«¿Por qué el año 428 d.C.?». Es la pregunta que uno se hace al coger este libro de la mesa de novedades, leer la contraportada, ver el índice de contenidos y hojearlo un poco a vuelapluma. ¿Qué tiene de especial este año? Ciertamente, no parece que fuera un año en el que sucedieran grandes hechos. No al menos, y si nos situamos en ese período histórico, como el 410, cuando Alarico saqueó Roma (todo un trauma para el imaginario colectivo… ¿o no?); o el 451 y la batalla de los Campos Catalaúnicos, la derrota de los hunos de Atila ante el combinado romano-«bárbaro» dirigido por Aecio; o, cómo no, el 476, cuando el último emperador romano de Occidente (o quizá el penúltimo, si nos ponemos en la óptica de Julio Nepote) fue depuesto por el hérulo Odoacro.