Son muchas las novelas que se han escrito sobre
Alejandro III, rey de Macedonia, conquistador y soberano de Asia.
Aléxandros ho Mégas, Alejandro el Grande, el incomparable. Quizá no haya
un personaje de la Antigüedad que haya perdurado tanto en la memoria
colectiva de la humanidad (occidental, claro está) desde hace más de dos
milenios. Los conquistadores (occidentales, por supuesto) posteriores
intentaron igualarlo, sin conseguirlo. La imitatio Alexandri
se extendió en Roma, ya desde Pompeyo Magnus (que desde jovencito hacía
divulgar entre sus tropas su parecido [!] físico con el macedonio.
César lloró ante un busto suyo cuando era cuestor: a su edad Alejandro
había conquistado todo un imperio y él apenas empezaba su carrera
política. Augusto visitó su tumba y le rompió la nariz al tocarlo;
cuando le quisieron mostrar los sepulcros de los Tolomeos dijo que había
ido a ver a un rey, no a unos cadáveres. Trajano quiso emularle y
conquistar el imperio parto, heredero del persa, y se dice que también
lloró cuando sus tropas no quisieron continuar adelante (como las del
macedonio en el Hífasis). Caracalla trató de emularlo, sin apenas
conseguir nada antes de ser asesinado. Juliano, llamado el Apóstata,
murió cuando a su misma edad luchaba contra otros persas (sasánidas) en
Mesopotamia. Su tumba en Alejandría era un monumento de visita y
reverencia obligada; desapareció como su cadáver en el siglo VII, con la
conquista islámica. Su recuerdo perduró entre los persas conquistados,
para quienes era Iskander la Serpiente, o Al-Iskandar al-Akbar entre sus
sucesores en el mundo islámico. En época medieval se escribió El Libro
de Alexandre, un poema, recreación fabulosa de su vida en la que el rey
tenía dotes fabulosas y sobrenaturales. La literatura, de Mary Renault a
Gisbert Haefs (quienes mejor lo han recreado en el género de la novela
histórica) ha mantenido la fascinación por Alejandro, por sus dotes
militares y políticas, por su sueño de unir dos mundos antagónicos, el
griego-macedonio y el persa, por unir civilizaciones, por hermanar a
unos y otros… o eso se contó y nos han contado. Pero Alejandro era
mortal (evidentemente) y quizá el hecho de que muriera en la gloria
siendo tan joven dejara una imagen tan sobredimensionada. Con El último
cortejo (Salamandra, 2013), el novelista francés Laurent Gaudé trata de
ser épico, pero de otra manera. Pues Alejandro era único, pero no dejaba
de ser un hombre.
21 de junio de 2014
20 de junio de 2014
19 de junio de 2014
Las puertas del Hades (relato)
«Pero la Fortuna frustró su alegría y confianza en su descendencia y en la disciplina de su casa. Las dos Julias, su hija y su nieta, se deshonraron con todo tipo de vicios, y las relegó [...] soportó con bastante más resignacion la muerte de los suyos que su deshonor. La perdida de Gayo y Lucio no le dejó, en efecto, tan abatido, mientras que, en lo concerniente a su hija, informó al Senado sin estar él presente y mediante un escrito leído por un cuestor, manteniéndose además, por vergüenza, alejado durante bastante tiempo de toda reunión, y pensando incluso en matarla. Lo cierto es que cuando, por el mismo tiempo, una de sus cómplices, la liberta Febe, puso fin a su vida ahorcandose, Augusto declaró que habría preferido ser el padre de Febe.»
Suetonio, Vida del divino Augusto, 65 (trad. de Rosa Mª Agudo Cubas, Gredos, 1992).
Oigo como golpea en la puerta, con rabia, lloriqueando y balbuceando excusas que no puedo creerme. Pronto se cansará y si Livia no ha enviado a un par de guardias para que se la lleven, aunque sea a rastras, es porque aún no se le ha ocurrido. Pero lo hará, estoy seguro de ello. Y se la llevarán, ya está decidido. Que desaparezca, que se hunda en el lodo de su corrupción, no quiero volver a saber de ella. Ya no es mi hija, está muerta, muerta, muerta… ¿Me oyes? ¡Estás muerta! ¡Deja de golpear mi puerta, no pienso abrirte! ¡Vete, no te quiero aquí! ¿Es que no me oyes? ¡Márchate! Si no se marcha ahora llamaré a la guardia, no quiero escuchar ni un solo alarido más. Es peor que las perras que chillan cuando las matan cuando les llega la hora, que esos gatitos que maúllan cuando los meten en un saco y los lanzan al río para que mueran. Pero yo sólo tuve una hija, sólo una. Ni un varón, sólo ella. Y la quise tanto, oh, los dioses saben cuánto la quise...
