Si tenía ganas de ver esta película no era tanto
por el personaje de Supermán, que me deja más bien frío. Sin ser un
comiquero de pro, y aún habiendo diversas versiones de un personaje que
acaba de cumplir 75 años de vida (que ya es decir), siempre me pareció
bastante sosaina. y recuerdo con decepción cuando de pequeño vi las
películas de Richard Donner protagonizadas por Christopher Reeves, aunque
ciertamente salvo la 2ª, con precisamente parte de la trama que llegó
con esta nueva versión del tipo que lleva los calzoncillos por encima de
las mallas. La versión de Bryan Singer en 2006 fue un quiero y no
puedo, pero tenía esperanzas, o más bien curiosidad por saber qué había
hecho Zack Snyder con este nuevo reboot de la franquicia (¿habrá más
película?). Sí, el tipo que parió 300 y Watchmen, dos películas que en
cuanto a elemento visual y guión (respectivamente) son de una altísima
calidad. Y es que además en el nuevo Supermán, que trata de marcar
distancias recuperando el nombre El Hombre de Acero, hay detrás personas
que te hacen sentir buenas vibraciones: no sólo Snyder dirigiendo el
asunto, sino el guión de Alex Goyer y la producción de Christopher
Nolan. Y eso si no sólo nos conformamos con el elenco interpretativo:
Michael Shannon como el general Zod, Kevin Costner (no sí es un
aliciente) y Diane Lane como los padres terrestres del superhéroe, Amy
Adams como Lois Lane (no cuaja, sin embargo), Laurence Fishburne como el
director del Daily Planet, Harry Strannix como un militar que debe
hacer frente a la amenaza que llega del espacio... e incluso Toby Ziegler
de El ala oeste de la Casa Blanca (uséase, Richard Schiff) como un
cientiífico. Vamos, que medios, ideas y buenos actores (añadamos a Henry
Cavill, AKA Brandon de Los Tudor) para acabar de crear expectativas.
Pero lo que menos me esperaba es que Zack Snyder no hiciera de sí mismo.
Y peor aún, que hiciera de Michael Bay y jugara, en esos 45 minutos
finales, a hacer un Transfomers
en Metrópolis o un extraño homenaje al cine de catástrofes de los años
setenta. Pero para llegar a eso, a esa batalla entre edificios que se
derrumban, coches que vuelan, gente corriendo y sufriendo, subidas y
bajadas estratosféricas, parafernalia sonora mareante y muchas
destrucciones generadas por ordenador que a la postre cansan, y cansan
mucho. La historia trata de ser diferente, y en cierto modo lo es. El
prólogo (de hecho, una buena primera parte de la película) nos traslada a
Krypton, su destrucción, el golpe de mano del general Zod y el envío in
extremis del recién nacido Kal-El a la Tierra por parte de su padr
Jor-El (Russell Crowe, vivo u hologramizado). Luego asistimos a cómo el joven Khal, alias
Clark Kent, se erige en involuntario salvador de la humanidad, paso a
paso, con constantes flashbacks a momentos determinados de su vida
terrestre. Todo ello para preparar a todo el mundo, personajes y
espectadores, a la batalla quye debe llegar, con Krypton y la Tierra
como doble excusas... y que acaba siendo tan cansina.
La ingenuidad de las películas de Reeves (las dos primeras, olvidemos el resto) en la manera de presentar al héroe, aquí brilla por su ausencia; normal, no nos tragaríamos de nuevo a un tipo que lleva el traje de superhéroe debajo de la ropa de calle, que se pone unas gafas y nadie reconoce (estuvo bien ese guiño final paródico en esta ocasión), y que es visto y aceptado como una fuerza amable de la naturaleza, alguien que alva a la gente porque sí. No, la desconfianza (como es lógico) rodea a este ser venido de fuera y que es percibido antes como un enemigo que otra cosa; especialmente desde la óptica estadounidense, por mucho que el tipo diga que se crió en Kansas y que no por ser de fuera se siente menos "americano". Lecturas internas de la película en este sentido, junto a la globalización del mensaje de Zod cuando llega a la Tierra o la falta de inocencia en un personaje como Lois Lane (y su jefe), dan juego. Pero todo ello queda supeditado a que haya hostias y mamporros, sonidos siderales y destrucciones sin fin. Ya se percibe una cierta avatarización en el alargado prólogo en Krypton, así como una tecnificación hiperdramatizada, demérito en el primer caso (¿realmente lo necesitaba?), más interesante lo segundo. Añadamos una cierta tendencia a diálogos impostados, carne para frases grandilocuentes, y que sobrevuela toda la película; vale, se dirá, es una película de superhéroes, de mundos superiores, de valores que están por encima del cotidiano discurso humano, pero hubiera preferido que todo tuviera una cierta coherencia formal, entre lo que se muestra (y cómo) y lo que se cuenta (y cómo). Había diálogos y situaciones similares en 300 y Watchmen, pero ahí había un director que tenía las ideas claras; aquí todo se supedita a esa espectacularidad grandilocuente que acaba provocando hartazgo.
