Crítica publicada previamente en Fantasymundo.
Ethan y Joel Coen vuelven a la comedia con fuerza y lo hacen con una película que echa la vista atrás: la etapa final de los años dorados de Hollywood y del studio system, y la lejana amenaza de la televisión. Unos años cincuenta en los que, precisamente cuando la pequeña pantalla empieza a ser un electrodoméstico habitual en los hogares estadounidenses, las grandes compañías cinematográficas (las majors) apuestan por presentar películas de entretenimiento masivo: abundan los wésterns, se ponen de moda las películas de sirenas y nadadoras sincronizadas (Esther Williams triunfa), y se apuesta por el péplum, las “películas de romanos”. Ya Quo Vadis (Mervyn LeRoy, 1951) había inaugurado la década con un cine que aunaba la ambientación histórica con una mirada “canónica” a los primeros tiempos del cristianismo; Ben-Hur (William Weyler, 1959) sería la película de este tipo más exitosa (y galardonada) de la época; aún se harían más péplums en la década de los años sesenta, pero ya no tendrían un éxito tan rotundo y Hollywood paulatinamente abandonaría este género. La televisión, para entonces, se había convertido en la gran rival del entretenimiento de masas y la manera de hacer películas de los grandes estudios formaría parte del pasado.
Ethan y Joel Coen vuelven a la comedia con fuerza y lo hacen con una película que echa la vista atrás: la etapa final de los años dorados de Hollywood y del studio system, y la lejana amenaza de la televisión. Unos años cincuenta en los que, precisamente cuando la pequeña pantalla empieza a ser un electrodoméstico habitual en los hogares estadounidenses, las grandes compañías cinematográficas (las majors) apuestan por presentar películas de entretenimiento masivo: abundan los wésterns, se ponen de moda las películas de sirenas y nadadoras sincronizadas (Esther Williams triunfa), y se apuesta por el péplum, las “películas de romanos”. Ya Quo Vadis (Mervyn LeRoy, 1951) había inaugurado la década con un cine que aunaba la ambientación histórica con una mirada “canónica” a los primeros tiempos del cristianismo; Ben-Hur (William Weyler, 1959) sería la película de este tipo más exitosa (y galardonada) de la época; aún se harían más péplums en la década de los años sesenta, pero ya no tendrían un éxito tan rotundo y Hollywood paulatinamente abandonaría este género. La televisión, para entonces, se había convertido en la gran rival del entretenimiento de masas y la manera de hacer películas de los grandes estudios formaría parte del pasado.
Una película como ¡Ave, César!
tiene ganado a ese público que hoy en día sienta añoranza por aquel
Hollywood de los años cincuenta y al mismo tiempo se asegura la
fidelidad de los incondicionales del cine de los Coen,
directores-guionistas-productores que alternan comedias y dramas en sus
películas (algunas de ellas conjugan ambos géneros). Con esta película
volvemos al estilo de O Brother
(2000) y "Quemar después de leer" (2008), y se vuelve a contar con
George Clooney como uno de los personajes principales de la trama. Pero
es Josh Brolin, a quien vimos en No es país para viejos (2007) y Valor de ley
(2010), quien asume un rol protagonista, acompañado en papeles
secundarios e incluso cameos a Tilda Swinton Frances McDormand, Ralph
Fiennes, Jonah Hill, Scarlett Johansson, Channing Tatum, Clancy Brown,
Christopher Lambert (sí, Christopher Lambert…), Alex Karpowski (Girls)
y Alden Ehrenreich, que se une a la pléyade de actores que han
trabajado con los Coen. Y no faltan tampoco Carter Burwell en la música y
Roger Deakins a cargo de la fotografía, ambos también habituales en las
películas coenianas. Con este reparto, los tráilers que se han ofrecido
desde hace meses y el “viaje” al Hollywood de los años cincuenta, ¡Ave, César! promete. ¿Cumple?
