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We few, we happy few, we band of brothers.
For he to-day that sheds his blood with me
Shall be my brother; be he ne’er so vile,
This day shall gentle his condition;
And gentlemen in England now a-bed
Shall think themselves accurs’d they were not here,
And hold their manhoods cheap whiles any speaks
That fought with us upon Saint Crispin’s day.
William Shakespeare, Henry V, acto IV, escena 3ª
La arenga shakesperiana del rey Enrique V
de Inglaterra en el campo de batalla de Agincourt (Azincourt para los
franceses) es quizá uno de los discursos más recordados de la historia
universal. Y es también una invención del Bardo. Probablemente, Enrique V
pronunció una arenga a sus soldados, pero no la conocemos tanto como la
que se escribió casi dos siglos después. Pero en el imaginario
colectivo ha quedado este discurso, esta «band of brothers».
Merecidamente, pero la Historia se escribe con otros renglones.
«Their finest hour», decía Winston
Churchill en junio de 1940, para definir a los soldados británicos que
luchaban en Francia tras la invasión alemana. En cierto modo, también se
podría aplicar a los alrededor de 12.000 ingleses que desembarcaron en
Normandía en agosto de 1415, siguiendo los designios de Enrique V, rey
inglés de la casa de Lancaster desde dos años atrás, quien reivindicó la
corona de Francia, tras casi medio siglo de combates dispersos en la
llamada Guerra de los Cien Años. Una cuestión personal que el monarca
convirtió en el asunto de toda una nación. Menos de la mitad de esos
combatientes lucharon, dos meses después, en las llanuras cercanas al
castillo de Agincourt en Picardía, agotados, hambrientos y en
inferioridad de condiciones. Enfrente, al menos dos o tres veces más de
combatientes franceses, seguros y convencidos de la victoria. Y sin
embargo, al finalizar ese 25 de octubre de 1415, festividad de San
Crispín y San Crispiniano, la victoria fue para Enrique V y su «band of
brothers», mientras que ese día sería de funesto recuerdo, una journée malhereuse, para los franceses.