Desde el siglo XI Cruzada y Reconquista fueron dos procesos que se desarrollaron en paralelo en la Península Ibérica, escenario de campañas militares en las que participaron combatientes procedentes de los principados, reinos y ciudades europeos. Los profesores García Fitz y Novoa Portela ofrecen en Cruzados en la Reconquista (Marcial Pons, 2014) un estudio global sobre la presencia de estos cruzados en la lucha contra el Islam, al mismo tiempo que aportan un excelente estado de la cuestión sobre la Cruzada y la Reconquista en la historiografía actual…. hasta la publicación del libro en 2014, claro está. Y es que el tiempo no pasa en balde y nuevas publicaciones relacionadas con ambos conceptos han llegado (y llegarán) a las mesas de novedades de librerías, aunque en algunos (bastantes) casos, al ser fruto de simposios, encuentros y congresos, muchos de sus resultados se quedan en un entorno académico al que el lector común a menudo no llega. Así, desde la publicación de este libro, dos años después del boom editorial relacionados con el octavo centenario de Las Navas de Tolosa y el aluvión de publicaciones, en monografía y en novela, hemos tenido algunos títulos la más de interesantes relacionados con ambos conceptos.
Indirectamente, y apenas un año antes, llegó La conquista islámica de la península Ibérica y la tergiversación del pasado de Alejandro García Sanjuán (Marcial Pons, 2013), que tuvo en 2019 una segunda y ligeramente ampliada edición en la misma editorial; de hecho, y al respecto de la utilización política del concepto de «Reconquista» por parte de algún partido político de ámbito nacional, y en cierto modo en relación con el debate historiográfico que ya apuntaban García Fitz y Novoa Portela en su volumen, García Sanjuán dedicó toda una serie de tuits en el TL de su cuenta de Twitter a finales del verano de 2022, recopilando definiciones de Reconquista por parte de una larga serie de historiadores; ha seguido García Sanjuán desde entonces, generándose una notable polémica en esta red social. Otras obras de este historiador, como Yihad. La regulación de la guerra en la doctrina islámica clásica (Marcial Pons, 2020), ayudan a entender otros conceptos sobre este mismo período, en este caso la «guerra santa islámica»- Por su parte, en 2018 Philippe Sénac y Carlos Laliena Corbera publicaron 1064, Barbastro, Guerre sainte et djihâd en Espagne (Gallimard) sobre esta «protocruzada»–tuvo una traducción por parte de Alianza Editorial en septiembre de 2020, y en cuya reseña en el original francés ya incidíamos en aspectos que García Fitz y Novoa Portela tratan en un capítulo de su libro; ambos libros, pues, devienen complementarios en temas y enfoque y apuntan a la constante reflexión que los historiadores hacen de Cruzada y Reconquista. Y a ellos se puede añadir el también recinete volumen colectivo La Reconquista: ideología y justificación de la guerra santa peninsular, coordinado por Calos de Ayala Martínez, Isabel Cristina Ferreira Fernandes y J. Santiago Palacios Ontalva (La Ergástula, 2019); hojéese el índice de contenidos.
Valgan a esas referencias unas menciones más y sin ánimo de exhaustividad (imposible), y que se unen a obras como Los ejércitos del cielo. La Primera Cruzada y la búsqueda del Apocalipsis de Jay Rubenstein (Pasado y Presente, 2012), el muy estimulante The First Crusade: The Call from the East de Peter Frankopan (Belknap Press, 2012) –y que recientemente llegó traducido a cargo de Editorial Crítica: La Primera Cruzada. La llamada de Oriente (2022)– u obras de corte más divulgativo de Thomas Asbridge como Las Cruzadas. Una nueva historia de las guerras por Tierra Santa (Ático de los libros, 2019; edición original de 2010) y La Primera Cruzada. Una nueva historia de Thomas Asbridge (Ático de los Libros, 2021; edición original de 2005), y Los cruzados. La épica historia de las guerras por Tierra Santa de Dan Jones (Ático de los libros, 2020; edición original de 2019); obras que continúan la senda de clásicos como la Historia de las Cruzadas de Steven Runciman (Alianza Editorial, 2008), que recoge en un solo tomo los tres volúmenes publicados originalmente entre 1951 y 1954 (y que en castellano se tradujeron por primera vez en 1973), y estudios más recientes como Las guerras de Dios. Una nueva historia de las Cruzadas de Christopher Tyerman (Editorial Crítica, 2007; edición original de 2006) o ¿Qué fueron las Cruzadas? de Jonathan Ryley-Smith (Acantilado, 2012; edición original de 1977, 1992, 2002), y sobre la que, en particular, García Fitz y Novoa Portela hacen especial incidencia en el primer capítulo de su libro.
