Este es un libro concebido para un lector
anglosajón (algo «perezoso»), pero que lectores hispanos también pueden
disfrutar; un libro sobre la España de los siglos XVI y XVII
–estrictamente, entre 1519 y 1665, que el autor alarga en el epílogo de
su obra hasta 1682, fecha de la muerte del pintor Bartolomé Esteban
Murillo –, el período que suele conocerse como el Siglo de Oro de las
artes y la literatura española. Un siglo y medio de expansión y dominio
(y a la postre de fracaso) de la Monarquía Hispánica en el mundo
(occidental) y también de esplendor en las artes y las letras: de
Garcilaso de la Vega a Cervantes y Góngora, del Greco a Velázquez,
Zurbarán y Murillo; de la gloria en Carlos V a la «burocratización» de
Felipe II como rey burócrata en el Quinientos, y de un valido corrupto,
el duque de Lerma, a otro, obsesivo en el control del acceso a la figura
real, el conde-duque de Olivares, como manos derecha de sus respectivos
monarcas en el Seiscientos. Un libro que aúna política, instituciones y
asuntos económicos, así como los aspectos militares, con otros muchos
relacionados con la poesía, el teatro, la novela, la pintura, la
escultura y la construcción arquitectónica (del Escorial con Felipe II
al palacio del Buen Retiro con su nieto Felipe IV).
18 de abril de 2016
17 de abril de 2016
Crítica de cine: Victor Frankenstein, de Paul MacGuigan
Crítica publicada previamente en Fantasymundo.
«Ya conocen la historia. El chasquido de un relámpago. Un genio loco. Una sacrílega creación. El mundo, desde luego, recuerda al monstruo, no al hombre. Pero a veces, cuando se mira más detenidamente, hay algo más que un relato. A veces, el monstruo es el hombre».
La historia de Victor Frankenstein y la creación de un hombre a
partir de despojos de cadáveres es quizá una de las más conocidas de la
literatura de terror. Mary Shelley escribió una novela sobre los
peligros de una ciencia desbocada sin moral ni ética, sobre un
científico que se equipara a Dios en cuanto a dar la vida, o en la
visión de Shelley al titán Prometeo, que robó el fuego sagrado para
entregarlo a los hombres. El cine pronto se hizo eco de la novela
gótica, destacando (entre el casi centenar de adaptaciones realizadas)
las versiones de James Whale en los años treinta del pasado siglo XX
–Frankenstein y La novia de Frankenstein–, con Boris Karloff como la
criatura (y Elsa Lanchester como su futura novia); de Terence Fisher y
la Hammer en La maldición de Frankenstein (1957), protagonizada por
Peter Cushing (el científico) y Christopher Lee (la criatura); de Mel
Brooks desde la parodia en El jovencito de Frankenstein (1974), con Gene
Wilder como el doctor Frankenstein («se pronuncia Fronkonsteen»), Peter
Boyle como la criatura, Cloris Lechman como Frau Blücher (y los
caballos relinchan) y, cómo no, Marty Feldman como el asistente de
Frankenstein, el jorobado Igor («no, se pronuncia Aigor»); o de Kenneth
Branagh, desde la fidelidad al relato original, en Frankenstein de Mary
Shelley (1994). Llega ahora a nuestras pantallas otraadaptación más,
Victor Frankenstein (Paul MacGuigan, 2015), que sitúa la trama en plena
era victoriana y focaliza el punto de vista no tanto en el genio loco o
en la criatura, sino en el ayudante que alcanza su redención: Igor.
15 de abril de 2016
14 de abril de 2016
13 de abril de 2016
12 de abril de 2016
11 de abril de 2016
10 de abril de 2016
Crítica de cine: Julieta, de Pedro Almodóvar
El cine de Pedro Almodóvar siempre me interesa.
Podrán ser mejores o peores, pero sé que cuando se estrena uno de sus
filmes alli estaré yo, en la sala de cine, dispuesto a beberme lo que me
ofrezca. Y unas veces será algo fresco y espumoso, otras con más cuerpo
y sabor intenso, que bebes en sorbos que paladeas con tranquilidad,
percibiendo efluvios y notas muy diversas. Es raro que una película de
Almodóvar deje indiferente, para bien o para mal. Dejando a un lado la
pátina del creador a veces atormentado (y pagado de sí mismo) que suele
gastarse, su manera de hacer cine ha mejorado con los años (y no es que
fuera mala la que tenía en los ochenta, por ejemplo), se ha sabido
adaptar a sus propios ciclos vitales y se nutre de referencias e
imágenes que denotan a quien se ha curtido con el paso de los años, ha
bebido mucho de aquí y allí, y busca no adormecerse en los laureles
(aunque a veces lo parezca). Personalmente, prefiero al Almodóvar de la
primera década del siglo XXI que al de los años noventa del XX (y, en
este caso, infinitamente más al de los años ochenta): un escritor y
director más maduro, con películas más propias de alguien que ya no
busca la provocación o el exceso visual (e incluso conceptual). Hable con ella (2002), más que Todo sobre mi madre (1999); La mala educación (2004), especialmente Volver (2006), más que Los abrazos rotos (2009) o La piel que habito (2011), son fascinantes apuestas narrativas y visuales. Dejaremos a un lado Los amantes pasajeros (2013), un interludio festivo muy pobre en desarrollo e intenciones. Julieta
(2016), por tanto, su última película y que nos devuelve al Almodóvar
intenso de las películas citadas, tenía muchos números para
reencontrarme con ese Almodóvar que me gusta. Pero me he quedado, más
bien, desconcertado.
