Quién le iba a decir a Sylvester Stallone, en 1976, que el boxeador Rocky Balboa, personaje de su creación convertido (por encima de John Rambo)
en ídolo de una generación, seguiría teniendo un enorme tirón popular
cuarenta años después… hasta el punto de que una séptima interpretación
del mismo le granjearía un Globo de Oro como mejor
actor de reparto en 2016. Rocky, junto a la icónica secuencia subiendo
los escalones del Museo de Arte de Filadelfia y el tema “Gonna Fly Now”
de Bill Conti, ya son en sí una leyenda para los
nostálgicos del cine de los setenta (y ochenta), así como la historia de
superación de un boxeador desconocido y hecho a sí mismo que consigue
enfundarse el cinturón de campeón del mundo de los pesos pesados (al
final de Rocky 2, 1979) frente a su rival y luego amigo Apollo Creed (Carl Weathers). La saga siguió hasta llegar a Rocky Balboa (2006), con un personaje
maduro pero aún dispuesto a ponerse los guantes y subirse al ring… una
vez más. Seis entregas, pues, que cimentaron la fama de un personaje que
siempre gozó de la simpatía del público. Y, claro, cómo no hacerlo con
este héroe surgido prácticamente del arroyo, educado con un sistema de
valores que prioriza el esfuerzo constante, la camaradería y la familia
por encima de todo. El gran héroe americano…
Hollywood, en su habitual sequía de ideas, vuelve a recuperar a
Rocky Balboa. Tanto da que Sylvester Stallone (como, en cierto modo, el
personaje) esté punto a cumplir los setenta años (¿importó que tuviera
sesenta cuando se puso los guantes por sexta vez?); tanto da que el
personaje ya no sea un símbolo para los espectadores jóvenes de hoy en
día (que son los que llenan las salas de cine), acostumbrados a otro
tipo de “héroes”; o que la propia idea de crear un spin-off de la saga suene más a estrategia comercial que a desarrollar un proyecto (más o menos) original. De esto último podemos olvidarnos: cualquier espectador que se acerque a una sala de cine para ver Creed
intuye antes de sentarse en la butaca que la historia que le van a
contar no tiene entre sus virtudes la originalidad. De hecho, este el
tipo de película realizada para satisfacer a una audiencia concreta: el
fan de una saga, de un personaje, de un género, el de películas sobre y
de boxeadores. Un género con sus convenciones y tópicos, con sus códigos
gestuales y sus leitmotivs habituales. Pues Creed de tópicos sobre
películas de boxeadores y de guiños al seguidor de la saga de Rocky
Balboa está bien surtida.
Como derivación de una saga (¿y quizá inicio de una propia?), Creed coloca como protagonista a Adonis Johnson (Michael B. Jordan), hijo póstumo de Apollo Creed, huérfano de madre siendo niño. Con un prólogo que sitúa a Adonis (Donnie, como será conocido) en 1998 y en un centro de menores, siendo adoptado por la viuda de Apollo (Phylicia Rashād),
la acción se traslada al presente: Adonis ha boxeado en tugurios de
México y siente el deseo de dejar a un lado una vida acomodada para
dedicarse de lleno al boxeo. Labrarse una carrera de éxito, pero al
margen del apellido paterno. Constantemente, a lo largo del filme,
Donnie rehúye la filiación paterna, busca hacerse un nombre por sí mismo
no por ser el hijo de Apollo (y menos fruto de una infidelidad de su
padre). Pero no puede hacerlo sin ayuda y ahí entra Rocky Balboa. Donnie abandona Los Ángeles y se instala en Filadelfia, busca a Rocky y
le pide que sea su entrenador. Como cabe esperar, Rocky, que ahora tiene
un restaurante y no pisa un gimnasio desde hace años, se hará el
remolón (como Frankie Dunn en Million Dollar Baby),
pero al final, seducido por el eco de un deporte como el boxeo, que le
hace añorar glorias pasadas. Nada nuevo bajo el sol: la película ahonda
en los tópicos del género (explotándolos al máximo), en las secuencias
de combates desastrosos previos de los que se supone que el protagonista
debe sacar una lección (por muy bueno que te consideres, siempre habrá
uno mejor que tú, así que búscate a un entrenador que te enseñe cuatro o
cinco cosas sobre el boxeo); en las escenas de duro entrenamiento con
banda sonora de motivación; en los pasos hacia adelante en una carrera
que apenas acaba de empezar y en los contratiempos que deben surgir para
que el héroe se fortalezca (y el entrenador del héroe, también);
incluso en la consabida historia de amor con una chica (Tessa Thompson)
que también tiene sus ambiciones (musicales) y que, a pesar de los
pesares (propios y ajenos), será un apoyo esencial para el protagonista. Añádase unos cuantos combates de preparación y un rival de peso para el
tramo final, con duro y vibrante enfrentamiento sobre el ring, y tenemos
los ingredientes necesarios para hacer una película que gustará, sí o
sí, al fan de Rocky Balboa… aunque Rocky Balboa no sea ahora el
protagonista.
Todo lo previsible y tópico que pueda tener esta película (y lo tiene en
abundancia), se compensa con unas secuencias de boxeo bien elaboradas,
especialmente en el combate final; por muy familiar que nos pueda
resultar ese combate y su resolución, el plato está bien condimentado.
Quizá el mayor lastre de la película sea un metraje algo dilatado y una
historia que, para llegar adonde llega, se alarga demasiado. Sylvester
Stallone compone un Rocky crepuscular pero aún lo suficientemente
atractivo para el espectador como para que su presencia en escena sea
interesante; su presencia y sus cuitas personales, ya en la madurez, sin
vivir (demasiado) del pasado y de su propio legado, inquieto y
testarudo, pero capaz de dar lecciones al más pintado. Quizá su
interpretación no dé para un Globo de Oro, pero dentro de las
convenciones del género de esta película se sobra y basta. La música pretende ser tan identificativa con los personajes principales
como lo era en las anteriores películas, y se pone al día en cuanto a
ritmos y melodías más “modernos”; pero a la postre acaba siendo algo
reiterativa e incluso cansina. Los rivales de Donnie son esquemáticos
(especialmente el boxeador británico con quien acabará combatiendo), hay
guiños que el espectador espera y se va a encontrar (no los desvelaré) y
la película se nutre con los eslóganes consabidas (“golpe a golpe, asalto a asalto, combate a combate”).
Todo funciona (más o menos) bien para que el espectador se sienta a
gusto con aquello que quiere ver y que espera que le den. Y se lo dan y
quién sabe si esta derivación de la saga continuará (parece ser que sí).
El resultado es una película funcional, efectiva, entretenida y hasta cierto punto complaciente consigo misma y con las reglas que se ha marcado. Pero todo eso ya lo esperábamos cuando nos enteramos de que Rocky Balboa regresaba a una sala de cine. Pues, a fin de cuentas, qué le pides a Rocky… con las escaleras del Museo de Arte de Filadelfia ya te tienen ganado.
El resultado es una película funcional, efectiva, entretenida y hasta cierto punto complaciente consigo misma y con las reglas que se ha marcado. Pero todo eso ya lo esperábamos cuando nos enteramos de que Rocky Balboa regresaba a una sala de cine. Pues, a fin de cuentas, qué le pides a Rocky… con las escaleras del Museo de Arte de Filadelfia ya te tienen ganado.
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