¿Vamos con este libro? Breve, apenas 190 páginas (bibliografía e índices aparte), pero de las que saca mucho partido y con un gran aparato crítico en las numerosas (y utilísimas) notas a pie de página. El tema es claro, el enfoque acertado y las conclusiones sólidas, y abriendo la puerta a nuevas aportaciones. En un primer capítulo, «Reconquista vs Cruzada», ambos autores recogen un amplio debate historiográfico (hasta 2014, claro está) sobre ambos conceptos por separado y lo que tienen en común después; quizá los menos interesados en los debates entre historiadores prefieran saltárselo, pero sería un craso error, pues ofrece una espléndida panorámica (aunque también, suponemos, no exhaustiva) de autores que han reflexionado sobre los conceptos tratados en este capítulo. La Cruzada fue un proceso promovido desde Roma y comparte con la Reconquista hispánica (de discutible significado y alcance, como aún seguimos viendo en apropiaciones por parte de partidos políticos muy conservadores) la guerra contra el Islam y la recuperación de tierras perdidas por la Cristiandad; pero el proceso reconquistador (o de “regnicolización”, como definen los autores) estuvo bajo el control y la promoción de los reyes cristianos de la Península. Hubo, especialmente en el siglo XII y hasta Las Navas de Tolosa, una sinergia de ambos movimientos, con la presencia de numerosos cruzados en campañas contra al-Andalus y con la Cruzada como empresa (e ideología religiosa) desarrolladas.
Si el capítulo segundo, «Antes de las Cruzadas: guerreros europeos y en la temprana reconquista hispánica», incide en expediciones como la de Barbastro en 1064 que Sénac y Laliena Corbera tratan en detalle en su estudio, los capítulos tercero, «Cruzados en la Reconquista hispana (1096-1217)» y «Cruzados de paso hacia Tierra Santa (1096-1217)», en cierto modo paralelos, versan sobre las campañas de conquista de Zaragoza (1118) y Tortosa (1148), así como expediciones a las Baleares (1113-1114), Málaga (1125) y Almería (1147) se ampararon bajo el emblema cruzado, con apoyo especial de los papas de Roma, que, como Tierra Santa, consideraron al-Andalus, el ámbito báltico o la herejía cátara escenarios de Cruzada; Las Navas de Tolosa en 2012 sería un claro ejemplo de predicación de la Cruzada, aunque los combatientes ultramontanos se retiraron antes de la batalla por desavenencias con Alfonso VIII de Castilla.
Hubo también cruzados de paso hacia Tierra Santa, como se explicita en el cuarto capítulo, y que colaboraron en la conquista y expansión de Portugal; cruzados que peregrinaron a la tumba de Santiago en Compostela y que ayudaron a reinos en formación, como el luso o la corona de Aragón, en campañas como la conquista de Lisboa (1147) en paralelo con la Segunda Cruzada. Cruzados que añadían una muesca más a la serie de indulgencias que conseguirían en Tierra Santa con su participación en estas campañas, aunque no sin fricciones con los monarcas que los utilizaban, como el portugués Afonso Henriques, que cargó en ellos el grueso de las operaciones que condujeron a la toma de Lisboa. De hecho, a menudo hubo quejas por el hecho de que este rey portugués o el citado Alfonso VIII de Castilla, que trató de desviar gran parte del esfuerzo cruzado a su guerra contra Fernando II de León, utilizaran a los cruzados de paso en misiones particulares; el Papado romano, a su vez, y aunque siempre trató como cruzadas –del mismo modo que en el Báltico o contra los cátaros– las campañas en suelo hispano, no quiso que se mezclaran las expediciones a Tierra Santa (la «auténtica» cruzada) con las operaciones coyunturales en los reinos cristianos peninsulares.
