Durante décadas millones de inmigrantes llegaron a
Ellis Island, un islote cerca de la costa de Nueva Jersey y con la
ciudad de Nueva York en el horizonte. A escasa distancia de la Estatua
de la Libertad, la isla fue la principal aduana del país y el lugar de
paso obligado para los inmigrantes que trataban de entrar en el país a
través del Atlántico. Aunque el país fue receptor de inmigrantes del
Viejo Mundo que, por diversos motivos, trataban de empezar una nueva
vida, el Gobierno federal impuso un férreo control desde finales del
siglo XIX, de modo que todos aquellos que llegaban enfermos o se les
consideraba "indeseables", por motivos penales o incluso morales, o bien
pasaban una cuarentena hasta que se decidía su destino, en el caso de
los primeros, o bien era denegada su petición de entrada al país y
deportados a sus lugares de origen. La imagen de una tierra de esperanza
y prometida pronto fue cayendo en el olvido y hasta mediado el siglo XX
se inspeccionó a los recién llegados, en busca de parásitos y
enfermedades, como si fueran ganado, y se expulsó a anarquistas, ex
convictos o "indecentes". El sueño de la Libertad que la Estatua cercana
les parecía prometer se truncaba en unos edificios que al mismo tiempo
se convertían para algunos en limbo no imaginado. Algo similar le sucede
a las hermanas Ewa (Marion Cotillard) y Magda, inmigrantes polacas que
llegan a Ellis Island huyendo de horrores en Europa (y las consecuencias
de la Gran Guerra) en 1921: Magda, enferma de tuberculosis, pasa a la
cuarentena durante un período de seis meses, mientras Ewa, acusada de
"relajada moral" está a punto de ser deportada... hasta que consigue la
ayuda de Bruno Weiss, un tipo con contactos que le ofrece un trabajo y
un lugar donde vivir... ocultándole que en realidad busca aprovecharse
de ella en negocios mucho más turbios.
29 de junio de 2014
28 de junio de 2014
Reseña de Una societat assetjada. Barcelona, 1713-1714 , de Albert Garcia Espuche
«La història s’escriu a cal notari.»
Josep Pla
Suele decirse que el día después de la rendición de Barcelona a las
tropas de las Dos Coronas borbónicas, francesa y española, las tiendas y
talleres abrieron sus puertas, los tenderos siguieron vendiendo sus
productos, la gente trabajando y los servicios públicos funcionando,
«con tranquilidad, como si dentro de la ciudad no hubiera sucedido cosa
alguna» (Francesc de Castellví, Narraciones históricas). Albert Garcia Espuche (n. 1951) rebaja el optimismo de esta idea: «aquello que realmente tuvieron que hacer los habitantes de Barcelona aquel "día después" y todavía durante días, semanas, meses y años, fue mucho más difícil que abrir las tiendas y los talleres, trabajar y mostrar una firme voluntad de rehacerse después de la derrota. La voluntad estaba, pero faltaba el resto de elementos» (traducción propia, pp. 627-628). Y es que la realidad mostraba que la
mayor parte de las casas de la ciudad estaban derruidas o muy
maltrechas, apenas había materias primas o productos elaborados, y
faltaban alimentos. De hecho, en los 414 días de asedio de la ciudad,
desde el 25 de julio de 1713, los barceloneses se habían acostumbrado al
hambre, a la falta de alimentos, a los precios caros y a un bloqueo por
parte de los asediadores que, en ocasiones, se relajaba y permitía la
llegada de algunos faluchos con alimentos. Lo que, sin embargo, sí
muestra la documentación es que los notarios siguieron trabajando y hubo
testigos en actos tan prosaicos como una boda (la del capitán del
regimiento de San Narciso Sebastià Molet y Leocàdia Comellas, en la
basílica de Santa María del Mar), funerales, bautizos, firmas de
testamentos o ingresos de soldados heridos en el Hospital de la Santa
Creu, debidamente registrados en el libro de entradas. Al día siguiente
se hicieron muchos testamentos, se ejecutaron inventarios y muchas
viudas llamaron a notarios para inventariar bienes de soldados, tenderos
y menestrales que habían muerto en los días precedentes. Barcelona
siguió latiendo, más lentamente, pero su corazón seguía vivo.
