En ocasión del estreno de la cuarta entrega de la saga Misión: Imposible [Protocolo fantasma] hace cuatro años, teníamos la sensación de que la franquicia que se estrenó en 1996 ya daba señales de agotamiento. Uno podría pensar, a la hora de sentarse ante la gran pantalla con una nueva dosis de acción trepidante que, más allá de la propia adrenalina que ofrece un producto de este calibre, esa sensación de que la cosa no da más de sí se podía repetir de nuevo. Y es que si quince años no pasaban en balde entonces, qué podríamos decir ahora, casi dos décadas después de que escucháramos el tema de Lalo Schiffrin con los arreglos de Adam Clayton y Larry Mullen Jr. de U2. ¿Qué más nos puede aportar el agente Ethan Hunt? ¿Qué nuevos giros argumentales, qué reiteradas vueltas de campana, qué explosiones y pirotecnias varias por ver y qué pruebas imposibles que superar? Tom Cruise parece que ha asumido que ya no le quedan muchos papeles en los que superarse a nivel interpretativo pero que hay vida cinematográfica más allá de los cincuenta; y que esa vida cinematográfica está en el género de acción: Jack Reacher (2012), Oblivion (2013) y Al filo del mañana (2014), películas irregulares pero funcionales, han sido los productos que ha realizado desde aquella cuarta entrega de 2011; dejaremos al margen Rock of Ages (una más que estimable película musical de 2012 y un más que logrado Stacee Jaxx por su parte) por su temática. Pero para quien escribe estas líneas resulta hasta cierto punto triste que el Tom Cruise que dio el todo por el todo a nivel interpretativo con Nacido el 4 de Julio (1989), Algunos hombres buenos (1992), Collateral (2004) y sobre todo Magnolia (1999; sensacional Frank T.J. Mackie), ahora se limite a mostrar músculo y empeñarse en rodar sin especialistas las secuencias de acción de las películas que le apetece hacer. Tempus fugit, 53 años de edad son los que son, y si Cruise quiere rejuvenecer sus laureles, es cosa suya. Pero, al menos, si resulta ser con películas de género (¡cuál?) como Misión: Imposible - Nación secreta, pues que así sea. Porque esta quinta entrega (aunque ya no aparece el número ordinal en el título) recupera el tono de la primera (y el buen guion de la tercera) y nos acerca a un producto de, a priori, difícil etiquetaje.
De entrada habría que incidir en la idea de que Ethan Hunt, el sempiterno protagonista (y hasta cierto punto "viejo pero no obsoleto", como diría el T-800 en la última entrega de otra saga gastatada: Terminator), ya no parece ir tan sólo por el mundo; o al menos, la Fuerza Misión Imposible (FMI, no confundir con las otras siglas) parece que ya no sólo depende de este agente para todo. Me ha costado un pelín encontrar un póster de la película que no exalte únicamente a Tom Cruise (lo usual es encontrar en Google pósters como este, que repiten la imagen de la secuencia precréditos iniciales; una primera secuencia del todo prescindible, por cierto). Y es un matiz importante: hasta ahora teníamos a Ethan Hunt como líder de la manada (fuera quien fuese el jefe de turno de la FMI) y a quien se acoplaban algunos agentes que parecían más subalternos que iguales. Con esta quinta película, y tras casi veinte años, parece que la cosa cambia un poco: ya no está Ethan Hunt solo (aunque parezca que juegue en una liga aparte), sino que es la coordinación en equipo la que se ofrece como nueva carta de presentación. Y es que a tiempos desesperados, medidas desesperadas, como reza el póster: la FMI está en horas bajas, el director de la CIA (Alec Baldwin) pretende y consigue desmantelarla, los agentes se encuentran o bien perdidos o bien reubicados en la agencia de Langley. Y todo ello mientras una oscura organización llamada El Sindicato se erige como contra-agencia de espionaje, antiFMI o lo que se quiera decir para definirla. ¿Qué es El Sindicato, se preguntarán Hunt y los espectadores a medida que avanza el metraje? ¿Y quién es Solomon Lane (Sean Harris), el renegado agente del MI6 británico que se ha puesto al frente de esta alternativa organización de espionaje con agentes desperdigados por todo el mundo y que parece estar detrás de todo tipo de atentados, catástrofes y accidentes de índole diversa?
