Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.
Como el Gordo de Navidad y los anuncios de
turrones que vuelven a casa por dichas fiestas –o de perfumes, que van
de lo variopinto, lo críptico y lo absolutamente banal (en esto Paco
Rabanne se suele llevar la palma)–, Woody Allen (n.1935) llega a su cita
anual con el respetable cinéfilo. Superada la cincuentena de películas
dirigidas por el director neoyorquino, Wonder Wheel (La noria de Coney
Island) es la segunda cinta que Allen ha realizado bajo el paraguas de
Amazon Studios, que también le encargaron hace un año y pico una
miniserie, Crisis in Six Scenes, que pasó sin pena ni gloria y que ni el
propio Allen apostó demasiado por ella. Como es habitual, Allen sitúa
la trama en su escenario favorito, Nueva York, esta vez en la zona
residencial al sur de Brooklyn en la que se ubica un enorme parque de
atracciones; y traslada la acción a los años cincuenta del pasado siglo
XX, con los recuerdos de la Segunda Guerra Mundial recientes para
algunos personajes y en un ambiente de recuperación de la moral del
país. Un país que lo que quiere es entretenerse, divertirse, disfrutar
de la playa, una buena cerveza y una noria.