Un 3 de octubre de 52 a.C. el caudillo galo
Vercingétorix se rendía al procónsul romano Gayo Julio César a los pies
de las murallas del oppidum de Alesia, tras un asedio por partida doble
–primero de la ciudad por parte de los romanos, y después de éstos por
parte de un ejército galo que acudía al rescate de los sitiados– que
duró varias semanas y cuya resolución fue el canto del cisne de la
rebelión que había empezado a principios de aquel año. Una rebelión que, por primera vez, trataba de presentar unidos a los diversos pueblos o tribus de la Galia frente al conquistador romano. Todo empezó con las consecuencias de la rebelión del belga Ambiórix
en el otoño del año 54 a.C., que causó la destrucción de una legión, al
mando de los legados Lucio Aurunculeyo Cota y Quinto Titurio Sabino, que
salieron engañados del campamento de Aduatuca y fueron masacrados en el
bosque. Otro legado, Quinto Tulio Cicerón, fue asediado en su
campamento cerca de la actual Namur, hasta que fue rescatado por César.