Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.
Desde Intocable (2011), el dúo Oliver Nekache y Éric Toledano no han vuelto a generar un fenómeno cinematográfico… de masas. Samba (2014) no llegó a cumplir las expectativas –también es complicado hacerlo si la película anterior de ambos directores alcanzó lo fue todo– y C’est la vie! (2017; el título es la “traducción” castellana del Le sens de la fête), aunque divertida, no deja de ser una película bastante del montón, pero funcionó muy bien en Francia. O quizá es que el éxito de ambos directores con aquella (cuarta) película que dirigieron juntos fue demasiado exagerado y no dejaba ver el bosque; pero ves hoy en día la película protagonizada por Omar Sy y François Clizet y sigue funcionando muy bien. Con Especiales –otra adaptación sui generis del título original, Hors normes, mucho más pertinente, pues puede traducirse como “fuera de lo común”, en referencia a esos “especiales” al que hace el título, o “al margen de las normas”, que en este caso se aplica a la manera de proceder de los protagonistas del filme–, Nekache y Toledano han vuelto a dar un pelotazo en el país vecino: más de dos millones de espectadores y nueve nominaciones a los Premios César (y que se entregan mañana, 28 de febrero), destacando las categorías de película, dirección, actor (la pareja protagonista), actor revelación y guion original.
Especiales cuenta la odisea de dos asociaciones que se encargan de la asistencia y cuidado a niños y adolescentes autistas que nadie quiere aceptar: jóvenes autistas con grados tan diversos que van de la autonomía de Joseph (Benjamin Lesieur), que puede trabajar pero no puede resistir la tentación de tirar del freno de emergencia del metro, a pesar de jurar y perjurar que no volverá a hacerlo, al autismo profundo de Valentin (Marco Locatelli; el único de los personajes autistas que no lo es en realidad), que lleva un casco de boxeador (pues constantemente se da de cabezazos con cualquier pared) y tiene enormes dificultades para comunicarse con los demás. Dos asociaciones que colaboran habitualmente entre sí, con voluntarios (chicos y chicas “nini”), escasos medios y ningún reconocimiento oficial, y que están lideradas por Bruno (Vincent Cassel) y Malik (Reda Kateb), ambos basados en personajes reales. Cuando unos padres, una asistenta social o una psiquiatra en un hospital llaman a Bruno y Malik para que les echen una mano con algún muchacho autista, su respuesta siempre es la misma: “yo me hago cargo” y ponen en marcha la maquinaria. Sea lo que sea lo que ese chico necesite –acompañamiento, un trabajo tutelado, una cama en el piso que Bruno gestiona y que acoge a otros jóvenes autistas–, no tienen un no; a pesar de que su trabajo no tiene una licencia o un reconocimiento de las agencias del Gobierno francés. Precisamente dos inspectores oficiales seguirán el día a día del trabajo de Bruno y pondrá en duda todo lo que hacen precisamente porque consideran que no tiene la titulación, las competencias o los permisos para acoger a autistas. Pero nadie más lo hace: sólo gente como Bruno, Malik y sus colaboradores y voluntarios.
La película de Nakache y Toledano aúna la comedia y el toque “humano” que nos encandiló en Intocable con la denuncia de un Estado del bienestar en crisis y que deja al albur de asociaciones como las de Bruno y Malik el cuidado de los más indefensos, exigiéndole una “responsabilidad” que él mismo no asume. La Voz de los Justos y La Escala se encargan de ese trabajo que las familias, los hospitales y centros de asistencia públicos no pueden (y en ocasiones no quieren) hacer, y sin desfallecer. Es interesante ver el funcionamiento de ambas asociaciones, en las que la religión (Malik es musulmán) no hace distinciones y que dedican tantas horas como tiene el día y como sean necesarias, a costa de la vida personal de sus miembros (Bruno se muestra incapaz de mantener una cita con una mujer); asociaciones adonde acuden jóvenes como Dylan (Bryan Mialoundama), que a cambio de su labor voluntaria espera conseguir algún certificado o diploma que le sirva en el mundo laboral, y que se dará de bruces con una realidad inimaginable para él- Y es que el ejercicio de (hiper)realismo del filme –sin llegar a la depresión morbosa que generan películas como Precious– es una de sus mejores bazas, combinadas con una historia que emociona (pero no empalaga) y con momentos muy logrados: prácticamente todo lo que tiene que ver con Joseph, el robaescenas del filme, o el concurso de siglas de agencias y entidades oficiales que “enfrenta” a los voluntarios de ambas asociaciones de tanto en tanto.
Es cierto que la película transita por lugares comunes y que le ves las costuras argumentales a algunas secuencias (la búsqueda de Valentin o las peripecias laborales de Joseph), ¿pero realmente importa? El filme de Nakache y Toledano sabe contar una buena historia y mostrar sin ambages los agujeros de una sociedad en la que solemos dar la espalda a los más desfavorecidos (los que viven en la calle) o los más olvidados por los recortes sociales (los autistas y las familias sin medios para hacerse cargo de ellos). Con un toque de esperanza y con una clarísima simpatía (¡cómo no tenerla!) con la labor, el esfuerzo y la paciencia (no infinita) de personajes como Bruno (sobre todo) y Malik. Una película que despertará conciencias o debería hacerlo cuando pensemos en el papel que tienen la sanidad y la asistencia públicas, pilares de la sociedad, y que algunos que dicen representarnos querrían privatizar desde su torre de marfil y con no pocos intereses económicos ocultos. En definitiva, una película muy valiosa que se ganó con discusión el Premio del Público en la edición de 2019 del Festival Internacional de Cine de San Sebastián.
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