¿Cómo «vender» una historia de la filosofía en estos tiempos? La pregunta no es baladí, pues en referencia a la filosofía en general, como disciplina, a menudo se mezcla con la autoayuda y se pierde algo la perspectiva. Pero una «historia de la filosofía» es otro cantar: después de clásicos constantemente reeditados, como la Historia de la filosofía de Frederick Copleston en cuatro volúmenes (con una última edición de Ariel en 2011) o la Historia de la filosofía occidental de Bertrand Russell en dos volúmenes (contamos con una edición de Austral en 2010), quizá se podría argüir que es más que suficiente con lo que ya hay. O no. Tengamos en cuenta, para empezar, que la obra de Copleston se publicó originalmente entre 1946 y 1975 en once volúmenes, el último de los cuales recopila lo que publicara el autor en Contemporary Philosophy en 1956; y que el libro de Russell se editó en 1945, realizando un repaso de la filosofía hasta principios del siglo XX. Por tanto, ha llovido mucho y quizá ya sea hora de «actualizarnos» un poco. Y es lo que hace A. C. Grayling con su Historia de la filosofía: un viaje por el pensamiento universal (Ariel, 2021).
Veamos un primer aliciente para publicar el libro de A.C. Grayling: la cuarta parte de su libro recoge todo el siglo XX y alcanza hasta principios de este siglo XXI; y se concibe esta parte del volumen en función de un análisis de los dos grandes «escuelas» filosóficas de la centuria y que son: por un lado, la filosofía analítica de raigambre británica (anglosajona, a grandes rasgos), a partir de Russell y con autores alemanes como Ludwig Wittgenstein, y que ha derivado también a la filosofía del lenguaje, la filosofía de la mente, la filosofía política (cómo no mencionar a John Rawls y su «teoría de la justicia») y la filosofía política feminista; y por otro lado, la filosofía continental, definida así por la procedencia alemana y francesa de sus principales autores, y que engloba la obra de Heidegger, Husserl, Sartre, Gadamer, la Escuela de Frankfurt, Derrida y Deleuze, entre otros (simplifico muchísimo). Sólo por esta parte, realmente interesante (incluso para un prácticamente neófito, más allá de lo general, como es quien esto escribe) y muy estimulante, el volumen de Grayling ya tiene un punto a favor.
Segundo aliciente: la quinta parte del volumen, quizá la más «novedosa» (en parte). Se trata de una recopilación de las principales tendencias y autores de la filosofía fuera de Europa: de la china (Confucio, Lao-Tse, Mozi y los legistas), la india (Buda y sus epígonos); la arábigo-persa (quizá más «conocida» para un lector occidental por la recuperación que los autores islámicos hacen de la filosofía griega, Aristóteles en concreto, y cómo influyen en ella, especialmente cuando alcanza a la Europa de la Baja Edad Media y el Renacimiento, con autores como Avicena y Averroes); y la filosofía «africana», que sí resulta una «novedad», por su interés en cómo el colonialismo en el continente africano, desde el siglo XVIII, influyó de una cierta manera en una «labor filosófica realizada por africanos o personas de descendencia africana», basada en las tradiciones y que ha encontrado eco en una «filosofía» africana como la Ubuntu en Sudáfrica a partir de Nelson Mandela.
Tercer aliciente: Grayling, para empezar, se propone ofrecer «un relato claro y conciso en lo posible de las principales figuras e ideas de la filosofía» (cita del prefacio) y con un aparato crítico mínimo. Este primer empeño lo consigue, aunque en ocasiones el autor se deje llevar por lo que parecen sus filias por las matemáticas o los «problemas» de lógica. Un lector medio y con el mínimo bagaje que ha proporcionado la asignatura de filosofía en el antiguo COU y el Bachillerato actual, puede hacerse una composición de lugar acerca de los diversos "ismos" que jalonan este libro y sus principales autores. Para Grayling una manera de hacerlo es incluir siempre en el inicio de cada uno de esos autores un breve repaso a su trayectoria netamente biográfica que, casi por norma, explica por qué cada uno de esos autores se dedicó a reflexionar sobre el mundo que le rodea desde un punto de vista o un postulado filosófico determinado. También ayuda que en la introducción el autor deje meridianamente claro qué significan conceptos, a menudos abstrusos para el lector lego en la materia, como «epistemología», «metafísica», «lógica», «ética» y «estética»; o ramas del pensamiento como «filosofía de la mente», «filosofía del lenguaje», «filosofía política» y otras tales como «filosofía de la ciencia, de la historia, de la psicología» y similares.
