Un 8 de octubre de 451 se inició el Concilio de Calcedonia, que para los mortales de hoy en día, sobre todo entre los cristianos, les sonará a chino, si es que les suena a algo. Fue el cuarto concilio ecuménico, tras los de Nicea (324), Constantinopla (381) y Éfeso (431), y trató de poner un poco de "orden" en el mejunje dogmático de la Iglesia cristiana, desde su "legalización" por Constantino... sin lograrlo. Si en Nicea, Constantino medió entre la ortodoxia católica y el arrianismo, que negaba la idea de la Santa Trinidad (Dios es uno, y no trino, y Jesús está supeditado a Dios padre), para finalmente ponerse del lado ortodoxo —y abriendo un cisma que se trasladaría a los pueblos "bárbaros" que en en el siglo siguiente se asentarían en diversas partes del Imperio (Clodoveo de los francos no se convirtió al catolicismo hasta finales del siglo V, Recaredo de los visigodos hasta 587)—, en Calcedonia las cosas siguieron igual de disputadas.
La disputa siguió siendo el tema de la naturaleza divina de Cristo. Ya en 428 se produjo una trifulca con la expulsión de Nestorio, patriarca de Constantinopla, que consideraba que en Jesuscristo hay dos naturalezas, humana y divina, dos personas separadas entre sí pero unidas en su ser. A Nestorio se enfrentó el radical obispo de Alejandría, Cirilo (recordemos: el "malo" de Ágora, la maniquea película de Alejandro Amenábar sobre Hipatia), y la cosa acabó como el rosario de la aurora. El Concilio de Éfeso tuvo como objetivo mediar y volver a poner orden desde la esfera imperial: fracasó en la cuestión de apaciguar los bandos, pues los partidarios de Nestorio fueron castigados; se exiliaron a Oriente, donde encontraron acomodo entre los sasánidas e incluso en la China Tang. Pervivieron e incluso, siglos más tarde, lograron una cierta tolerancia entre los mongoles sucesores de Gengis Khan.
Pero a lo que vamos. De Éfeso no salió ningún acuerdo; de hecho, Teodosido II pretendió "zanjar" el asunto al deponer y encarcelar a Nestorio y Cirilo, pero la querella dogmática seguía sin ser resuelta a pesar de la condena de los nestorianos. De aquella disputa entre cirilianos y nestorianos surgió una "nueva" tendencia: los monofisitas, que consideraban que en Cristo sólo hay una naturaleza (physis), divina al absorber la humana. Vuelta a empezar, más disputas, dimes y diretes teológicos y la convocatoria de un cuatro concilio ecuménico, en Calcedonia, en 451, en el que los obispos asistentes procedían en su inmensa mayoría del Imperio Romano de Oriente (apenas hubo dos occidentales). ¿Qué se decidió en sus tres semanas de debates? Pues, y transcribo el texto final de la resolución:
Siguiendo, pues, a los Santos Padres, todos a una voz enseñamos que ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad, Dios verdaderamente, y el mismo verdaderamente hombre de alma racional y de cuerpo, consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y el mismo consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad, semejante en todo a nosotros, menos en el pecado [Hebr. 4, 15]; engendrado del Padre antes de los siglos en cuanto a la divinidad, y el mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María Virgen, madre de Dios, en cuanto a la humanidad; que se ha de reconocer a uno solo y el mismo Cristo Hijo Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, en modo alguno borrada la diferencia de naturalezas por causa de la unión, sino conservando, más bien, cada naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola persona y en una sola hipóstasis, no partido o dividido en dos personas, sino uno solo y el mismo Hijo unigénito, Dios Verbo Señor Jesucristo, como de antiguo acerca de Él nos enseñaron los profetas, y el mismo Jesucristo, y nos lo ha trasmitido el Símbolo de los Padres. Así, pues, después de que con toda exactitud y cuidado en todos sus aspectos fue por nosotros redactada esta fórmula, definió el santo y ecuménico Concilio que a nadie será lícito profesar otra fe, ni siquiera escribirla o componerla, ni sentirla, ni enseñarla a los demás. (Fuente)
La condena de los monofisitas quedaba implícita. La disputa arreció y de hecho en algunas Iglesias orientales la cosa aún perdura: los coptos, los ortodoxos armenios, indios y etíopes, y los siriacos siguen actualmente sin reconocer el dictamen de Calcedonia. La querella monofisita continuó en Constantinopla y complicaría los reinados de los emperadores sucesores de Teodosio II y durante prácticamente un siglo. Justiniano mismo, ya en las décadas centrales del siglo VI, trató de solucionar la querella, chocando en esta cuestión con su esposa Teodora, simpatizante (por decirlo de manera neutra) con los monofisitas. Justiniano, finalmente, hizo valer su autoridad imperial, ratificó Calcedonia e impuso el Credo Niceno y penas duras contra los herejes. Hubo una relativa paz religiosa en el Imperio bizantino hasta que, en el siglo VIII, estalló la cuestión iconoclasta. Pero esa es otra historia...
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