9 de marzo de 2015

Crítica de cine: Maps to the Stars, de David Cronenberg


Que David Cronenberg siempre ha ido por libre no es novedad. Quizá lo sea que su última película se haya rodado y transcurra su trama en ese Hollywood que tanto ha despreciado (y sigue despreciando), del que siempre se ha mantenido alejado y que habitualmente suele darle la espalda, a nivel de industria cinematográfica (no tanto de actores). El director canadiense no se casa con nadie, hace lo que quiere, suele realizar coproducciones canadienses-europeas, mantiene una cierta coherencia (en cuanto a estilo, aunque con matices) y se permite el lujo de rodar cómo y cuándo quiere. No siempre está acertado (Cosmópolis, su anterior película, es un fiasco y una de sus películas más incomprensibles). Queda algo lejos el director de un cine impactante, en el que el horror era elástico y la viscosidad de la sangre que manaban sus cintas variaba en cuanto a densidad. Quizá por ello el espectador que se acerque a una sala de cine a ver Maps to the Stars puede llegar a pensar que este no es el Cronenberg al que estamos acostumbrados (¿cuál de ellos, por cierto?), que ha dejado su coherencia en un cajón y se ha ido a rodar a Hollywood (aunque sea para realizar una escabrosa sátira de ese mundillo cinematográfico) o que incluso se haya pasado a un cine impersonal, fatuo o, lo peor de todo, vacío de contenido. Y quizá sea esa una primera impresión tras visionar esta película: que no es Cronenberg quien está detrás de la cámara, sino alguien desconocido que parece querer ponerse en la piel de Bret Easton Ellis (a ratos tenía la sensación de "ver" novelas como Menos que cero o, sobre todo, Glamourama). Pero, a medida que avanza el metraje, encontramos esos elementos habituales en la filmografía del director canadiense (la violencia, la sangre, un cierto nihilismo ambiental y argumental, el desamparo, la posmodernidad llevada al límite). Sea como fuere, Maps to the Stars es una película que merece ser tenida en cuenta y reflexionada. Si ello es posible.

Canciones para el nuevo día (1641/870): "Big Exit"

P J Harvey - Big Exit



Disco: Stories from the City, Stories from the Sea (2000)


2 de marzo de 2015

Reseña de La torre del orgullo (1890-1914): una semblanza del mundo antes de la Primera Guerra Mundial

Aprovechando que Ediciones Península reedita este libro el próximo mes de abril, recupero esta breve reseña mía, de las primeras que publiqué en Hislibris.

En 1962 la escritora estadounidense Barbara W. Tuchman publicó dos libros: Los cañones de agosto y La torre del orgullo (1890-1914): una semblanza del mundo antes de la Primera Guerra Mundial. El primero, por el que recibió el Premio Pulitzer (aunque no trata un tema estrictamente norteamericano, como es preceptivo), narra, literalmente hablando, los primeros cuarenta días de la Primera Guerra Mundial. El estilo de Tuchman, muy particular, fue desde entonces aclamado, por su claridad, amenidad y ritmo, y marcó tendencia en una interesante obra historiográfica. De hecho, las obras de Tuchman entroncan perfectamente con una historia narrativa popular, alejada de corsés conceptuales, y que ha conseguido muchos adeptos en todo el mundo. La segunda obra de ese año trata los apenas veinticinco años anteriores al estallido de la Primera Guerra Mundial con ese estilo al que ya estamos acostumbrados. No espere el lector un repaso de los sucesos de ese período, al más puro estilo de histoire évenementielle, porque no lo encontrará.

Canciones para el nuevo día (1636/865): "Uptown Funk"

Mark Ronson ft. Bruno Mars - Uptown Funk  



Disco: Uptown Special (2015)

22 de febrero de 2015

Crítica de cine: El francotirador (American Sniper), de Clint Eastwood

Cuando Chris Kyle (Bradley Cooper) sale de casa para dirigirse a su destino final y empiezan los títulos de crédito, acompañada de uno de los escasísimos temas musicales de la película (a cargo de Ennio Morricone), uno se queda con una sensación extraña plantado ante la pantalla. Extraña y sin embargo positiva, pues sucede algo que con las anteriores y últimas cintas de Clint Eastwood (desde El intercambio en 2008, de hecho) no pasaba: que El francotirador deja muchas sensaciones que digerir y reflexionar, y eso siempre es algo de agradecer en una película. Quizá estemos ante una película bipolar o, mejor dicho, bifronte, que mira en dos direcciones como el Jano romano. Pero necesariamente no miramos al pasado y al presente (aunque la película, en cierto modo, lo haga), como sucede con una trama en cierto modo convencional, un biopic que nos acerca a una persona que existió, que tuvo una vida que vivir y un recorrido vital que recorrer: desde una infancia en la que se forjaron algunas lecciones (la conversación con el padre en la mesa a la hora de comer, con la parábola de "las ovejas, los lobos y los protectores de las ovejas", idea recurrente en el fondo de esta película), pasando por una juventud y primera adultez sin rumbo y la epifanía del servicio militar como salvación de uno mismo, redención de la disipación y proyecto futuro. Quizá por nuestros lares haya temas en esta película que cueste "empatizar" (si es que se trata de eso) y quizá el título castellano de la cinta no revele lo que el original sí hace para una audiencia que, mayoritariamente, conectará con la trama: el público estadounidense. Y lo hará porque la película recurre a nociones e ideas que a este lado del Atlántico pueden parecernos chocantes por desconocidas e inusuales; pero tengamos en cuenta la concepción militar de Estados Unidos como nación y prácticamente desde sus inicios: la idea de que todo ciudadano, en esencia, es un soldado y por tanto (y además de para defenderse) puede tener armas; la voluntad de servicio voluntario en cuanto a la participación en las guerras que Estados Unidos, desde el conflicto civil de hace un siglo y medio, realiza en el exterior y que, a su vez, es la defensa de lo que se ha construido en el interior; la familia entendida como algo más que la institución nuclear en la que uno nace o la que uno forja, sino también aquella que uno encuentra y fortalece en amigos, compañero de armas u hombres que pueden estar bajo mando de uno mismo. Tener en cuenta estos factores puede ayudar a entender una de las dos miradas del Jano bifronte que ha creado Clint Eastwood con esta película.