Desde el siglo XIII, como se trata en el quinto capítulo, «Cruzada y Reconquista durante la consolidación política y militar de las monarquías hispánicas (1218-1492)», llegaron menos contingentes y con menos hombres para participar en campañas como El Salado o la guerra de Granada a finales del siglo XV. Expediciones que siguieron siendo cruzadas para los Papas, y que por ello permitieron a los monarcas locales recoger fondos mediante el impuesto de la cruzada –que, por cierto, se mantuvo como uno de los tes impuestos permanentes que los monarcas Trastámara y después Habsburgos siguieron recaudando–, si bien para entonces la bula de cruzada papal ya era más cara de conseguir. Para entonces Castilla dominaba el proceso de (re)conquista peninsular y ya no necesitó la ayuda exterior; de hecho, en cierto modo desincentivó la llegada de cruzados ultramontanos, en unos siglos en el que el espíritu cruzado estaba de capa caída tras la caída de Acre (1291) y la definitiva salida de Tierra Santa; pero tampoco se podía rechazar la ayuda de caballeros al frente de pequeños grupos, en especial aquellos ligados a casas reinantes, como Edward Woodville, «earl Rivers y lord Scales» en las crónicas hispanas de la época, cuñado del rey Eduardo IV de Inglaterra, y que participó en la guerra de Granada. Para entonces, y citamos a los autores, el eco de las cruzadas quedaba lejos:
«Muchas cosas habían cambiado durante ese tiempo. Desde luego, habían cambiado también las causas por las que participaron, su número y la forma de venir. En un principio, podríamos decir que hasta las primeras décadas del siglo XIII, la llegada a la Península de los cruzados, camino hacia los Santos Lugares o para combatir en Hispania, se hacía en expediciones numerosas con el objetivo de cristianizar el mundo y, de paso, conseguir botín. Pero poco a poco las riadas se fueron convirtiendo en un goteo (no incesante) de grupos de mercenarios, cuyo objetivo era el de ganarse la vida, y de caballeros que buscaban fama y honor o «exercitar los strenuos actos de caballería», como hizo Humberto de Saboya, un caballero francés consejero y camarlengo de Alfonso el Magnánimo, quien, en 1419, se dirigió primero a Santiago y después a Granada para regresar a Saboya a finales de 1419. O un sobrino del emperador de Alemania, de nombre Ulricus Cille Segorieque, que estuvo asimismo en Santiago y en Granada en 1430, acompañado de sesenta cabalgaduras y al que le fue concedido la orden de la Jarra. También había habido un cambio en sus movimientos: si al principio eran dueños de su destino e imponían condiciones para prestar la ayuda militar que se les solicitaba, terminaron pidiendo salvoconductos o cartas comendaticias personales para ir o regresar de la guerra de Granada» (p. 178).
El libro analiza la imagen del cruzado en las crónicas de este período en el capítulo sexto y deja un retrato negativo y estereotipado de ese cruzado ultramontano: cruel, brutal, incapaz de comprender la guerra de frontera que se desarrollaba aquí (no un combate caballeresco y para lucimiento personal), al servicio del engrandecimiento de los reinos cristianos y no de la Cruzada; como escriben al final del capítulo anterior, estos cruzados, «al comienzo, terminaron siendo rechazados o menospreciados por el estorbo, la incomodidad y el coste económico que provocaba su estancia en la Península. Tal vez, la única cuestión que no había cambiado era su incapacidad +de entender qué era lo que realmente sucedía en la Península, de comprender los argumentos y los deseos de los que aquí habitaban y de conocer la diferencia entre vivir en la retaguardia y vivir en la frontera» (ibídem).
A finales del siglo XV el ideal cruzado había muerto, pero hasta entonces, y como los autores del libro estudian, la Península fue un campo de batalla contra el Islam y bajo el amparo de la Cruzada o la Reconquista, y a menudo con ambos como bandera. Los combatientes extranjeros resultaron «una extraordinaria contribución humana y técnica para estos reinos de recursos limitados y, en el caso luso, de reciente formación» (p. 203). No sabremos su cuantía exacta a partir de unas fuentes a menudo sesgadas, pero, como concluyen García Fitz y Novoa Portela,
«es acertado pensar que la comparecencia de estos efectivos foráneos incrementaba sus respectivos potenciales bélicos en proporciones muy considerables, quizás incluso duplicándolos, de modo que la aportación europea podía llegar a ser determinante para la expansión territorial de estos reinos. Por el contrario, su relevancia resultaba mucho más diluida, incluso insignificante o anecdótica en términos militares, cuando se integraban en los ejércitos de monarquías más fuertes y consolidadas, como la aragonesa de Jaime I o la castellana bajomedieval» (ibídem).
Un pequeño gran libro es que el reseñamos aquí y al que algunas erratas, más bien lapsus, no empañan en su calidad: por ejemplo, en la página 80 leemos «(…) la oportunidad de expandir su territorio y de impedir que Alfonso II convirtiera al condado de Cataluña [sic] en una nueva Navarra», en lugar de condado, intuimos, de Barcelona; en la 135, una confusión con las fechas en un párrafo largo con una enumeración de papas: «(…) mientras que, en marzo de 1340, Benedicto XIII (1394-1423) al conceder la predicación de la cruz a Alfonso XI, en la campaña que culminaría en la batalla de ‘El Salado’ (…)», confundido este papa con Benedicto XII (1334-1342); o, en la 159, en relación al caballero borgoñón Guillebert de Lannoy, leemos: «ejerció además de diplomático al servicio del duque de Borgoña y de Enrique IV de Francia [sic], quienes le enviaron en 1421 a Oriente en una misión fundamentalmente política (…)», rey francés que no pudo ser, pues entonces le quedaba un año de reinado a Carlos VI. Pero, a tenor del detalle en prosopografía, no le damos más importancia que la del mero borrón (al que nadie es inmune); pues estamos ante un libro que, sin duda alguna, permanece desde su publicación como una obra de referencia sobre el fenómeno cruzado y su relación con la «Reconquista» hispana, en este caso un escenario más en el camino a Tierra Santa.
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