8 de abril de 2016
7 de abril de 2016
Canciones para el nuevo día (1924/1153): "El muerto vivo"
Peret ft. Marina (de Ojos de Brujo) - El muerto vivo
Disco: De los cobardes nunca se ha escrito nada (2009)
6 de abril de 2016
5 de abril de 2016
4 de abril de 2016
1 de abril de 2016
Crítica de cine: Orgullo + Prejuicio + Zombies, de Burr Steers
Crítica publicada previamente en Fantasymundo.
Jane Austen comenzó Orgullo y prejuicio (1813),
la más popular de sus novelas, con una frase que se ha hecho tan famosa
como las que escribieran Lev Tolstói para el inicio de Anna Karenina o Charles
Dickens para el de Historia de dos ciudades: «es una verdad
universalmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran
fortuna, necesita una esposa». Seth Grahame-Smith –autor también de
Abraham Lincoln, cazador de vampiros (2010) que también tuvo su
respectiva adaptación cinematográfica un par de años después–
«reescribió» la novela de Austen y la «adaptó» al fenómeno zombi; y
comenzó su versión con una frase que, a su manera, homenajea el
original: «es una verdad universalmente reconocida que un zombi que
tiene cerebro necesita más cerebros». La novela, más o menos pertinente
(¿hasta qué punto Grahame-Smith es realmente el «autor» de unos
personajes que no son suyos?) inició una moda de adaptar personajes
clásicos a la coyuntura zombi tan de moda (en cine y televisión) en los
últimos años (Lazarillo, Don Quijote, las protagonistas de La casa de
Bernarda Alba,…) que, seamos sinceros, se nos ha ido de las manos. Pero
los productores de cine no dejan pasar la oportunidad de llevar un texto
de éxito a la gran pantalla y he aquí que llega a las nuestras Orgullo +
Prejuicio + Zombies, dirigida por Burr Steers, que también se hace
cargo de la (ya es redundante decirlo) adaptación de la novela al guion.
31 de marzo de 2016
30 de marzo de 2016
Reseña de Las Vísperas Sicilianas. Una historia del mundo mediterráneo a finales del siglo XIII, de Steven Runciman
No es fácil encontrar libros de historia donde el fondo y la forma,
el qué se cuenta y el cómo se cuenta, estén perfectamente entrelazados,
de modo que uno llega a preguntarse si estamos ante un excelente ensayo o
ante una deliciosa obra literaria. No es común hoy en día una historia
netamente narrativa y de hechos estrictamente políticos (pongamos
también religiosos, si acaso) que deje al lector tan satisfecho y con
ganas de más, de mucho más. Y no es sencillo relatar en apenas 400
páginas unos hechos que sucedieron durante medio siglo, que dejaron
huella y que acontecen en un ámbito a caballo entre Occidente y Oriente.
Pero, sin duda alguna, sir Steven Runciman (1903-200) lo consiguió con Las Vísperas Sicilianas. Una historia del mundo mediterráneo a finales del siglo XIII (Reino de Redonda, 2009). Hablar de Steven Runciman es hablar del hombre que, según se comentó
cuando murió en el cambio de milenio, nos devolvió Bizancio. Su
biografía nos remite al segundón de una familia nobiliaria británica,
inmensamente curioso, con una capacidad innata para los idiomas («al
parecer dominaba el latín a los seis años y el griego a los siete, a los
que fue añadiendo el árabe, el turco, el persa, el hebreo, el siriaco,
el armenio, el georgiano, el ruso yel búlgaro»). Profesor en Cambridge,
heredó la fortuna de un abuelo acaudalado, lo cual, para envidia de
muchos que le leemos hoy, le sirvió para retirarse a los 35 años y
dedicarse a investigar y a viajar por todo el mundo. Todo un bon vivant,
de buen gusto en la mesa, delicioso conversador, de esas personas que
uno siempre quiere tener a su lado a la hora del café, capaz de contar
chismes graciosos sobre la alta sociedad. En pocas palabras, un hombre
de su tiempo que hoy en día se diría que está chapado a la antigua.
29 de marzo de 2016
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