[23-XII-2010]
Pues ayer, en una tarde lluviosa, fui a verla al cine. Éramos pocos, la verdad, ningún chaval joven, lo cual ya significa algo.
Jorge VI (1895-1952, r. desde 1936), nacido Alberto Federico Arturo
Jorge de Windsor, no estaba destinado a ser rey del Reino Unido y
(último) emperador de la India. Con una infancia difícil, en momentos en
que el amor y el cariño era un elemento secundario, nunca reflejado
públicamente, Bertie (como le llamaban en la intimidad) arrastró una
tartamudez que, en ocasiones, se convirtió en cuestión de Estado. Duque
de York, siendo su hermano mayor David el príncipe de Gales (y efímero
rey Eduardo VIII), su padre Jorge V llegó a tacharlo de cobarde por no
superar sus problemas de dicción. Como miembro preeminente de la casa
real, Bertie debía dar discursos, en ocasiones radiados, por lo que su
tartamudez era conocida por todo el imperio británico. Y, por ello, a
priori no estaba destinado a reinar jamás. Pero la abdicación de Eduardo VIII,
que se negó a romper con la divorciada estadounidense Walllis Simpson y
con la que pretendía casarse, un escándalo mayúsculo para quien era el
jefe de la religión anglicana, llevó a Bertie, ya Jorge VI, al trono en
1936. En momentos difíciles: el auge de los fascismos en Europa, la
amenaza creciente del expansionismo alemán con Hitler a la cabeza, la
flaqueza de los gobiernos británicos de Baldwin y Chamberlain para
hacerle frente, el inicio del fin del imperio británico, una guerra
mundial, bombardeos sobre territorio británico,... a todo ello debió
hacerle frente un rey inseguro, traumatizado por sus problemas de
dicción, pero que se mostró tremendamente dispuesto a ser el líder de su
pueblo. Y para los británicos quedará el recuerdo de su rey, a pie de
calle, visitando el Londres en ruinas, preocupándose por sus súbditos. Y
su esposa, Isabel Bowes-Lyon, la casi eterna Reina Madre, aún supo
ganarse más el cariño de un pueblo que siempre, en pocas palabras, la
adoró.