8 de febrero de 2016

Crítica de cine: Carol, de Todd Haynes

A tenor de gran parte de la filmografía de Todd Haynes —qué tendrán los "Todds" que como Haynes, Field o, aunque algo ya desaparecido, Solondz, que realizan películas interesantísimas—, uno podría llegar a la conclusión que habría disfrutado haciendo películas en los años 50. Su filia por el melodrama clásico y el homenaje a Douglas Sirk en anteriores películas como Lejos del cielo (2002) o en la miniserie Mildred Pierce (HBO, 2011) es bien conocida y está presente en esta Carol, película basada en la novela El precio de la sal de Patricia Highsmith; su segunda novela tras el éxito de Extraños en el tren y que, publicada bajo seudónimo, tiene algo de autobiográfico: como Therese, la protagonista, Highsmith también trabajó durante una temporada como dependienta en unos grandes almacenes; el encuentro fugaz con una clienta le inspiró la trama de su novela que, por su temática, levantó ampollas en la pacata sociedad estadounidense de los años 50. Hasta varias década después Highsmith no anunció que era la autora de la novela, que se reeditó con el título Carol. La historia de amor entre Therese, la joven de escasos medios que sueña con ser fotógrafa, y Carol, la dama de la alta sociedad que vive con inquietud un proceso de divorcio, no podía dejar de atraer a Haynes, que aceptó el reto de dirigir la adaptación cinematográfica a partir del guion de Phyllis Nagy. El resultado es una hermosa película, hermosa, delicada y no apta para quienes busquen un cine más "movido".

De entrada no deja de llamar la atención que esta película (y la propia novela) lleve por título el nombre de una de las dos protagonistas cuando, en cierto modo, la historia se nos cuenta desde la perspectiva del otro personaje, Therese; de hecho, uno también podría preguntarse el criterio de la Academia hollywoodiense para nominar a Cate Blanchett, la Carol de esta historia, como mejor actriz mientras que Rooney Mara (Therese) "sólo" reciba una nominación a mejor actriz e reparto (los premios, ya se sabe...). Tras una primera secuencia, prácticamente toda la película es un enorme flashback (no destriparé mucho más) para volver al principio... pero desde otro ángulo, perspectiva o como lo queráis llamar. Therese, como decía antes, trabaja en unos grandes almacenes durante las fiestas navideñas. Su mirada, como en el póster (que he buscado a propósito), se centra en una mujer envuelta en un abrigo de pieles, que se acerca a ella buscando un regalo para su hija de cuatro años. Ambas mujeres no pueden evitar sentirse atraídas en silencio. Carol compra el regalo, deja sus datos para que se lo envíen a casa y se marcha; deja olvidados unos guantes que Therese recoge y le envía por correo. A partir de ahí, las dos mujeres se conocerán y ya no podrán dejar de mirarse. Un flechazo, sí, pero desde luego algo más. Haynes, como ya hiciera en Lejos del cielo, centra su melodrama (nunca un género fue tan adecuado en esta película y se realizó tan espléndidamente en la actualidad) en una historia de amor homosexual (quien espere ver una versión "clásica" de La vida de Adèle ya puede ir olvidándose) y de insatisfacción. Carol no es una Betty Draper al uso, su vida es más independiente, no se siente asfixiada por una vida que no es la soñada, pero también sufre en silencio las consecuencias de un matrimonio que no funciona. Un matrimonio ya roto y que sólo espera la sentencia de divorcio y la decisión judicial sobre la custodia de su hija. Therese, por su parte, mantiene una relación con un chico, incluso parece que están comprometidos, pero se refugia en sí misma y sus aspiraciones. Ambas mujeres, que se mueven en esferas sociales tan alejadas entre sí, encontrarán la una en la otra el espacio "sentimental" que necesitan. 


La película es pausada (no lenta, no aburrida: para nada), la trama se cuenta con el ritmo que necesita (y muy adaptado al melodrama clásico de los años cuarenta y cincuenta que Haynes adora). Destacan la fotografía y la ambientación: el "color" de aquellos años en el vestuario, en encuadre de cada plano (los personajes no los llenan por entero, aparecen en esquinas y laterales), la luz tenue incluso en los exteriores, la puesta en escena está muy cuidada (en Lejos del cielo parecía que estábamos en una sucesión de cuadros de Edward Hopper, en esta película la sensación es parecida pero sin el detallismo de entonces). Las dos protagonistas se miran siempre, de ahí que los espejos en las habitaciones y los retrovisores en los coches tengan un papel especial en esta película; Therese buscará a Carol a través de una ventana empañada en una de las primeras secuencias de la película, Carol no podrá apartar la mirada de Therese cuando la ve en la calle, ya muy avanzada la película. Dos secuencias que brillan en una película hecha justamente para eso: para brillar, pero sin aspavientos ni grandilocuencias (compárese con alguna que otra de las películas nominadas a los Oscars este año). La exquisita música de Carter Burwell (que en algún momento no puede evitar reciclarse a sí mismo) acompaña la trama y sobre todo a las dos actrices protagonistas: Blanchett y Mara están, por decirlo con una sola palabra, espléndidas.


Esta es una película que emociona y remueve sin artificios ni banalidades. Una película que se admira y "siente" a un mismo tiempo, que incluso en los momentos "íntimos" no deja de mostrarse con delicadeza y ternura. De diálogos que esperan al momento adecuado para ser pronunciados, de matices en el trasfondo de la época (y que ni Carol ni Therese pueden ignorar). Es una película hermosa, decía antes, por la historia (y cómo se cuenta) y por el preciosismo que la envuelve. Un placer para los sentidos (visuales, auditivos, incluso táctiles), una muestra más de que Todd Haynes domina como nadie el melodrama clásico. Quizá sea el único capaz de hacerlo en la actualidad.

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