18 de abril de 2016

Reseña de España. Centro del mundo, 1519-1682, de Robert Goodwin

Este es un libro concebido para un lector anglosajón (algo «perezoso»), pero que lectores hispanos también pueden disfrutar; un libro sobre la España de los siglos XVI y XVII –estrictamente, entre 1519 y 1665, que el autor alarga en el epílogo de su obra hasta 1682, fecha de la muerte del pintor Bartolomé Esteban Murillo –, el período que suele conocerse como el Siglo de Oro de las artes y la literatura española. Un siglo y medio de expansión y dominio (y a la postre de fracaso) de la Monarquía Hispánica en el mundo (occidental) y también de esplendor en las artes y las letras: de Garcilaso de la Vega a Cervantes y Góngora, del Greco a Velázquez, Zurbarán y Murillo; de la gloria en Carlos V a la «burocratización» de Felipe II como rey burócrata en el Quinientos, y de un valido corrupto, el duque de Lerma, a otro, obsesivo en el control del acceso a la figura real, el conde-duque de Olivares, como manos derecha de sus respectivos monarcas en el Seiscientos. Un libro que aúna política, instituciones y asuntos económicos, así como los aspectos militares, con otros muchos relacionados con la poesía, el teatro, la novela, la pintura, la escultura y la construcción arquitectónica (del Escorial con Felipe II al palacio del Buen Retiro con su nieto Felipe IV).

Robert Goodwin.
Robert Goodwin, como desarrolla a lo largo de España. Centro del mundo, 1519-1682 (La esfera de los libros, 2016), se interesa por una historia épica, la de los españoles de los siglos XVI y XVII (Spaniards en el original en inglés), a través de una serie de retratos y semblanzas biográficas que, a su vez, conjugan la anécdota (sin caer necesariamente en un mero «anecdotario»), el humor y el drama, de modo que se realiza una amplia panorámica de la España de los Habsburgo que trata, a su vez, de plasmar la enormidad de su historia y cultura. Pone especial énfasis el autor en una imperial story que forjaría el carácter de España y los españoles de la época, aquellos que fueron a América como conquistadores y colonos, que sirvieron como soldados en diversas campañas por Europa y que viajaron por el continente como comerciantes, diplomáticos, poetas y artistas. El cuadro pintado muestra a unos monarcas y unos súbditos interrelacionados en múltiples aspectos: las tensiones entre monarquía y un Estado moderno en construcción, entre aristócratas y un patriciado urbano, entre ciudad y campo, entre la Iglesia y sus «brazos armados» militantes (la Inquisición) y una población diversa que incluía cristianos, judíos, conversos y moriscos. En una primera lectura se podría pensar que Goodwin cae en la tópica estampa de un siglo XVI esplendoroso en lo político y económico, y un XVII de decadencia y corrupción; pero su retrato de la sociedad, la política, las armas y especialmente la cultura permite que se ponga el acento en la diversidad de esos Spaniards, de las interrelaciones entre las diversas esferas de poder y la permeabilidad de los compartimentos estancos que a menudo asumimos que fueron los estamentos, clases sociales y grupos religiosos de la España de los Habsburgo. 

El libro se estructura en dos partes, «Oro» para el siglo XVI (1519-1598), y «Resplandor» para el XVII (1598-1665/1682), que a su vez se reparte en los reinados de los Austrias mayores y menores, respectivamente. Oro y purpurina (u oropel, para hacer más hispánica la dicotomía). Oro que remite a los aspectos militares, políticos y económicos, así como el papel de las instituciones y los tribunales de justicia, y oropel que enfatiza los aspectos literarios y artísticos de las principales figuras del Siglo de Oro. Sin embargo, no son estructuras cerradas, pues también Goodwin destaca la poesía y el arte en la primera parte, y la política y los aspectos militares, en la segunda; pero es cierto que lo que predomina en una (la gloria y la conquista) declina en la segunda a la vez que los logros culturales de aquella llegan a su esplendor en la otra. Resumimos los contenidos para que el lector se haga una idea de esa visión poliédrica y la pincelada biográfica que Goodwin imprime a su libro; un resumen que no escatima interés a las materias tratadas: al contrario, estimula su lectura. 

El Greco, El entierro del conde de Orgaz (1586-1588),
iglesia de San Tomé, Toledo.
La primera parte, «Oro», recorre los reinados de Carlos I de España / V de Alemania y Felipe II con especial hincapié en España como potencia mundial. En esta primera parte se entrecruzan (ahora aparecen, ahora desaparecen, para regresar más adelante) ambos reyes, reinas como Isabel de Portugal, aristócratas y militares como Fernando Álvarez de Toledo, duque de Alba, o Gonzalo Fernández de Oviedo; religiosos y especialistas en derecho como Bartolomé de las Casas, Francisco de Vitoria y Juan Ginés de Sepúlveda; poetas (y soldados) como Garcilaso de la Vega o Gómez Suárez de Figueroa (que pasaría a ser conocido más tarde como el Inca Garcilaso de la Vega); regidores y comuneros como Pedro Laso (hermano de Garcilaso) y Juan de Padilla; pintores como El Greco; escritores como Miguel de Cervantes (con numerosos detalles sobre su abuelo Juan, licenciado en leyes, que demandó judicialmente a un pariente del duque del Infantado en un episodio muy revelador sobre el estado de la justicia en la época); místicos y poetas como Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz o fray Luis de León; clérigos y humanistas como Agustín de Cazalla, acusado de crear un foco “iluminista” en Valladolid en la década de 1550. Cuestiones como la elección imperial de Carlos V, las campañas militares de este monarca, la Inquisición y la persecución de cristianos nuevos (acusados de judaizar) y herejes (luteranos o iluministas), la Carrera de Indias y la conquista del continente (brevemente), la guerra en Flandes de 1566 a 1575, la (cruenta por los abusos cometidos contra la población civil) conquista de Portugal por el duque de Alba, la Gran Armada de 1588, el final del reinado de Felipe II… son temas de fondo sobre los que trazar la senda biográfica de estos personajes. 

