10 de agosto de 2014

Crítica de cine: Shirley. Visiones de una realidad, de Gustav Deutsch

Edward Hopper (1882-1967) es el pintor que más cercano está a la fotografía en el siglo XX. Su mirada pictórica en muchas ocasiones (parece) evocar la técnica de una fotografía: la perspectiva, las diagonales, la sensación de captar un instante determinado, la posibilidad de detener el tiempo, la plasmación de escenas cotidianas. Obviamente, su pintura no es como una fotografía, aunque, leyendo a Susan Sontag, podría serlo: "Una fotografía no es sólo una imagen (como un cuadro es una imagen), una interpretación de algo real; es también un rastro, algo directamente estarcido de lo real, como una huella o una máscara mortuoria" (On Photography, 2001, p. 154, traducción propia). Quizá la mayor diferencia entre ambos medios es que la fotografía es la imagen directa mientras que la pintura ofrece una mirada indirecta: del objeto o la escena a retratar, pasamos a la retina y las manos del pintor, que lo refleja sobre el lienzo en una intermediación que inevitablemente altera lo que él (nosotros) ha (hemos) visto. Hasta cierto punto un cuadro no deja de ser un trampantojo, un engaño puesto ante nuestra mirada, una figuración o una simulación en la que aquello que se contempla trasciende sus propios marcos (sus límites) y se nos presenta como algo que se proyecta más allá de ese espacio delineado y estrictamente delimitado. Se podría argüir que la fotografía (o el cine) también son un trampantojo, de modo que la mirada a la instantánea no deja de ser ficcional, tamizada por la ilusión y la sorpresa que las emociones y las sensaciones nos inoculan cuando se produce el viaje en nanosegundos de la luz de esa instantánea a nuestra retina. Al contemplar un cuadro de Hopper quizá tengamos esas percepciones, de una ilusión visual que nos hace tener la sensación de ver una imagen del tiempo detenido, como en una fotografía; y que nos preguntemos, a su vez, qué hay en ese cuadro que nos llama tanto la atención, o incluso qué pasa por la mente las personas retratadas, qué piensan o qué dicen cuando varios personajes coinciden en una misma estampa y el tiempo, veloz e inclemente, se detiene para que podamos ser testigos de una escena de realidad.

4 de agosto de 2014

Crítica de cine: Begin Again, de John Carney

John Carney pegó el pelotazo en 2006 con Once, una película sobre cantantes y compositores que se buscan la vida en bares y locales de todo tipo. Su soundtrack fue de lo más escuchado aquel año y se llevó un Oscar a la mejor canción original. Buen rollo, magia y música, buena música. Funcionó, funcionó muy bien. Y he aquí que Carney repite la jugada con Begin Again, pero en esta ocasión cambiamos las calles de Dublín por Nueva York, con actores de peso y un soundtrack que parece prefabricado, hecho para triunfar y petar las playlists en YouTube y Spotify. Y tenemos el aliciente de ver a Keira Knightley cantando, quizá el anzuelo para que muchos se acerquen a una sala de cine y quieran comprobar si la actriz británica canta bien o más bien suelta gorgoritos. A su lado ponen a un Mark Ruffalo que se pone en la piel de un productor que tiempo atrás ganó un par de Grammys pero que ahora, solo y amargado, ya solamente espera encontrar a un cantante con voz propia y autenticidad que relance su discográfica y le haga renacer de sus propias cenizas. Pongamos a Adam Levine, cantante y alma de Maroon 5 para que interprete unas cuantas canciones, interprete a un personaje al que culpar y haga subir las ventas en iTunes. Y, por último, que se vea Nueva York, como personaje que todo lo ocupa, ya sea en sus calles o bajo tierra con el icónico metro suburbano. El resultado podría ser un producto para llenar salas de cine en verano, cuando la cosa está de capa caída (si no hay un transformers o un blockbuster de esos de la peor ralea), hacer taquilla, tomarle un poco el pelo a la audiencia, ofreciéndole un producto que funciona como una novela romántica. La sorpresa es que la película funciona bien, no es una comedia romántica ni busca el happy end que se suele atribuir a estos productos. Y eso es casi lo mejor de todo.

Canciones para el nuevo día (1486/715): "A Fine Romance"

Lena Horne - A Fine Romance


Disco: Lena in Hollywood (1966)


29 de julio de 2014

Reseña de Año cero. Historia de 1945, de Ian Buruma

En Alemania, año cero (1948). Roberto Rossellini cuenta la historia de Edmund, un niño de 12 años que trataba de sobrevivir en un Berlín en ruinas. O mejor dicho, la historia del Berlín de posguerra a través de los ojos de un niño que toda su vida ha vivido bajo el nazismo. Y el neorrealismo de la película, como en Roma, ciudad abierta (1945), se centraba en los sentimientos, sensaciones y expresiones de un personaje en un mundo devastado por la guerra. Edmund luchaba por sobrevivir y por ayuda a su familia pero su final, en soledad y sin apenas abrir la boca para gritar, era el corolario del final de una era y el inicio de nuevos tiempos. Un año cero comenzaba en 1945, pero no sólo en la Alemania en ruinas: el mundo entero parecía (re)nacer de nuevo. Parecía, pues de las cenizas del nuevo mundo no podía nacer otro prístino e inmaculado, por mucho que lo intentaran los vencedores, y se producía una sucesión de venganzas, hambre y regresos al hogar. Venganzas espontáneas y castigos legalizados; hambre entre los derrotados y racionamientos que en la Inglaterra vencedora habrían de durar hasta 1952; movimientos de población que supondrían rehacer, y esta vez hasta el fondo, la Europa de las nacionalidades.

Canciones para el nuevo día (1482/711): "Game"

Lekuona - Game



Disco: Game - single (2014)


24 de julio de 2014

22 de julio de 2014

18 de julio de 2014

Utopia y el doble episodio de la 2ª temporada: vuelve el juego

Con su primera temporada, Utopia (Channel 4, 2013) mostró suficientes alicientes como para erigirse en una serie del año 2013. Quedamos atrapados, sobre todo, por un episodio piloto –y un inicio que nos dejaba sin aliento–, en el que nos preguntábamos dónde estaba Jessica Hyde, y seguíamos la huida de cuatro personajes en pos de un cómic. Un cómic maldito que trazaba la senda de un virus que podía reducir la fertilidad de la especie humana y que, por tanto, planteaba un exterminio encubierto de la humanidad. El capítulo final destapaba la conjura, separaba a los forzosos cuatro amigos y dejaba a Jessica en manos de quienes la habían perseguido, en especial de esa maquiavélica mujer, Milner, que descubría que la propia Jessica era portadora del virus. Nos quedamos con ganas de más, aunque la temporada tuviera unos episodios intermedios en los que el ritmo declinaba. Pero nos interesó la estética comiquera –esos colores vivos–, la parafilia conspiranoica y distópica y el rol prácticamente de videojuego de unos personajes que tenían que superar pruebas para desenredad la madeja, comenzando por la propia Jessica Hyde. Un año y medio después, ha llegado una segunda temporada que se ha iniciado con dos episodios en una misma semana y que, ya de entrada, suponen el mejor arranque serial de este verano.