Luis García Berlanga tenía fijación por el
Imperio austro-húngaro. A menudo los personajes de sus películas (Luis
Escobar, por ejemplo) lo mencionaban. ¿Qué le hacía gracia, la añoranza
por un fósil imperial que desapareció o la propia mención del nombre? Un
personaje de ficción como el abominable Montgomery Burns de Los
Simpsons se pone a cantar, en un capítulo de la serie, el himno del
Imperio austro-húngaro (muy libremente y en lugar del estadounidense),
cuando inaugura un ostentoso y horrendo palacio de deportes. Tiene que
ser su fiel ayudante, el señor Smithers, quien le susurre «señor, el
Archiduque ha muerto», para consternación del magnate (que tampoco conoce la historia posterior a dicho imperio). Pero el Imperio
austro-húngaro existió, lo sabemos todos, aglutinando diversas y
múltiples nacionalidades, acabando como el rosario de la aurora y no
importándole a prácticamente a nadie. Bien, menos al Káiser Karl, que en
sus últimos años de vida trató de aferrarse, al menos, a la corona de
Hungría, sin que sus ex súbditos se acordaran de él; entra en las
curiosidades de la Historia, por otro lado, que su sucesor en el
gobierno de Hungría, el almirante Horthy –en un país que tras el Tratado
de Trianon (1920) perdió sus costas, lo cual resulta aún más curioso–, se
mantuviera en el poder hasta su caída en 1944 como «regente»… de un
reino sin rey, ni deseo alguno de que se lo esperara.