Roman Peplums' Week (y V):
Miklós Rozsa - Praeludium (Julius Caesar)
Disco: Julius Caesar - score (1953)
Con Revenge (ABC, 2011-) y Nashville (ABC, 2012-) la soap opera de prestancia lujosa, con escenarios de ensueño y personajes arquetípicos, parece haberse puesto de moda últimamente. Algo mustios quedaban los laureles de series ochenteras como Dallas (CBS, 1978-1991), Dinastía (ABC, 1981-1989) y Falcon Crest (CBS, 1981-1990): ejemplos paradigmáticos de un producto televisivo muy definido, con una raigambre folletinesca, momentos y finales de temporada impactantes (el cliffhanger) y audiencias millonarias durante años. Se trataba de un culebrón fino y reiterativo en las fórmulas utilizadas, como en las novelas de Danielle Steel: familias que se disputaban algo (siempre había una oportunidad para lanzarse como una jauría de hienas tras la posesión de una empresa, una herencia o una mansión), maridos y mujeres muy glamurosos y con pasta que gastar, vástagos acostumbrados a no dar golpe y a vivir muy bien a costa de la riqueza familiar, y parientes inesperados que de pronto aparecían para fastidiar la “normalidad” y apuntarse al carro del despelleje y el reparto de bienes; por no hablar de esos “hijos secretos” que con precisión cronológica asomaban la patita para recordarle al patriarca de turno que escondía un par de cadáveres en el armario y que ya empezaban a oler mal, así como para exigir un trozo del pastel que, casi por derecho divino, les correspondía.
«La Alemania de Weimar significa todavía algo para nosotros. Su increíble creatividad y sus experimentos liberadores, tanto en el terreno de la política como en de la cultura, nos llevan a pensar que es posible alcanzar unas condiciones de vida mejores, más humanas y más prometedoras. Nos recuerda que la democracia, que es un objeto delicado, y la sociedad, fruto de un equilibrio inestable, siempre se ven amenazadas y pueden saltar por los aires. Weimar es una muestra de los peligros que pueden aparecer cuando no hay consenso social en ninguna de las cuestiones fundamentales, ya sean políticas, sociales o culturales. La democracia es un terreno abonado para mantener toda clase de debates que merezcan la pena, para que germine el espíritu de la cultura». (p. 424)
«La lucha para salvarme es desesperada. […] Pero no importa. Porque yo puedo llevar mi relato hasta el final y confiar en que vea la luz del día, cuando llegue el momento adecuado. […] Y la gente sabrá lo que ha ocurrido. […] Y preguntarán: ¿es ésta la verdad? Y yo contesto por anticipado: no, ésta no es la verdad, sino sólo una pequeña parte, una diminuta fracción de la verdad. […] Ni la pluma más potente puede representar la verdad completa, real, esencial».
Stefan Ernest, El gueto de Varsovia, escrito a escondidas en 1943 en el lado «ario» de Varsovia.
«Cuando el pueblo norteamericano entre en guerra, la libertad, la tolerancia y el sentido común caerán en el olvido» (Woodrow Wilson).
«Veía cuánto se había corrompido una estirpe gloriosa solo en tres generaciones: la de los argonautas, que habían viajado hasta los confines del mar y de la muralla de montañas inaccesibles, límites extremos para los mortales; la nuestra, que había destruido y despojado la más grande y poderosa ciudad del mundo; y, por último, la de los pretendientes que habían conquistado la despensa y las cocinas de una casa indefensa en la que comían y bebían, aprovechándose de un trono vacío, de una mujer sola y de un muchacho: hijos mimados y faltos de respeto y de humildad que habían crecido sin los padres. Pensaba, sin embargo, que también mi muchacho había crecido sin un padre, pero era, no obstante, prudente y valeroso, fiel a un recuerdo sin imagen ni voz. Por eso los pretendientes no me despertaban piedad. Habían tratado de matar a Telémaco. Todos ellos querían yacer en mi lecho, el que había encajado entre las ramas de un olivo, con mi esposa intachable. Gozar del amor con ella. Debían morir» (pp. 255-256).