Este es el punto de partida de la película: bye-bye, FMI, hola, Sindicato. Y mientras Hunt se desploma en el interior de una cabina, narcotizado por una nube blanca (no destripo más que la secuencia poscréditos iniciales en la tienda de discos), comienza una película de acción... que a la vez es otras cosas. Christopher McQuarrrie (oscarizado guionista por Sospechosos habituales) vuelve a tener la confianza de Cruise productor tras Jack Reacher: coescribe el guion de esta película y la dirige, y le da un tono de thriller, de película de espías a la antigua usanza (con las eternas máscaras que aparece en cada entrega de la saga) y un tono que la sitúa más en la senda de las cintas de James Bond que en lo que "usualmente" convenimos en llamar Misión: Imposible. Y este es el primer acierto de la película; bueno, en realidad el segundo (tras darle más cancha al equipo, sin que Hunt/Cruise actor pierda protagonismo). Porque a una película que huele a cine de espías, sabe a cine de espías y se presenta como ha hecho el cine de espías de la saga James Bond... le sienta bien este tono. El guion, quitando alguna secuencia prescindible (la del avión inicial) o mostrando reiteración en alguna secuencia que se supone de impacto (la que sucede bajo el agua en un edificio en Casablanca), nos sitúa en un escenario que tiene que ver más con el suspense que con la mera acción adrenalínica.
Y no es que falten secuencias de este tipo: la persecución en coche y luego motos por las calles de la ciudad marroquí recuerda/evoca/homenajea aquella otra en el tramo final de la segunda parte de la franquicia. Pero lo mejor de la cinta está en la secuencia de la ópera en Viena, con ecos hitchcockianos (El hombre que sabía demasiado, 1956), por ejemplo: suspense al máximo con un objetivo claro y diversos asesinos a la vez. Del mismo modo, resulta bien lograda la secuencia con el primer ministro británico en Blenheim Palace, o el tramo final, cuando las cartas se ponen encima de la mesa y se juega el todo por el todo. La pátina a lo James Bond en personajes (Rebecca Ferguson saliendo de la piscina a lo Ursula Andress o Halle Berry en la playa) y situaciones, la idea del equipo como unidad (ganando Simon Pegg peso en la trama, recuperando a un fondón Ving Rhames o dándole más entidad a Jeremy Renner) y la calculada (milimétrica diría) puesta en escena, con un equilibrio muy logrado en cuanto a escenas de acción y otras de desarrollo dramático, robustecen y dan nueva vida a una serie que, intuíamos, parecía gastada (del mismo modo que Skyfall "rebootizaba" la saga James Bond en 2012).
El resultado, pues, es bueno; muy bueno incluso para un producto de estas características: veraniego, entretenido y que cumple con lo que promete (acción bien llevada). Porque a una película de este tipo no le pedimos más que eso: que resulte entretenida, que nos haga pasar un buen rato y que además esté bien hecha. Ya imaginamos que la resolución será la que debe ofrecer un producto como este y que su desarrollo será ágil y potenciando más lo alto de la montaña rusa que las bajadas de la misma. Pero si hace cuatro años nos hubieran dicho que la quinta entrega de una serie que empezó a rodarse hace dos décadas iba a mantenerse con un brioso estado de forma... pues probablemente no nos lo hubiéramos creído. Misión: Imposible - Nación secreta consigue lo que (ya) no esperábamos. Ahora bien, Tom Cruise: ¿a los sesenta años (que no te quedan muy lejos) vas a seguir de este palo?
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