La película no es mala, sino excesiva. Hiperexcesiva. Macroexcesiva que lo flipas, nen. Trata de apabullar y acaba siendo ridícula en algunos momentos. Grandilocuente es un adjetivo que se le queda pequeño; trata de hacerlo todo a lo grande. ¿Que quieres espectacularidad? No te preocupes, que te vas a empachar. La desmesura es la seña de identidad de un producto que acaba siendo eso, un Transformers que no esperaba encontrar, ni de lejos. Con muchos guiños al espectador de las películas anteriores y a los lectores de los cómics (de Smallville a Lex Luthor) y con un guión que se sale de madre. Que trata de hilvanar diversas ideas y fetiches (la kryptonita como mucho más que el punto débil el superhéroe, la lucha del Bien contra el Mal, Zod como un genocida en potencia y un protector de su mundo, Kal-El como un nuevo Prometeo) pero acaba por ser una olla podrida, un mejunje que cuesta digerir. Y eso que, insisto, tiene algunas ideas interesantes... pero dependientes de la necesidad de ser un blockbuster... y vamos sí lo es. Y eso es precisamente lo que no necesitaba. Añadamos un estridente score de Hans Zimmer, en su línea grandilocuente (que ya de por sí suele serlo). ¿Ni siquiera un mísero homenaje al Superman's Theme de John Williams? Al menos John Ottman lo hizo en la versión de 2006...
Personalmente iba al cine con la simple intención de pasar un buen rato, sin esperar nada extraordinario. Y he acabado agotado con tanto fuego de artificio banal. Lo que no me esperaba es que Zach Snyder renunciara a ser él mismo...
La ingenuidad de las películas de Reeves (las dos primeras, olvidemos el resto) en la manera de presentar al héroe, aquí brilla por su ausencia; normal, no nos tragaríamos de nuevo a un tipo que lleva el traje de superhéroe debajo de la ropa de calle, que se pone unas gafas y nadie reconoce (estuvo bien ese guiño final paródico en esta ocasión), y que es visto y aceptado como una fuerza amable de la naturaleza, alguien que alva a la gente porque sí. No, la desconfianza (como es lógico) rodea a este ser venido de fuera y que es percibido antes como un enemigo que otra cosa; especialmente desde la óptica estadounidense, por mucho que el tipo diga que se crió en Kansas y que no por ser de fuera se siente menos "americano". Lecturas internas de la película en este sentido, junto a la globalización del mensaje de Zod cuando llega a la Tierra o la falta de inocencia en un personaje como Lois Lane (y su jefe), dan juego. Pero todo ello queda supeditado a que haya hostias y mamporros, sonidos siderales y destrucciones sin fin. Ya se percibe una cierta avatarización en el alargado prólogo en Krypton, así como una tecnificación hiperdramatizada, demérito en el primer caso (¿realmente lo necesitaba?), más interesante lo segundo. Añadamos una cierta tendencia a diálogos impostados, carne para frases grandilocuentes, y que sobrevuela toda la película; vale, se dirá, es una película de superhéroes, de mundos superiores, de valores que están por encima del cotidiano discurso humano, pero hubiera preferido que todo tuviera una cierta coherencia formal, entre lo que se muestra (y cómo) y lo que se cuenta (y cómo). Había diálogos y situaciones similares en 300 y Watchmen, pero ahí había un director que tenía las ideas claras; aquí todo se supedita a esa espectacularidad grandilocuente que acaba provocando hartazgo.
La película no es mala, sino excesiva. Hiperexcesiva. Macroexcesiva que lo flipas, nen. Trata de apabullar y acaba siendo ridícula en algunos momentos. Grandilocuente es un adjetivo que se le queda pequeño; trata de hacerlo todo a lo grande. ¿Que quieres espectacularidad? No te preocupes, que te vas a empachar. La desmesura es la seña de identidad de un producto que acaba siendo eso, un Transformers que no esperaba encontrar, ni de lejos. Con muchos guiños al espectador de las películas anteriores y a los lectores de los cómics (de Smallville a Lex Luthor) y con un guión que se sale de madre. Que trata de hilvanar diversas ideas y fetiches (la kryptonita como mucho más que el punto débil el superhéroe, la lucha del Bien contra el Mal, Zod como un genocida en potencia y un protector de su mundo, Kal-El como un nuevo Prometeo) pero acaba por ser una olla podrida, un mejunje que cuesta digerir. Y eso que, insisto, tiene algunas ideas interesantes... pero dependientes de la necesidad de ser un blockbuster... y vamos sí lo es. Y eso es precisamente lo que no necesitaba. Añadamos un estridente score de Hans Zimmer, en su línea grandilocuente (que ya de por sí suele serlo). ¿Ni siquiera un mísero homenaje al Superman's Theme de John Williams? Al menos John Ottman lo hizo en la versión de 2006...
Personalmente iba al cine con la simple intención de pasar un buen rato, sin esperar nada extraordinario. Y he acabado agotado con tanto fuego de artificio banal. Lo que no me esperaba es que Zach Snyder renunciara a ser él mismo...
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