27 de junio de 2014
26 de junio de 2014
25 de junio de 2014
Canciones para el nuevo día (1458/687): "You've Got Time"
Regina Spektor - You've Got Time
Disco: Orange is the New Black: Music From the Original Series - soundtrack (2013)
24 de junio de 2014
23 de junio de 2014
Canciones para el nuevo día (1456/685): "When the Going Gets Tough, the Tough Get Going"
Billy Ocean - When the Going Gets Tough, the Tough Get Going
Disco: The Jewel of the Nile - soundtrack (1985)
21 de junio de 2014
Reseña de El último cortejo, de Laurent Gaudé
Son muchas las novelas que se han escrito sobre
Alejandro III, rey de Macedonia, conquistador y soberano de Asia.
Aléxandros ho Mégas, Alejandro el Grande, el incomparable. Quizá no haya
un personaje de la Antigüedad que haya perdurado tanto en la memoria
colectiva de la humanidad (occidental, claro está) desde hace más de dos
milenios. Los conquistadores (occidentales, por supuesto) posteriores
intentaron igualarlo, sin conseguirlo. La imitatio Alexandri
se extendió en Roma, ya desde Pompeyo Magnus (que desde jovencito hacía
divulgar entre sus tropas su parecido [!] físico con el macedonio.
César lloró ante un busto suyo cuando era cuestor: a su edad Alejandro
había conquistado todo un imperio y él apenas empezaba su carrera
política. Augusto visitó su tumba y le rompió la nariz al tocarlo;
cuando le quisieron mostrar los sepulcros de los Tolomeos dijo que había
ido a ver a un rey, no a unos cadáveres. Trajano quiso emularle y
conquistar el imperio parto, heredero del persa, y se dice que también
lloró cuando sus tropas no quisieron continuar adelante (como las del
macedonio en el Hífasis). Caracalla trató de emularlo, sin apenas
conseguir nada antes de ser asesinado. Juliano, llamado el Apóstata,
murió cuando a su misma edad luchaba contra otros persas (sasánidas) en
Mesopotamia. Su tumba en Alejandría era un monumento de visita y
reverencia obligada; desapareció como su cadáver en el siglo VII, con la
conquista islámica. Su recuerdo perduró entre los persas conquistados,
para quienes era Iskander la Serpiente, o Al-Iskandar al-Akbar entre sus
sucesores en el mundo islámico. En época medieval se escribió El Libro
de Alexandre, un poema, recreación fabulosa de su vida en la que el rey
tenía dotes fabulosas y sobrenaturales. La literatura, de Mary Renault a
Gisbert Haefs (quienes mejor lo han recreado en el género de la novela
histórica) ha mantenido la fascinación por Alejandro, por sus dotes
militares y políticas, por su sueño de unir dos mundos antagónicos, el
griego-macedonio y el persa, por unir civilizaciones, por hermanar a
unos y otros… o eso se contó y nos han contado. Pero Alejandro era
mortal (evidentemente) y quizá el hecho de que muriera en la gloria
siendo tan joven dejara una imagen tan sobredimensionada. Con El último
cortejo (Salamandra, 2013), el novelista francés Laurent Gaudé trata de
ser épico, pero de otra manera. Pues Alejandro era único, pero no dejaba
de ser un hombre.
20 de junio de 2014
19 de junio de 2014
Las puertas del Hades (relato)
«Pero la Fortuna frustró su alegría y confianza en su descendencia y en la disciplina de su casa. Las dos Julias, su hija y su nieta, se deshonraron con todo tipo de vicios, y las relegó [...] soportó con bastante más resignacion la muerte de los suyos que su deshonor. La perdida de Gayo y Lucio no le dejó, en efecto, tan abatido, mientras que, en lo concerniente a su hija, informó al Senado sin estar él presente y mediante un escrito leído por un cuestor, manteniéndose además, por vergüenza, alejado durante bastante tiempo de toda reunión, y pensando incluso en matarla. Lo cierto es que cuando, por el mismo tiempo, una de sus cómplices, la liberta Febe, puso fin a su vida ahorcandose, Augusto declaró que habría preferido ser el padre de Febe.»
Suetonio, Vida del divino Augusto, 65 (trad. de Rosa Mª Agudo Cubas, Gredos, 1992).
Oigo como golpea en la puerta, con rabia, lloriqueando y balbuceando excusas que no puedo creerme. Pronto se cansará y si Livia no ha enviado a un par de guardias para que se la lleven, aunque sea a rastras, es porque aún no se le ha ocurrido. Pero lo hará, estoy seguro de ello. Y se la llevarán, ya está decidido. Que desaparezca, que se hunda en el lodo de su corrupción, no quiero volver a saber de ella. Ya no es mi hija, está muerta, muerta, muerta… ¿Me oyes? ¡Estás muerta! ¡Deja de golpear mi puerta, no pienso abrirte! ¡Vete, no te quiero aquí! ¿Es que no me oyes? ¡Márchate! Si no se marcha ahora llamaré a la guardia, no quiero escuchar ni un solo alarido más. Es peor que las perras que chillan cuando las matan cuando les llega la hora, que esos gatitos que maúllan cuando los meten en un saco y los lanzan al río para que mueran. Pero yo sólo tuve una hija, sólo una. Ni un varón, sólo ella. Y la quise tanto, oh, los dioses saben cuánto la quise...
