Siempre tengo ideas en la cabeza, aunque no
siempre las plasmo negro sobre blanco. Y tengo un blog... imperdonable,
me dirían algunos. Pues vamos a ponerlas aquí, esos relatos que se
escribieron... y los que escribiré... espero. No sé si esto tendrá
continuidad, pero nunca se sabe... soy voluble y olvidadizo. Veremos...
De momento posteo uno de los dos relatos que presenté en el V Concurso
de Relatos Históricos Hislibris, que superó la fase de la votación
popular... y que no llegó a más; el otro, Un escenario en penumbra, sí
fue publicado en la antología del concurso.
El sol del mediodía ha calentado
la piedra, pero la mano que la acaricia sólo siente una ligera frialdad. La
textura lisa del mármol reconforta al anciano, a pesar de un ligero escalofrío.
Sus dedos recorren el rostro pétreo: los pliegues de la barbilla, los pómulos,
la nariz. Rodean las hendiduras de las cuencas oculares, se entretienen en las
cejas. Quisieran perderse entre los recovecos que la corona de laurel deja
entre los lacios y pétreos cabellos. El anciano se aleja unos pasos, observa el
busto, no puede evitar fijarse en la mirada. Apagada, fría como la propia piedra,
sin vida. Recuerda entonces aquellos otros ojos, negros, llenos de vida,
mirándole fijamente la noche antes de que todo estallara. Fue durante una cena
entre amigos, unos pocos amigos, hace ya tantos años… Entonces era joven, se
sentía joven. Tenía ilusiones, sueños, ambiciones. Hubo un momento, recuerda,
en el que los ojos negros del invitado no se apartaron de él; de pronto sintió que
podían ver en su alma y temió que descubrieran el pozo sin fondo de la ambición…
una ambición que, ahora lo sabe, fue la causa de su catastrófico declive. Hace
tiempo, mucho tiempo: antes de que el odio lo consumiera por dentro hasta dejar
una vieja, amargada y vacía cáscara.