Ver a Clooney como una atolondrada estrella de cine de la época que protagoniza un remedo de Ben-Hur
(y que, como la novela original de Lewis Wallace, también, lleva el
subtítulo “Una historia de los tiempos de Cristo”); a Johansson como una
(muy) particular Esther Williams, y a Tatum bailando como nadie en un
número que homenajea a Gene Kelly en Levando anclas y Un día en Nueva York,
son alicientes atractivos. La película nos cuenta un largo día para
Eddie Mannix (Brolin), “encargado” de resolver problemas de producción
de Capitol Studios; y ya se trate de domeñar caprichos de las grandes
estrellas de cine (y ocultar sus escándalos), de fichar a jóvenes
actores de wéstern como Hobie Doyle (Ehrenreich) –que recuerda muchísimo
a los Troy Donahue y Ricky Nelson de la época– para un drama dirigido
por Laurence Laurentz (Fiennes) –es inevitable no pensar en Laurence
Olivier–, de “buscar” un padre que asuma el embarazo de DeeAnna Moran
(Johansson) o de manejar a dos periodistas gemelas (Swinton), que
amenazan con destapar trapos sucios de los actores de Capitol Studios,
Mannix tira “pa’alante” con todo. Pero cuando desaparece Baird Whitlock
(Clooney), la estrella protagonista de "¡Ave, César!", la gran
superproducción histórica que Capitol Studios está rodando, el día de
Mannix pasa a ser tormentoso; y más aún si resulta que ha sido
secuestrado por una célula comunista (El Futuro), formada por guionistas
de Hollywood que beben los vientos por la filosofía de Herbert Marcuse,
y que piden un rescate de cien mil dólares. ¡Que te sea leve el día,
Mannix!
La trama principal (el secuestro de Whitlock) se mezcla con historias
paralelas y con algunos sketches muy divertidos: la reunión de Mannix
con un pope ortodoxo, un sacerdote católico, un reverendo protestante y
un rabino judío para “discutir” la idoneidad de imagen de Cristo en la
película que se rueda; las visitas de Mannix al confesionario; las
discusiones bizantinas sobre dialéctica marxista por parte de los
guionistas que tienen secuestrado a Whitlock; o el rodaje de una
secuencia de la película que dirige el pulcro Laurentz con un Hobie que
apenas sabe vocalizar (razón de más para ver esta película en versión
original, del mismo modo que resulta hilarante la dicción “paleta” de
Johansson). Pero a medida que avanza el metraje lo que parece una
sucesión de pequeñas secuencias no esconde la sensación de que todo el
producto corre el riesgo de deshacerse como un azucarillo. El homenaje a
aquel cine de los años cincuenta y sobre todo a esa manera de hacerlo
está presente en toda la película; la mirada vitriólica a la caza de
brujas y la influencia del comunismo en Hollywood resulta interesante; y
está lograda la sátira del studio system y de cómo se manejaba a
actores y actrices como peones de ajedrez al tiempo que debían lidiar
con sus escándalos sexuales. El problema de esta película –que no es una
mala película, ni de lejos– es como conjugar tantos elementos y no se
desparramen, y (sobre todo) hacer que evolucionen para llegar a una
resolución, que a la postre resulta demasiado abrupta (como suele
suceder en bastantes de los filmes de los Coen). Hay carne y salsa pero
falta controlar los tiempos de cocción que marca la receta; de hecho,
puestos a buscar una metáfora, ¡Ave, César! acaba siendo como esas colchas y mantas tejidas a mano con parches y retales.
Con todo, la película depara divertidos momentos al espectador que ya disfrutó con comedias anteriores de los hermanos Coen, pero queda lejos de la genialidad de Fargo y El gran Lebowski. Hay muchos actores (algunos sobreactuados, como Clooney) y muchas tramas paralelas (la mayoría muy buenas), pero la película adolece de una falta de cohesión y ese es su principal hándicap. Eso sí, sólo por algunas de esas tramas paralelas y por disfrutar de algunos números artísticos ya vale la pena acercarse a una sala de cine…pero queda la sensación de que (como a menudo sucede) en los tráilers y teasers se promete más de lo que finalmente se acaba dando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario