Cuántas películas se han hecho sobre el
Holocausto... y cuán diversas. Theodor Adorno dijo que era imposible
"escribir poesía después de Auschwitz" y que la mera posibilidad de
hacerlo ya era un "acto de barbarie". No podía haber belleza tras aquel
horror. Pero la palabra no ha dejado de fluir más de setenta años
después de que dejaran de humear los hornos de este campo de
concentración y exterminio. El cine ha nutrido al espectador con
incontables imágenes, desde esferas muy diferentes y con el empeño de
recrear un horror que el ser humano no quiere imaginar ni puede asumir.
De Claude Lanzmann a Steven Spielberg pasando por Roberto Benigni (tres
aproximaciones muy diferentes), el "horror" ha estado presente en los
recuerdos de los supervivientes, en sus descendientes, en la generación
que no lo conoció pero, tras un tiempo de silencio, comenzó a conocer. Y
surgieron los textos de Primo Levi, de Elie Wiesel, de Jean Améry, de
Liana Millu... Al horror se le puso nombre y palabra, el cine y el
documental le pondría imagen, se conjugarían ambos lenguajes. (Me)
Resulta difícil escribir algo sobre El hijo de Saúl, película dirigida por el director húngaro László Nemes y que parte como gran favorita para (vanitas vanitatis)
los premios Oscars de este año. Una película que marca distancia con el
cine que hasta ahora ha planteado su mirada sobre el Holocausto.... y
quizá nunca sea mejor dicho. La mirada...
Mientras Lanzmann dedicó más de nueve horas a realizar su documental Shoah (1985),
erigiéndose en enciclopédico testimonio del horror nazi en los campos
de exterminio, Nemes se plantea realizar algo más modesto, especialmente
en la trama. Su labor no es la de ofrecer una película (más) sobre el
Holocausto ni tampoco un retrato amplio del mismo. Su intención es
situar al espectador en el meollo del asunto, hacerle sentir que está
"dentro", que puede ver y oír lo que ve y oye Saúl (Géza Röhrig). Y lo
hace con tres elementos visuales: reducir el foco, estrechar las miras y
limitar la profundidad de campo. Tres operaciones visuales que el
espectador que acuda a una sala de cine para ver la película realiza al
mismo tiempo que la cámara, tan escurridiza, temblorosa, jadeante como
el protagonista de la película. A lo largo del filme, seguimos los pasos
de Saúl durante dos días y únicamente "vemos" lo que él ve, como si su
percepción de la realidad fuera la que vayamos a tener durante los poco
más de cien minutos de metraje. Para ello, la cámara se sitúa
prácticamente a un metro de Saúl y todo lo que hay más allá de él queda
desenfocado. Ver el Holocausto pero sin "verlo"...
Saúl es un prisionero judío húngaro en Auschwitz: desde el momento en
que Alemania invadió Hungría en marzo de 1944, los judíos del país
pasaron a nutrir las cámaras de gas y los hornos de Auschwitz. Y algunos
de ellos, como antes lo fueron de otros países, fueron obligados a
trabajar en el campo dentro del Sonderkommando, las unidades especiales
formadas por prisioneros y que eran utilizados para realizar el trabajo
sucio del exterminio: el vaciado y limpieza de las cámaras de gas, el
transporte de los cadáveres a los hornos, la selección de las
pertenencias de las víctimas en busca de objetos de valor. Separados del
resto de prisioneros, con capataces (kapos)
propios, no se les permitía trabar conversación con las víctimas bajo
pena de muerte; debían facilitar su traslado, desde la vía del tren, a
las "duchas", hacer que se quitaran la ropa y la colgaran, mientras
voces más o menos cálidas calmaban a los hombres, mujeres y niños que no
sabían que debían hacer, prometiéndoles una sopa o un café caliente
después de la "desinfección", cerrar las puertas y... escuchar los
aullidos de los cientos de personas que entonces descubrían la verdad de
aquellas cámaras, que aporreaban las puertas, que gritaban y poco a
poco se apagaban sus voces, mientras fuera esperaban los hombres del
Sonderkommando para realizar su trabajo. Una labor dura que Shlomo
Venezia, un prisionero italiano que trabajó en esta unidad especial en
el otoño de 1944, recordó en su libro Sonderkommando. En el infierno de las cámaras de gas
(RBA, 2010)... durísimo testimonio. Y esos mismos hombres del
Sonderkommando, periódicamente, también eran eliminados, sustituidos por
otros, de manera que la rueda del infierno no dejaba nunca de moverse.
Los primeros minutos de la película nos trasladan a la labor de Saúl en
el Sonderkommando. Vemos pero no "vemos"; sobre todo oímos. Los detalles
visuales que la cámara nos permite comprender mientras seguimos los
pasos de Saúl son fragmentarios pero lo suficientemente "completos" para
que no tengamos dudas de lo que está sucediendo; de hecho, como
espectadores del horror probablemente tengamos que llenar con nuestra
mente lo que se muestra pero al mismo tiempo no se muestra. Pero algo
cambiará las cosas ese día para Saúl: el cuerpo de un muchacho impulsará
a Saúl a tomar una decisión. Ese cuerpo no será pasto de las llamas, se
propone, sino que será enterrado y para ello buscará desesperadamente
en las horas siguientes un rabino, de modo que pueda entonar la oración
adecuada mientras la tierra recibe el cadáver de un muchacho. Un chico.
El hijo de alguien. El hijo de Saúl, decidirá/dirá/se convencerá éste.
"Es mi hijo". Y entre la ausencia de humanidad en aquel campo surge una
moral que parecía olvidada. Un propósito que nadie (quizá tampoco el
espectador) entiende: ¿por qué se empeña Saúl en querer inhumar aquel
cuerpo en particular? "No es tu hijo", le dirán sus compañeros. Pero él
no cejará en su propósito durante los acontecimientos que siguen a
aquella escena inicial, en la que se mezcla el temor a ser eliminado
como el resto de víctimas con una revuelta contra los guardianes o un
infierno en las fosas, uno de varios que sucedieron en Auschwitz y en
las fechas en que transcurre la película: ¿pudo ser aquél momento en
concreto?
Durísima película... y es decir poco. Sin melodrama. Sin necesidad de una respuesta a todo. Sin que tengamos que "verlo" todo.
Durísima película... y es decir poco. Sin melodrama. Sin necesidad de una respuesta a todo. Sin que tengamos que "verlo" todo.
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