Ajustar cuentas con el Mayo del 68 parecía ser la
sensación hace cinco años en algunos medios de comunicacion, en
aquellos que con la perspectiva que tramposamente les daba el paso del
tiempo con quienes vivieron aquella época. En parte es lo que tienen las
conmemoraciones y recuerdo con cierta perplejidad algunas críticas al
legado del mayo francés de cuando entonces se cumplieron cuarenta años.
Obviamente, lo que se pretendió en aquel año no caló ni creó tendencia
en la población general. Pero tampoco hay que olvidar que para mucha
gente entonces lo que sucedió en París, lo que sucedía en otros lugares
del mundo (México, Estados Unidos con Vietnam, los Juegos Olímpicos del
Black Power, Checoslovaquia...), fue vivido con entusiasmo, con
esperanzas de que algo cambiaba. Los lemas de entonces ("prohibido
prohibir"), los adoquines de las calles que eran utilizados como armas
arrojadizos y con los que se elevaban barricadas, la efervescencia del
momento, del ahora y el aquí, no pasó en balde. No sólo fueron jóvenes,
fueron huelgas en fábricas y empresas, fue un clima que desbordó a las
autoridades políticas. Y no acabó en ese año, aunque el ruido sí
pareciera cesar. Del después de mayo quiere hablar en su última película
un director comprometido como Olivier Assayas (Carlos).
Y lo hace con un punto de vista que huye tanto de la idealización
simplista como de una nostalgia que pueda enmascarar la crítica. Pero
sin ajustar cuentas.
Después de mayo nos lleva a un instituto cercano a París en 1971. A un
viaje iniciático a Italia. A unos personajes jóvenes, apenas superada la
adolescencia, que se dejan llevar por el eco de la revolución. Gilles
(Clément Métayer) tiene 18 años, quiere ser pintor, vende fanzines
políticos en la salida de clase, participa en manifestaciones y actos de
protesta, acude a reuniones con compañeros y camaradas, no se muestra
conforme con la línea política del grupo al que pertenece (anarquista),
critica a los comunistas, desprecia a la burguesía (empezando por su
padre), vive el amor y el sexo con libertad y franqueza, no exenta de
inmadurez. Es un joven postsesentayochista que en realidad no sabe lo
que quiere ni hacia dónde se dirige. Assayas lo erige en protagonista de
su película (¿quizá en alter ego de sí mismo en su juventud?) pero no
monopoliza en él la trama: Christine, camarada de grupo y con quien se
relaciona tras dejarle su novia, y que siempre le echa en cara no saber
lo que quiere o, más bien, hacer siempre lo que le da la gana;
Jean-Pierre, el compañero de acciones nocturnas y que acaba pagando el
pato; Leslie, la joven estadounidense que se enamora de su amigo Alain,
también dibujante y también sin las ideas demasiado claras... todos
ellos son personajes en constante movimiento, buscando la esencia de la
revolución a su manera, su ritmo y sus consecuencias. Sobre ellos
Assayas pone el peso de una trama que parece cosida a retazos, más que
mostrada linealmente. Una trama que se pierde (conscientemente) en
actitudes, detalles, fanzines, canciones, documentales, lecturas... que
en muchos caso pueden parecernos banales, sin sentido hoy en día. Pero
que, a poco que echemos atrás nuestros propios recuerdos, son naturales
por lo verídico, lo vivido. Escuchando a Gilles y sus camaradas recordé
mis tiempos de facultad, de conversaciones y charlas sobre la
revolución, el marxismo; de códigos de vestimenta y chapas en la solapa;
de compromisos cumplidos y otros abandonados. Mis mediados años noventa
universitarios en muchos aspectos no diferían de aquellos primeros
setenta. Por eso la película me parece tan verosímil en evocar
actitudes, anhelos y recuerdos.
Assayas no trata de construir un ajustado retrato de la época... pero lo
es. En la óptica de los personajes. En el modo de mostrar como unos
dibujos, unos fanzines, unas pintadas en la pared, una acción nocturna
que no sale del todo bien, formaban parte del momento revolucionario.
Después de mayo. Después del 68. Los personajes nos pueden parecer
coherentes, caprichosos, inmaduros, pero sienten y actúan como creen que
deben hacerlo en aquellos meses, aquel año de 1971. Militancia política
y descubrimiento personal: en y del amor, del mundo, del lugar que nos
rodea, de los miedos del presente (ya pasado) y del futuro que no parece
halagüeño. Con pulso firme, a veces nervioso, Assayas nos mete en medio
de una manifestación, en una pintada nocturna, en un tren que va a
Italia, en una fiesta que acaba con fuego, en mítines y reuniones. Nos
traslada a momentos de contradicción constante, de crítica de la
ortodoxia de partido y de sueños que se pretendía hacer realidad con la
acción. Gilles parece ser tan inmaduro como el director pretende
mostrarlo, y como desde fuera debía verse a esos grupos de jóvenes
desharrapados que en vez de labrarse un futuro lo prefieren dilapidar en
movimientos hacia ninguna parte. Y sin embargo Gilles y sus
amigos/camaradas son tan reales, tan coherentes consigo mismos, como
desde dentro puede dilucidarse.
Película que no es para todos los paladares, ni pretende serlo. En
tiempos de estridencias visuales, el filme de Olivier Assayas parece
anacrónico y fuera de toda perspectiva. Mirar hacia atrás sin ira...
pero también sin vendas en los ojos. Esos fueron los "después de mayo",
trata de decirnos. Esos fueron nuestros amores de juventud. Nuestros
sueños. Nuestros fracasos.
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