Esta es una película cuyo solo empeño de realizar
ya es un logro, incluso más allá de su resultado final. Ya de entrada
digo que es una película notable pero no de las que uno acabe
satisfecho, cinematográficamente hablando: si cogemos la película en sí,
como producto, uno se queda algo insatisfecho, con la sensación de que
falta algo o de que el filme no ha acabado de dar todo lo que a priori
prometía. Formalmente es muy convencional en trama y desarrollo, e
incluso deficitaria en algunos aspectos argumentales. A nivel de
interpretación, las actrices están solventes, tanto Carey Mulligan como
Helena Bonham Carter, por destacar a las dos protagonistas (capítulo
aparte estaría una Meryl Streep que apenas aparece unos cinco minutos,
pronuncia un discurso y luce bien en el personaje de Emmeline
Pankhurst... pero apenas nada más); incluso un secundario como Brendan
Gleeson está más que correcto en su rol, pero uno se queda con la idea
de que podía haber aportado algo más. La historia de un grupo de mujeres
sufragistas, reales y ficticias a un mismo tiempo, tiene los
ingredientes necesarios para funcionar en la gran pantalla, y en general
lo hace. Quizá falta pulir el resultado final y darle una mayor
coherencia argumental. No creo que esta película pase a los anales del
cine... o al menos no lo creo que lo haga por sus méritos
cinematográficos. Pero quedará en el imaginario (o debería quedar) por
su valor simbólico. Y ese, en cambio, sí que consigue dotarlo de
suficiente fuerza. Pues la historia de la lucha de las mujeres
británicas (de las mujeres en general) por lograr la igualdad de
derechos civiles y políticos, con el derecho al voto como leitmotiv
esencial, es de aquellas que hay que recordar siempre. Y Sufragistas, en
ese sentido, lo consigue.
Abi Morgan, guionista y dramaturga (The Hour, Shame, La Dama de Hierro, la reciente miniserie River,...),
asume el reto de contarnos la historia de una lucha: la de aquellas
mujeres que en vísperas de la Primera Guerra Mundial se alzaron para
exigir el derecho al voto en una Inglaterra que no miró con buenos ojos
sus demandas. Unidas alrededor de la figura de Emmeline Pankhurst,
activista radical cuya apelación a la desobediencia civil y a actos de
resistencia activa (con tácticas de guerrilla urbana) le granjearon la
oposición del Gobierno liberal de H.H. Asquith, que inició una férrea
campaña contra ella, forzándola a ella y a su grupo a actuar en la
clandestinidad. Morgan no focaliza la trama en Pankhurst (personaje que,
ya dijimos, apenas aparece unos minutos), sino que tiene el acierto de
hacerlo en un personaje ficticio, Maud Watts (Mulligan), y en el de una
farmacéutica (Bonham Carter) en el que se mezclan otros personajes
reales; y ello le permite establecer una historia que se abre no sólo a
la figura de la mujer sufragista, sino también a la de la madre
trabajadora, en el caso de Maud (que trabaja en una lavandería), y a una
mujer que rompió convencionalismos sociales para conseguir un título
universitario, Edith Ellyn.
Maud, de hecho, no es una sufragista convencida, sino la voz sometida de
generaciones de mujeres que fueron explotadas laboralmente (e incluso
físicamente) por patrones descarnados, al mismo tiempo que subordinó su
propia personalidad a un marido egoísta (convincente, a medias, Ben
Whishaw). He ahí el matiz interesante: Maud es madre y esposa antes que
mujer con derechos, y aunque ella misma se siente madre de un niño al
que adora y que luchará por no perder, su papel "activo" en la sociedad
no se despierta hasta que asume las riendas de su vida y decide romper
la cadena de la sumisión. Maud es madre, esposa y mujer, y decide que
puede tenerlo todo... aunque la sociedad no lo considere así. Su paso de
la sumisión y la estigmatización social (clase trabajadora, esposa
sumisa, madre que debe velar antes por sus hijos que por sí misma) es un
acto de enorme valor; la adquisición de una conciencia social no es
algo que asuma sin pensar, sino que llega tras un proceso interior para
hacer oir su voz y la de muchas mujeres oprimidas y rechazadas (la
vergüenza como arma social arrojadiza por los demás). Y eso es lo
interesante de la película, como lo es también la figura de Edith, que
no ha subordinado sus ambiciones de lograrse un oficio cotizado (y con
un título universitario), como es la farmacia, hasta el punto de que
aunque su marido sea el titular del negocio en realidad el alma experta
en la materia es ella. Junto a ellas aparecen otras mujeres que asumen
un papel de rebeldía contra un estado de cosas_ un Gobierno que aparenta
escucharlas pero luego no concede la demanda del voto, una policía que
actúa con métodos brutales, una sociedad pacata que incentiva el rechazo
de todas aquellas mujeres (incluso entre las más desfavorecidas y
trabajadoras) que osan alzar la voz ("entréguenlas a sus maridos, sabrán
qué hacer", dirá el inspector Steed cuando la policía detiene, otra
vez, a Maud y otras mujeres).
Quizá el principal problema de la película de Sarah Gavron (esta es una
película de mujeres delante y detrás de las cámaras) es que perfila pero
no profundiza en algunos aspectos; por ejemplo, las divergencias en el
seno del movimiento sufragista, con una Emmeline Pankhurst y su círculo
más cercano cada vez más radicalizadas, mientras que otras mujeres (como
la propia hija de la líder, Sylvia) apelando por un posibilismo que a
la postre, pensaban, sería más rentable. Hacia mitad de película, por
otro lado, la trama da un cierto bandazo en relación con Maud y su
familia: Sonny (Whishaw) resulta demasiado esquemático como el marido
opresor (lo mismo cabría decir del gerente de la lavandería, de quien se
deja entrever que abusa sexualmente de sus obreras, incluso de Maud en
el pasado), al mismo tiempo que maniqueo (¿necesariamente maniqueo,
quizá?). La trama baja de intensidad tras una primera hora en la que
vemos la conversión (personal) de Maud a la causa sufragista y el tramo
final, con el fatal accidente de Emily Davison en el Derby de Epsom,
para acercarse al rey Jorge V y pantearle las demandas de las
sufragistas, resulta algo atropellado (no va con segundas) y metido
argumentalmente con calzador. Cierto es que la tragedia de Emily y su
funeral público fue el acontecimiento mediático que hizo mundialmente
conocida la lucha de las sufragistas, en 1913.
Con todo, y a pesar de que el resultado final no es óptimo, esta película es de aquellas que acaban por ser necesarias... incluso en la actualidad. Una lucha por la igualdad entre hombres y mujeres que es una página más de una historia que debe continuar. Una película estupendamente ambientada, un retrato social bien planteado y mostrado. Un episodio de valentía y humillación que no busca el melodrama fácil, sino apelar a la conciencia humana, a un bien mayor. Mujeres por el derecho al voto, sí, pero también madres y trabajadoras en pos de su dignidad. Ya sólo por ello el esfuerzo de realizar esta película vale la pena.
PS: por cierto, Helena Bonham Carter es bisnieta del que fuera primer ministro en aquella época, H.H. Asquith.
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