libre en enero de 1894 y que «certificó» para la posteridad el mantra de que Vincent van Gogh (1853-1890) estaba loco (un texto que se cierra con la afirmación: «Décidément, cet homme était Fou».). Cierto es que el pintor neerlandés pasó por diversas etapas de depresión y con episodios luctuosos, caso de aquel en el que, tras una discusión con Gauguin, Vincent se cortó una oreja y se la entregó a Gaby, una joven que se decía que era prostituta (en realidad trabajaba como limpiadora en el Café de la Gare de Arlés), para que se la hiciera llegar a Gauguin. En ese texto (“Natures Mortes”), Gauguin afirma que, en un momento determinado, Vincent escribió en una pared: «Je suis Saint Esprit – Je suis sain d’esprit», un juego de palabras que se podría traducir como «yo soy el Espíritu Santo, yo estoy cuerdo [estoy sano de espíritu, literalmente]». Pero atendamos a lo que parece decir Gaugin: «Oh, sí, él amaba el amarillo, el buen Vincent, ese pintor holandés. Esos destellos de luz del sol reavivaban su alma, que aborrecía la niebla y necesitaba la calidez. Cuando los dos estábamos en Arlés, ambos enloquecimos en una guerra continua por la belleza del color. Yo amaba el rojo, ¿dónde podía encontrar un bermellón perfecto? Él escribió con su pincel más amarillo en la pared, que de pronto se tornó violeta: “Je suis Saint Esprit, je suis sain d’esprit”» (la cursiva es nuestra). Una pasión por los colores y una «locura» que se intuye más figurada que real.
1 de marzo de 2019
28 de febrero de 2019
27 de febrero de 2019
Crítica de cine: Destroyer. Una mujer herida, de Karyn Susama
Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.
Suele decirse que cuando un actor o una actriz realizan un cambio físico importante es que buscan un Oscar. En 2003 Charlize Theron se llevó el Oscar a mejor actriz por su papel de la asesina en serie y ex prostituta Aileen Wuornos en la película Monster (Patty Jenkins); un papel para el que la actriz sudafricana cambió radicalmente su aspecto físico para parecerse al personaje: engordó quince kilos, se puso prótesis e incluso utilizó una dentadura falsa. El resultado fue hacerla casi irreconocible. Se “afeó”, se dijo de manera muy injusta, para ganar un Oscar, obviando los muchos matices del personaje, y lo logró. Un año antes, Nicole Kidman también cambió su aspecto para meterse en la piel de Virginia Woolf para el filme Las horas (Stephen Daldry); ganó el Oscar. Pero ese cambio físico (se oscureció el pelo y utilizó una prótesis en la nariz) no fue tan radical como el que tres lustros después ha realizado para interpretar a Erin Bell, la protagonista de Destroyer. Una mujer herida (Karyn Susama), la policía en horas bajas para quien parece ser cierto el adagio que Paul Thomas Anderson escribió en Magnolia y que dice que puede que hayamos acabado con el pasado, pero él no ha acabado con nosotros.
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