Hannah Arendt (1906-1975) es una referencia ineludible en filosofía, antropología, ciencias políticas e historia. Obras como Los orígenes del totalitarismo (1951), Sobre la revolución (1963) Sobre la violencia (1970) y, para el caso que nos toca, Eichmann en Jerusalén. Informe sobre la banalidad del mal
(1963), entre otras, son libros esenciales y que conviene leer y dejar
que el poso de la reflexión se asiente tras la lectura. Su biografía es
apasionante, también: alumna (y algo más) de Martin Heidegger, huyó de
Alemania cuando los nazis llegaron al poder e intuyó que no iban a ser
buenos tiempos para los judíos, como ella misma. Refugiada en Francia,
cuando los alemanes invadieron el país fue internada en el campo de
concentración de Gurs, hasta que pudo conseguir pasaportes y marcharse
con su marido, Heinrich Blücher, a Estados Unidos. No lo tuvo fácil
allí, pues tardó hasta 1951 en conseguir la nacionalidad estadounidense;
hasta entonces fue considerada una apátrida (al haberle retirado los
nazis la nacionalidad). Una vez instalada en Nueva York, colaboró con
organizaciones sionistas, ayudando a judíos a escapar de Alemania y, más
adelante, a instalarse en Israel. Profesora visitante y titular en
diversas universidades y centros de estudios (Berkeley, Princeton, Yale,
Chicago...) enfocaría sus estudios a la filosofía política. Y ya en
1961 viajaría a Jerusalén para asistir, como articulista para The New Yorker,
al juicio de Adolf Eichmann. Este juicio y las repercusiones de los
artículos/libro de Arendt son la base de la película de Margarethe von
Trotta.