Se generó mucho (demasiado) ruido en las
redes sociales a cuenta de esta película bastante tiempo antes de su
estreno. Un bochornoso y machista ruido, de hecho, a cuenta de una
remake (o reboot, llega un momento en que ya no veo la diferencia entre
una cosa y otra en el panorama cinematográfico actual) de la película de
1984, uno de esos productos que provocan la nostalgia de muchos y las
iras de algunos que consideran prácticamente una herejía realizar una
nueva versión (y luego están, decíamos, los que se quejan de que en vez
de cuatro hombres haya cuatro mujeres protagonistas… lamentable). La
película de Ivan Reitman de los años ochenta caló en una
generación que no le hizo demasiados ascos a una secuela en 1989 que no
era lo mismo… pero que en el fondo seguía la misma estela. El rollo nostálgico sobre los años ochenta (que ya resulta cansino)
nutre en gran parte las intenciones de esta nueva versión de 2016,
corriendo el doble riesgo habitual de cuando haces algo echando la
mirada atrás: no se logra que lo “nuevo” desbanque a lo “viejo” (siempre
será algo imposible) y puede que revisitando lo “viejo” llegues a la
conclusión de “cielos, pues qué bodrio era aquello”. Cazafantasmas (Paul Feig)
acaba siendo una película más “lista” de lo que parecía, al echar mano
de esa nostalgia (con unos suculentos cameos, además), situarnos en los
tiempos actuales, tanto en trama como en intérpretes (ellas) y no
renunciar a lo que es: justamente lo que esperamos de ella, una comedia
de verano con elementos de acción, sin más complicaciones. Y aunque las
comparaciones siempre serán odiosas, la cinta salva el envite con
dignidad.