18 de junio de 2014
17 de junio de 2014
16 de junio de 2014
Crítica de cine: Sólo los amantes sobreviven, de Jim Jarmusch
El cine de Jim Jarmusch es de los más originales
en las últimas décadas. Independiente, rompedor, diferente. Hay
películas suyas que me interesan (Coffee and Cigarrettes, Flores rotas), otras que no tanto (Dead Man, Ghost Dog),
pero siempre tiene algo divergente con los cánones habituales que
ofrecer. Y en estos tiempos de adocenamiento del 3-D, de pirotecnia
visual y escasez de ideas, volver por los fueros de lo clásico, de lo
que siempre ha sido clásico y de lo que siempre será clásico, es una
bendición. Y nada más clásico que los vampiros. Pero no vampiros
adolescentes ñoños. No, el tema del vampiro merece una (re)lectura que
siga aportando algo, que saque lo mejor de un tema literario tan eterno
en un mundo posmoderno. Vampiros, literatura y posmodernidad: he ahí
tres patas que sostienen el banco sobre el que se levanta Sólo los
amantes sobreviven, una de las películas más interesantes del panorama
cinematográfico actual. En cierto modo, a medida que la veía pensaba en
películas como La mejor oferta
de Giuseppe Tornatore, en esa fastuosidad visual, ese manierismo de la
exquisitez de un envoltorio que importaba más que el contenido. Y con su
última película, Jarmusch consigue evocarme algo similar... aunque con
mejor historia que narrar.
13 de junio de 2014
12 de junio de 2014
11 de junio de 2014
Reseña de La estirpe de Leonor de Aquitania. Mujeres y poder en los siglos XII y XIII, de Ana Rodríguez
«Ni desesperadamente oprimidas, ni maravillosamente libres.»
Pensar en mujeres en la Edad Media es asimilar su papel a una
posición subordinada al preponderante rol masculino. Un rol masculino en
un mundo eminentemente masculino (como lo han sido todos, ¿verdad?).
Pensar en mujeres de los siglos XII y XIII como Leonor de Aquitania, su
nieta Berenguela de Castilla, Urraca de Castilla y León (hija de Alfonso
VI de ambos reinos y madre del imperator Alfonso VII), Blanca de
Castilla (madre de Luis IX de Francia) es acercarnos a mujeres únicas,
excepcionales en la gestión del poder y en la capacidad de decidir. Hubo
más Eloísas que Leonores, tengámoslo en cuenta. Y cuando estas mujeres
tuvieron acceso al poder, las crónicas de la época las presentaron como
viragos (mujeres con características viriles) o jezabeles (reinas
manipuladores y lujuriosas), merecedoras de críticas y de una
conveniente damnatio memoriae. El mundo de los hombres que ejercían,
ostentaban o aspiraban al poder necesitaba el olvido del rol de las
mujeres de las que habían heredado ese poder. Leonor de Aquitania
(1124-1204) se convirtió en símbolo de una época: dos veces reina (de
Francia y de Inglaterra), heredera del mayor ducado en el reino franco,
madre de diez hijos en sus dos matrimonios, protectora y animadora de
las ambiciones de varios de ellos contra el León inglés (cómo no
recordar a Katharine Hepburn en el papel de este personaje en El león en
invierno [1968]), guía de sus nietas (acompañó a la pequeña Blanca, hija del
rey Alfonso VIII de Castilla, a la corte del rey francés para
convertirla en la esposa del futuro Luis VIII) y mecenas del monasterio
de Fontevraud (donde moriría) simboliza a esas mujeres de la élite
medieval que estuvieron cerca y disfrutaron del poder. Su estirpe fue
numerosa: reinas en diversos territorios europeos, fundadoras de
monasterios, patrocinadoras de crónicas, mecenas del arte. Mujeres con
historias que contar, y a este empeño dedica Ana Rodríguez el delicioso
libro La estirpe de Leonor de Aquitania. Mujeres y poder en los siglos
XII y XIII (Crítica, 2014), una más que recomendable lectura.
