Crítica publicada previamente en Fantasymundo.
La factoría Marvel no descansa y su producción es un no parar. Para un espectador que no sea un fan de los cómics (que es mi caso, por ejemplo), la sensación de perderse entre las diversas sagas y franquicias, lo que acaba por conformar su particular universo cinematográfico, puede derivar a una cierta saturación. A la espera de que continúe la saga Vengadores con Capitán América: Guerra civil, a estrenar el próximo mes de mayo, otros filones de la producción marvelera llegan también a nuestras pantallas: en este caso, Deadpool, spin-off de la serie X-Men. El personaje del mercenario bocazas creado por Rob Liefelf y Fabian Nicieza había aparecido en el cómic en 1991. Ryan Reynolds ya lo había interpretado anteriormente en X-Men Orígenes: Lobezno (2009) y caló lo suficiente como para que se proyectara replantearlo de cara a una derivación de la serie (como se hizo con el propio Lobezno). Con Reynolds en el saco, se contrató a Paul Wernick y Rhett Reese para elaborar un guion que debía reformular el personaje, y a Tim Miller para dirigir la película. La idea era expandir al máximo el componente cómico del personaje y su tendencia a “romper la cuarta pared” (dirigiéndose constantemente al espectador, como Frank Underwood en House of Cards). Un problema añadido era cómo presentar la película en las salas de cine: es decir, qué clasificación de edades tendría; finalmente se anunció que tendría una clasificación “R” en Estados Unidos, es decir, para mayores de 17 años (y mayores de edad en otros países). Y no es una cuestión baladí: el grado de violencia explícita e incluso gore, los desnudos y el lenguaje malhablado que tiene el cómic original forzaba a considerar esta película para un público adulto o a suavizar el tono para rebajar la edad de los espectadores que pudieran verla, opción que de entrada no estaba contemplada. Deadpool es y será en la gran pantalla como ha sido en el cómic.
La factoría Marvel no descansa y su producción es un no parar. Para un espectador que no sea un fan de los cómics (que es mi caso, por ejemplo), la sensación de perderse entre las diversas sagas y franquicias, lo que acaba por conformar su particular universo cinematográfico, puede derivar a una cierta saturación. A la espera de que continúe la saga Vengadores con Capitán América: Guerra civil, a estrenar el próximo mes de mayo, otros filones de la producción marvelera llegan también a nuestras pantallas: en este caso, Deadpool, spin-off de la serie X-Men. El personaje del mercenario bocazas creado por Rob Liefelf y Fabian Nicieza había aparecido en el cómic en 1991. Ryan Reynolds ya lo había interpretado anteriormente en X-Men Orígenes: Lobezno (2009) y caló lo suficiente como para que se proyectara replantearlo de cara a una derivación de la serie (como se hizo con el propio Lobezno). Con Reynolds en el saco, se contrató a Paul Wernick y Rhett Reese para elaborar un guion que debía reformular el personaje, y a Tim Miller para dirigir la película. La idea era expandir al máximo el componente cómico del personaje y su tendencia a “romper la cuarta pared” (dirigiéndose constantemente al espectador, como Frank Underwood en House of Cards). Un problema añadido era cómo presentar la película en las salas de cine: es decir, qué clasificación de edades tendría; finalmente se anunció que tendría una clasificación “R” en Estados Unidos, es decir, para mayores de 17 años (y mayores de edad en otros países). Y no es una cuestión baladí: el grado de violencia explícita e incluso gore, los desnudos y el lenguaje malhablado que tiene el cómic original forzaba a considerar esta película para un público adulto o a suavizar el tono para rebajar la edad de los espectadores que pudieran verla, opción que de entrada no estaba contemplada. Deadpool es y será en la gran pantalla como ha sido en el cómic.