Cuando en 2012 Aaron Sorkin estrenó The Newsroom
en HBO la profesión periodística se le echó encima y fue bastante
inmisericorde con una serie que muchos (sorkinianos) esperábamos con
ganas y (en general) no (nos) defraudó. Las críticas se centraron en lo
"imposibles" que eran los personajes de la serie, en los diálogos
larguísimos, en un idealismo que para muchos estaba ya trasnochado. Pero
sobre todo subyacía un escozor: Sorkin les decía a los periodistas cómo
hacer su trabajo, pues no lo estaban haciendo bien. Ya el prólogo (antológico) ponía las cartas sobre la mesa y la "cruzada" particular de Will McAvoy (Jeff Daniels) en una "mission to civilize"
destacaba el deseo indisimulado de Sorkin por honrar la profesión de
periodista y apartarla de lo que consideraba mero cotilleo, el rumor
frívolo y el acoso a los famosos (lo que en la prensa escrita serían la
prensa amarilla y los tabloides). No, decía Sorkin, eso no es periodismo
y la primera temporada recogió diversos tratamientos de noticias en la
ficticia redacción del informativo que McAvaoy presentaba y cuya labor
homenajeaba a los grandes anchors
(presentadores) de los años cincuenta y sesenta: Chet Huntley, Edward
Murrow, Walter Cronkite. El rostro honesto de la información en un medio
tan denostado como la televisión. Por supuesto, se podrá decir, no es
lo mismo un informativo en televisión que el periodismo escrito, el de
los periódicos, el de toda la vida. Su labor es la misma pero al mismo
tiempo diferente en cuanto al medio: investigar, contrastar, informar
(publicar). Ese es el ideal, pero no siempre ha sido así. El periodismo
clásico, suele decirse, murió hace tiempo y hoy en día manda más el
director ejecutivo de una gran empresa que posee un periódico que el
director de dicho periódico. El escándalo de las escuchas ilegales
realizadas durante años por News of the World,
periódico sensacionalista británico que formaba parte del gigante News
International (propiedad de Rupert Murdoch), estalló en 2011, llegó
incluso a salpicar a Downing Street y forzó el cierre de un periódico
con más de siglo y medio de historia. Pero, se dirá también, una manzana
podrida no empaña la calidad de un cesto, y es cierto. Spotlight
de Tom McCarthy nos devuelve a aquellos periodistas de toda la vida y
enaltece un oficio que sigue siendo muy necesario hoy día.
La trama de Spotlight podría hacer arrugar la nariz a un espectador algo cinico: la investigación por parte de unos periodistas de The Boston Globe
en 2001-2002 sobre los abusos de cientos (miles, de hecho) de niños en
Boston por parte de centenares de sacerdotes durante al menos tres
décadas (o más); unos abusos que eran conocidos por la archidiócesis
bostoniana desde los años sesenta y que simplemente se limitó a
trasladar a los sacerdotes de una parroquia a otra (con el riesgo,
confirmado, de que reincidieran en los abusos) y a echar tierra y
especialmente silencio sobre víctimas y familias. De hecho, sobre toda
una ciudad. Y digo que podría hacer arrugar la nariz pues uno podría
temer que la aproximación cinematográfica a los hechos narrados se
realizara con morbo y sensacionalismo. No es el caso: McCarthy y su
coguionista Josh Singer escriben una historia muy clásica en su
concepción, muy contenida en el tono, muy centrada en la labor de los
periodistas y narrativamente muy entretenida. Tediosa, leí en alguna
crítica el día de su estreno: no me lo pareció en ningún momento, las
dos horas de metraje transcurren con agilidad. La historia se cuenta
paso a paso: un nuevo editor llega al Globe, en julio de 2001, Marty
Baron (Liev Schreiber), deseoso de devolver al periódico a la "primera
plana" de la prensa escrita local; lee una columna en el diario sobre el
caso del sacerdote pedófilo John Geoghan y la denuncia de un abogado,
Mitch Garabedian (Stanley Tucci) de que el cardenal Law, arzobispo de
Boston, había estado al tanto de los abusos de Geoghan y no había hecho
nada para impedirlo durante años (tan sólo cambiarlo de parroquia).
Baron ve una noticia que debe ser investigada y decide que el equipo
Spotlight, del periódico un pequeño grupo de periodistas que se dedican a
las investigaciones en profundidad, se dedique a ello de lleno. Se
trata de un equipo dirigido por Walter "Robby" Robertson (Michael
Keaton) y formado por Mike Rezendes (Mark Ruffalo), Sacha Pfeiffer
(Rachel McAdams) y Matt Carroll (Brian D'Arcy James); periodistas de la
"vieja escuela" que dedican sus esfuerzos en exclusiva a un caso y que
se toman meses (o incluso un año) en rastrear en detalle las fuentes, a
entrevistarlas, a contrastar los datos, a reunir pruebas y a
presentarlas en reportajes especiales. Con el apoyo explícito del
redactor jefe del Globe, Ben Bradlee (John Slattery), y aun provocando
un cierto resquemor en los dueños del periódico, Baron decide ir a por
todas con este caso con derivaciones judiciales: los documentos que
certificarían los abusos realizados por sacerdotes como Geoghan
estarían, por así decirlo, bajo secreto de sumario y un juez debe
aprobar que pasen a ser públicos, tarea que Garabedian lleva años
persiguiendo. Hacer uso de dichos documentos significaría, en última
instancia, enfrentarse directamente a la jerarquía católica en Boston o,
lo que es lo mismo (y como se incide una vez Baron toma su decisión) en
interponer (indirectamente) una demanda contra el cardenal Law y la
archidiócesis bostoniana.