10 de junio de 2014
9 de junio de 2014
Crítica de cine: X-Men: días del futuro pasado, de Bryan Singer
Con X-Men: la batalla final
(2006) el universo de estos personajes de cómic parecía finiquitado:
muertos el profesor Xavier, Jean Grey y Scott, con la cura para la
mutación como una alternativa que, voluntaria (Pícara) o
involuntariamente (Mística, Magneto aparentemente...) y con un nuevo
escenario de plena y por fin pacífica convivencia entre humanos y
mutantes, las tramas parecían acabadas. Luego vinieron las precuelas con
Lobezno y, en 2011, el reboot de la saga con X-Men: primera generación,
que era volver a los personajes en sus orígenes. Para entonces, las
viejas caras habían sido sustituidas por nuevos rostros en los
personajes ya conocidos: Michael Fassbender como el joven Erik
Lehnsheer/futuro Magneto, James McAvoy como Charles Xavier, Jennifer
Lawrence como Raven/Mística (estableciéndose una relación muy cercana
entre los tres personajes), Nicholas Hoult como Hank McCoy... Quedaba
por conocer los personajes del futuro, pues nos trasladábamos al pasado,
a 1962 y la crisis de los misiles de Cuba. Con un malvado Sebastian
Shaw (Kevin Bacon) como elemento que daba alas a los mutantes del
pasado, y que tenía mucho que ver con Erik, la película de Mattew Vaughn
nos deparó un interesante reinicio, algo alejado de la esencia que
planteara Bryan Singer con las dos películas seminales de 2000 y 2002.
Doble pasado para una misma serie: los mutantes de Singer que
recordábamos como algo que ha había sucedido, y el salto atrás en el
tiempo con algunos de esos personajes cuatro décadas atrás. El único
personaje que faltaba para llenar el vacío entre ambos períodos/mundos
era Lobezno (Hugh Jackman), que tenía un momento hilarante en la
película de Vaughn. Ahora que Singer vuelve a sentarse en la silla de
director (en la película de 2006 fue productor ejecutivo, controlando
los hilos desde lejos), y tras la espantá de 2006, es precisamente Lobezno el elemento central de la nueva pelíciula, X-Men: días del futuro pasado.
6 de junio de 2014
5 de junio de 2014
4 de junio de 2014
Reseña de Tutankhamón. Vida y muerte de un faraón, de Christiane Desroches Noblecourt
No hay duda de que la figura de Nebjeperura
Tutankamón (c.1336-1327 a.C.) sigue despertando un enorme interés en el
lector aficionado a la egiptología. Hace un año y medio reseñaba el libro de Joyce Tyldesley sobre este faraón, una obra que aunando rigor y
amenidad nos acercaba a la etapa final de la dinastía XVIII, al período
amarniano y a la vida de este personaje, rastreando con detalle las
numerosísimas evidencias que Howard Carter encontrara en las
excavaciones en el Valle de los Reyes en 1922, y que luego catalogaría y
comentaría en tres volúmenes de un enorme valor historiográfico.
Comentaba entonces que el libro de Tyldesley constituía un atractiva
apuesta para el lector interesado en la materia, pues suponía una
actualización respecto a obras anteriores, destacando para el lector en
español obras como Todo Tutankamón. El rey. La tumba. El tesoro real de
Nicholas Reeves, el gran especialista sobre el tema (2001; edición
original en inglés de 1990), y Tutankhamón: vida y muerte de un rey niño
de Christine El Mahdy (2002; edición original inglesa de 1996). Y
mencionaba también Vida y muerte de un faraón. Tutankhamen de Christiane
Desroches Noblecourt (1989; edición original inglesa de 1963), editado
por primera vez en castellano por la editorial Noguer en 1964. Y hete
aquí que Editorial Confluencias rescata el libro de Mme. Desroches
Noblecourt, bajo el título Tutankamón. Vida y muerte de un faraón, en una
excelente y muy visual edición, y con la exquisita traducción de José
Miguel Parra, destacado egiptólogo español.
3 de junio de 2014
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