18 de junio de 2014
17 de junio de 2014
16 de junio de 2014
Crítica de cine: Sólo los amantes sobreviven, de Jim Jarmusch
El cine de Jim Jarmusch es de los más originales
en las últimas décadas. Independiente, rompedor, diferente. Hay
películas suyas que me interesan (Coffee and Cigarrettes, Flores rotas), otras que no tanto (Dead Man, Ghost Dog),
pero siempre tiene algo divergente con los cánones habituales que
ofrecer. Y en estos tiempos de adocenamiento del 3-D, de pirotecnia
visual y escasez de ideas, volver por los fueros de lo clásico, de lo
que siempre ha sido clásico y de lo que siempre será clásico, es una
bendición. Y nada más clásico que los vampiros. Pero no vampiros
adolescentes ñoños. No, el tema del vampiro merece una (re)lectura que
siga aportando algo, que saque lo mejor de un tema literario tan eterno
en un mundo posmoderno. Vampiros, literatura y posmodernidad: he ahí
tres patas que sostienen el banco sobre el que se levanta Sólo los
amantes sobreviven, una de las películas más interesantes del panorama
cinematográfico actual. En cierto modo, a medida que la veía pensaba en
películas como La mejor oferta
de Giuseppe Tornatore, en esa fastuosidad visual, ese manierismo de la
exquisitez de un envoltorio que importaba más que el contenido. Y con su
última película, Jarmusch consigue evocarme algo similar... aunque con
mejor historia que narrar.
13 de junio de 2014
12 de junio de 2014
11 de junio de 2014
Reseña de La estirpe de Leonor de Aquitania. Mujeres y poder en los siglos XII y XIII, de Ana Rodríguez
«Ni desesperadamente oprimidas, ni maravillosamente libres.»
Pensar en mujeres en la Edad Media es asimilar su papel a una
posición subordinada al preponderante rol masculino. Un rol masculino en
un mundo eminentemente masculino (como lo han sido todos, ¿verdad?).
Pensar en mujeres de los siglos XII y XIII como Leonor de Aquitania, su
nieta Berenguela de Castilla, Urraca de Castilla y León (hija de Alfonso
VI de ambos reinos y madre del imperator Alfonso VII), Blanca de
Castilla (madre de Luis IX de Francia) es acercarnos a mujeres únicas,
excepcionales en la gestión del poder y en la capacidad de decidir. Hubo
más Eloísas que Leonores, tengámoslo en cuenta. Y cuando estas mujeres
tuvieron acceso al poder, las crónicas de la época las presentaron como
viragos (mujeres con características viriles) o jezabeles (reinas
manipuladores y lujuriosas), merecedoras de críticas y de una
conveniente damnatio memoriae. El mundo de los hombres que ejercían,
ostentaban o aspiraban al poder necesitaba el olvido del rol de las
mujeres de las que habían heredado ese poder. Leonor de Aquitania
(1124-1204) se convirtió en símbolo de una época: dos veces reina (de
Francia y de Inglaterra), heredera del mayor ducado en el reino franco,
madre de diez hijos en sus dos matrimonios, protectora y animadora de
las ambiciones de varios de ellos contra el León inglés (cómo no
recordar a Katharine Hepburn en el papel de este personaje en El león en
invierno [1968]), guía de sus nietas (acompañó a la pequeña Blanca, hija del
rey Alfonso VIII de Castilla, a la corte del rey francés para
convertirla en la esposa del futuro Luis VIII) y mecenas del monasterio
de Fontevraud (donde moriría) simboliza a esas mujeres de la élite
medieval que estuvieron cerca y disfrutaron del poder. Su estirpe fue
numerosa: reinas en diversos territorios europeos, fundadoras de
monasterios, patrocinadoras de crónicas, mecenas del arte. Mujeres con
historias que contar, y a este empeño dedica Ana Rodríguez el delicioso
libro La estirpe de Leonor de Aquitania. Mujeres y poder en los siglos
XII y XIII (Crítica, 2014), una más que recomendable lectura.
10 de junio de 2014
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