La trama puede parecer compleja, pero no lo es: Garabedian representa a una serie de víctimas, pero realiza una demanda contra la archidiócesis caso por caso (lo cual multiplica la lentitud del proceso judicial); su labor es lenta y apenas puede competir con la
maquinaria legal que la Iglesia tiene a su disposición. Cuando Rezendes
le visita para comunicarle el interés del Globe
por investigar los abusos y entrevistar a algunos de los afectados,
desconfía. Hombre de carácter peculiar (e incluso difícil), preocupado
por proteger a las víctimas (la mayoría de ellos ya hombres adultos),
Garabedian considera que el periódico, como otros medios locales, no se
interesó en el pasado por los abusos y que ahora sólo busca
sensacionalismo. Subyace en el temor de Garabedian la idea de que la
capa de silencio que se ha establecido sobre el caso durante décadas sea
demasiado espesa, que los periodistas no ayuden a unas víctimas que
necesitan justicia no una exposición pública, y que la lentitud de la
justicia (algo con lo que cuentan los abogados de la Iglesia) haga que
el caso se diluya. Quizá le cueste al espectador entender las diversas
aristas del caso: la investigación periodística por parte de Spotlight,
la labor de Garabedian en el juzgado, el rol de abogados de sacerdotes
(como el que interpreta Billy Crudup). Pero Rezendes, Pfeiffer y Carroll
tiran de los diversos hilos; incluso Mike contacta diversas veces por
teléfono con un ex sacerdote (Richard Sipe, voz de Richard Jenkins en la
versión original), un psicoterapeuta que trabaja en la "rehabilitación"
de los sacerdotes pedófilos, y que le destapa la posibilidad de que
sean muchos más curas implicados en abusos de niños de los que se
pensaba en un principio. Conjugar todos estos elementos, hacer que la
narración sea fluida y sólida y al mismo tiempo amena, muestra que
estamos ante un excelente guion, quizá el mejor de los que concurren en
la carrera de los Oscars. Un guion que huele a clasicismo en su
concepción, que nos devuelve, como espectadores, a películas "clásicas"
del género: de Luna nueva (Howard Haks, 1940) a Primera plana (BIlly Wilder, 1974) y, sobre todo, a Todos los hombres del presidente (Alan J. Pakula, 1976); a series también veteranas como Lou Grant (CBS, 1977-1982).
En Spotlight hay una
investigación en desarrollo y un retrato de la profesión periodística.
Periodistas que constantemente toman notas, que llaman a la puerta de
víctimas y familiares, de sacerdotes implicados incluso. Que siguen el
hilo de las pistas que paulatinamente se van desvelando. Que no usan
Twitter ni teléfonos de última generación. Periodistas que no se dejan
influir por el "medio": ni Baron ante la (en ocasiones poco) sutil
apelación de que es alguien de fuera (y además judío, ¿qué hace
"atacando" a una institución católica?); ni Robby, que sí es "uno de los
nuestros" y es consciente de que pudo ser uno de aquellos niños que
sufrieron abusos. No hay giros dramáticos de infarto en una trama que no
busca desviar la atención del caso que se presenta; los periodistas
también tienen familia y viven en una comunidad en la que todos se
conocen, pero McCarthy y Singer no "torpedean" su narración focalizando
en un melodrama innecesario: apenas unas pinceladas para destacar que la
investigación les afecta (una nota en la nevera, una casa en la que se
nota que alguien vive solo tras una ruptura matrimonial, una mirada a un
familiar anciano del que no sabremos cómo se tomará la noticia). La
impronta de formar parte de una comunidad católica se percibe a lo largo
del filme: sí, somos periodistas, pero también hemos crecido en una
ciudad como Boston, con lo que ello significa. Quizá lo más interesante
de la película esté en la idea se fondo que subyace: cómo la sociedad
era conocedora de unos hechos, cómo miró hacia otro lado y cómo la
Iglesia católica (como institución) se aprovechó del silencio cómplice y
de la vergüenza (de unas víctimas) durante décadas para tapar unos
hechos criminales. Baron (el outsider)
lo tiene claro: "tenemos que centrarnos en la institución, no en unos
sacerdotes. Mostradme cómo la Iglesia manipuló el sistema para evitar
que estos tipos no fueran encausados. Mostradme que cambiaron a esos
mismos sacerdotes de parroquia en parroquia una y otra vez. Mostradme
que esto fue sistémico y que provino de lo más alto. Vamos a por el
sistema".
Estamos, pues, ante una película intensa, que no cae en lo sensacionalista (no veremos a niños contando cómo sufrieron abusos, sino a adultos que recuerdan lo que vivieron y sin cargar las tintas). Una película que también hace (auto)crítica sobre los propios periodistas, sobre su responsabilidad en el conocimiento de unos hechos que pudieron investigar antes ("¿Y qué pasa con nosotros? Teníamos todas las pistas, ¿por qué no lo hicimos antes?"). Una película con aroma clásico, con pericia y buen pulso narrativo. Una película con un gran compromiso ético, en última instancia.
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