De este modo, y en función de los que significan tales conceptos, el autor se propone escribir una historia de la disciplina según el significado actual de la palabra «filosofía», mostrando cómo la materia de la investigación filosófica del presente comenzó y evolucionó. Para ello, el autor toma la decisión de dejar a un lado, para el período medieval, el componente netamente «teológico» de la filosofía cristiana que va de Agustín de Hipona a Tomás de Aquino (y más allá), basándose en presupuestos como el siguiente: «una diferencia fundamental entre la filosofía y la teología es que la filosofía es el empeño de intentar dar sentido a nosotros mismos y al mundo que nos rodea, de un modo que se pregunta qué pensamos y por qué, mientras que la teología es la empresa de explorar y explicar ideas acerca de una cierta clase de cosas o de cosas que existen, real o posiblemente, por un dios o dioses, un ser o unos seres que se supone que son diferentes en significado y consecuentemente en formas respecto a nosotros» (cita de la Introducción). Para entendernos: la filosofía se cuestiona el mundo, la teología lo explica en función de una deidad. Quizá por ello la segunda parte del libro, dedicada a la filosofía del período medieval –Agustín, Boecio, Anselmo, Abelardo, Tomás de Aquino, Roger Bacon, Duns Scoto y Guillermo de Ockham, a grande rasgos, para luego centrarse en la recuperación del platonismo y el humanismo renacentista, de Marsilio de Padua a Maquiavelo: del siglo IV a principios del XVI, captando continuidades, rupturas y «novedades»–, puede resultar algo «diferente», pues se trata de «extraer» lo teológico del pensamiento filosófico de estos siglos y explicar este pensamiento de un modo similar a cómo se ha explicado la filosofía antigua, especialmente griega, en la primera parte.
Fragmento de La escuela de Atenas, de Rafael Sanzio, 1509-1511, Palacio Apostólico, Museos Vaticanos, Roma.
Una primera parte que, por cierto, resulta la más amena, quizá porque es la que a un lector común le puede «sonar» más; y que se distribuye en una primera y amplia sección sobre los filósofos presocráticos, un interludio netamente «socrático» (¿qué hay del Sócrates «filósofo» per se y del Sócrates «personaje filosófico» de Platón?), para desarrollar con más detalle la filosofía de Platón, la de Aristóteles y la de los autores del período helenístico griego e imperial romano.
Es de destacar, y damos un salto a la tercera parte, la peculiar «evolución» que rastrea Grayling para la filosofía «moderna» (en clave anglosajona: del siglo XVI a finales del XIX) y que distingue, en primer lugar, a empirista y racionalistas (Francis Bacon y René Descartes, respectivamente), y otros autores que los siguen; y, en segundo lugar, a Kant, que trata de armonizar ambas tendencias con un pensamiento único y original (la tercera gran «pata» de la filosofía, para Grayling, tras Platón y Aristóteles), seguido por el movimiento ilustrado. Esto para unos siglos XVII y XVIII, a grandes rasgos, mientras para el «largo siglo» XIX pasamos del utilitarismo de Jeremy Bentham al pensamiento de Hegel y Schopenhauer, el positivismo de Comte, la obra de John Stuart Mill y los dos grandes autores que marcan la segunda mitad del Ochocientos: Marx y Nietzsche. Entroncamos después con el idealismo británico (McTaggart) y el pragmatismo (Peirce)… y de ahí al siglo XX, comenzando por la, ya mencionada, «filosofía analítica» de Russell y otros autores.
Dentro de la gran extensión del volumen en su globalidad, no se puede negar el esfuerzo de concisión de Grayling para relatar una «historia de la filosofía» sin que el lector pierda de vista las principales figuras de cada período o de cada "ismo", y desde luego las ideas que aporta o contrapone a otras anteriores. La suma de todos los alicientes que hemos mencionado nos permite recomendar este libro, más en un momento de «crisis» de la conciencia «europea» (en la senda del clásico libro de Paul Hazard) para esta tercera década del siglo XXI en la que quizá la filosofía sea más necesaria que nunca. Es por ello que este libro puede ser de mucho interés tanto para lectores avezados a la materia –estudiantes de filosofía, que cada vez quedan menos–, como para aquellos lectores que se dejen llevar por su curiosidad y quieran conocer (poniendo un poco de esfuerzo por su parte) los grandes ítems del pensamiento filosófico. Como conclusión, podríamos decir que estamos ante un volumen que puede convertirse (de hecho lo hará) en una obra de referencia para la próxima generación.
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