Por su parte, «Resplandor» narra un siglo XVII centrado en los artistas, poetas y escritores, más que en los hombres de acción. La sucesión de andanzas biográficas es también variada: militares como Gaspar Pérez de Villagrá en Nuevo México y ministros como el duque de Lerma (valido de Felipe III); Cervantes y la publicación de El Quijote (y el retrato de la España de su tiempo, de la Inquisición a los pecheros castellanos, la miseria económica, el desgaste de las campañas en Europa y cómo afectan a los «españoles», la cuestión de la expulsión de los moriscos, el bandolerismo en Cataluña,…); el escultor Juan Martínez Montañés y el pintor Francisco Pacheco (y el arte religioso y la mirada sobre la Semana Santa sevillana), que se entrecruzan con los pintores Diego de Velázquez y Francisco de Zurbarán (y la pintura de la primera mitad del siglo XVII); poetas enfrentados como Luis de Góngora y Francisco de Quevedo, a su vez coetáneos de Gaspar de Guzmán y Pimentel, conde-duque de Olivares (y que remite a la desastrosa política de éste durante el reinado de Felipe IV); el asesinato del poeta y aristócrata cortesano Juan de Tassis y Peralta, conde de Villamediana; pinceladas sobre los dramaturgos Lope de Vega y Tirso de Molina (Don Juan o El burlador de Sevilla), y la mirada al teatro y los corrales; el episodio de la visita (secreta, hasta que fue descubierto) del príncipe de Gales, Carlos, y el duque de Buckingham en 1623 (para concertar un infructuoso enlace matrimonial con los Habsburgos españoles); los triunfos y desastres de Olivares durante el reinado de Felipe IV (de Breda a la revuelta catalana), pasando por la construcción del palacio del Buen Retiro y los cuadros que Velázquez pintara para decorar sus amplios salones; el teatro de Pedro Calderón de la Barca y, ya en el epílogo, la muerte de Felipe IV y la desaparición progresiva de los grandes artistas del Siglo de Oro. 

Portadas de la primera edición de las dos partes de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605 y 1615, respectivamente), imprenta de Juan de la Cuesta, Madrid.
Ante este amplio retrato coral, el libro destaca por su enorme amenidad y seduce a un lector no especializado pero curioso. Mucho de lo que narra Goodwin ya es conocido por lectores hispanos, pero es interesante como la (aparentemente) desapasionada mirada de un autor anglosajón consigue dotar al relato de una viveza que trasciende etiquetas como objetividad o imparcialidad. Goodwin se deja seducir por Cervantes y don Quijote, pone su acento en la visión que destilan las páginas de la novela de este autor y en los cuadros de los grandes pintores del Siglo de Oro, y a partir de ahí traza un relato de altas esferas políticas y de las sencillas clases populares, de las campañas militares y la poesía (quizá no haya una figura que aúne ambos elementos como Garcilaso de la Vega), del dogma religioso católico (la inmaculada Concepción) y la religiosidad de la Semana Santa, visualizada en las tallas de Martínez Montañés, así como los cuadros de Zurbarán, Murillo y Valdés Leal; gloria militar y propaganda política en Velázquez frente a las obras teatrales de Lope de Vega y Calderón de la Barca, que enfatizan miradas más populares. 

Juan de Valdés Leal, In ictu oculi (1670-1672), iglesia del
Hospital de la Caridad, Sevilla.
Se podría decir que el libro de Goodwin refleja con amplitud las cuestiones importantes que subyacen en los libros académicos sobre la España de los Habsburgo, de John Elliott a Bartolomé Bennassar, pasando por Joseph Pérez, Antonio-Miguel Bernal, Antonio Domínguez Ortiz, Francisco Tomás y Valiente o Bartolomé Yun; historiadores que han tratado la biografía de los grandes personajes de ambos siglos, la política y las armas, las instituciones, la sociedad, la religión y la economía… y las artes. Este libro recoge de esos autores (y de otros muchos) para, utilizando las semblanzas biográficas de un par de docenas de personajes, situar la óptica en un plano medio en el que conviven monarcas, ministros, funcionarios, militares, religiosos, poetas, dramaturgos y pintores. Estamos, pues, ante un libro sobre la España del Siglo de Oro que, aunque parezca un tema trillado, va más allá de hazañas y desastres y muestra una pléyade de «españoles» en un espacio y un tiempo determinados. Algunos errores de traducción («Parlamento de Cataluña» en lugar de Cortes catalanas o «virrey de Castilla en Barcelona» en lugar de virrey castellano), o que Goodwin ubique el origen del croissant en el asedio de Viena de 1529 (cuando fue en el de 1683) no empañan la calidad de un libro mucho más interesante y «profundo» de lo que pudiera parecer a primera vista.

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