9 de abril de 2014

37 Days (BBC, 2014): y Gran Bretaña fue a la guerra...

Hacía tiempo que no comentaba una serie de televisión en el blog… la galbana que a veces nos atenaza. Pero vuelvo, aunque sea con una miniserie más que con series recientes ya celebradas. Los British están conmemorando la Primera Guerra Mundial (¿os habéis enterado del centenario, por cierto?; apenas se publican uno o dos libros sobre el tema, ¿verdad?; jejejejeje…) y la BBC ha tirado la casa por la ventana. Y no sólo para este 2014 sino hasta 2018 (interludio en 2016 para celebrar el cuarto centenario de la muerte del Bardo), como podéis comprobar aquí: documentales, debates, series dramáticas, incluso programación para los jóvenes estudiantes. No son pocas las ocasiones en que uno siente envidia, rabiosa envidia, ante lo que la BBC presenta año tras año (The Hollow Crown es quizá la punta del iceberg, y ahora que Benedict Cumberbatch encarnará a Ricardo III en la segunda tanda de macroepisodios para 2016…). No podían dejar pasar de lado la conmemoración, desde luego: es uno de sus temas centrales, el que marcó un antes y un después en su imaginario colectivo. Y entre la programación está 37 Days, una miniserie de tres episodios emitida hace un mes por tierras de Albión.

El káiser alemán Guillermo II; detrás, el canciller Bethaman-Hollweg.
Los treinta y siete días a los que hace mención el título de esta miniserie se refieren al período de tiempo entre el asesinato del archiduque Francisco Fernando, el nada llorado heredero del trono austrohúngaro, el 28 de junio de 1914, y la declaración de guerra británica a Alemania (previo ultimátum que los teutones se pasaron por el forro), a cuenta de la invasión alemana de Bélgica, el 4 de agosto. Treinta y siete días que se viven, sobre todo, en diversos espacios interiores y que no son otros que los despachos de cancillerías y palacios. La miniserie británica es una mezcla de dramatización y documental, con un tono en cierto modo aséptico (que no objetivo) en el que se simplifican muchos detalles y se destacan algunos aspectos con el propósito de responder a la pregunta que el espectador se hace constantemente: ¿cómo pasamos de la paz a la guerra en poco más de un mes? ¿Qué nos importaba a nosotros que unos terroristas serbo-bosnios asesinaran al heredero de un decadente imperio en una ciudad que apenas sabemos ubicar en el mapa? ¿Por qué un incidente balcánico debería ser la mecha de una guerra continental o incluso mundial? La narración corre a cargo de dos oficinistas administrativos, dos funcionarios, uno británico en Foreign Office (el equivalente a un Ministerio de Asuntos Exteriores) y otro alemán en la cancillería berlinesa (la sede que equivale al palacio de un primer ministro). Ambos narran los hechos y nos sirven de antesala a la dramatización de los subsiguientes acontecimientos una vez se recibe la noticia del asesinato del archiduque.

Lo primero que percibe el espectador es cómo se muestra a los personajes implicados en los hechos. Siendo un producto británico (y muy británico, por cierto), no sorprenderá a nadie que se presente a los personajes británicos con corrección, detalle y fidelidad; no tanto en términos como “favorablemente” o “positivamente”, pues es más que discutible la manera de presentar a un Winston Churchill, primer Lord del Almirantazgo, belicista a ultranza (haciendo hincapié, en los créditos finales, del desastre de su gestión en Galípoli). Digamos que los británicos parecen gente con dos dedos de frente, educada y ordenada. En cambio, la caricatura rodea a la figura del káiser alemán Guillermo II, el patetismo en cuanto al káiser austrohúngaro Francisco José, la no contenida mala baba en el retrato de Helmuth von Moltke, jefe del Estado Mayor del ejército alemán, o la burla directa contra los bigotes, zapatos o maneras en general del embajador austrohúngaro en Londres. Incluso una aliada como es Francia no se escapa de una mirada burlona, personificada en el embajador Paul Cambon (único personaje francés en escena), todo furia contra lo alemán, exigiendo el intervencionismo británico; en una secuencia en que espera entrar en el despacho del secretario del Foreign Office junto al embajador alemán, Max von Lichnowsky (quizá uno de los pocos personajes alemanes vistos con cierta simpatía), a la pregunta de éste “¿se retrasará mucho?”, en referencia al tiempo esperando, Cambon tiene la gloriosa manera de mostrar desprecio soltando un “desde 1870”, que deja descolocado a su interlocutor. Tampoco salen ganando personajes esenciales como el canciller alemán, Theobald von Moltke, empequeñecido en ocasiones ante el torrente bélico de Moltke, y desde luego los personajes rusos, comenzando por el zar Nicolás II, su ministro de la guerra Sujómlinov o el embajador en Londres, son a partes iguales caricaturas y personajes que no dan la talla (“y estos son nuestros aliados…”, parecen decir en Londres).

De izquierda a derecha, Churchill, Asquith y Grey.
Con todo, los personajes británicos también reciben lo suyo. La miniserie focaliza el protagonismo de los británicos en sir Edward Grey, secretario (ministro) del Foreign Office, secundado por sir Eyre Crowe. Ambos reciben las primeras noticias del magnicidio en Sarajevo, se preguntan qué significará todo eso y piensan en una limitada crisis balcánica (una vez más), hasta que los acontecimientos comienzan a desbordarse: el interés del káiser alemán de que los austrohúngaros reaccionen con rapidez y aplasten a los serbios, entregándoles el llamado “cheque en blanco” que será esgrimido posteriormente como uno de los elementos que señalan la responsabilidad de Alemania en la guerra. Pero este Grey se muestra dubitativo, algo lento en reaccionar, frente a un Winston Churchill, primer Lord del Almirantazgo que presume de dotes proféticas e insiste en que la posición británica sea de firmeza, de férrea firmeza. Frente a ellos dos, el primer ministro Herbert Asquith queda en un plano secundario: casi parece un mediador en las reuniones del Gabinete en Downing Street, permitiendo incluso que su esposa participe en las conversaciones durante la cena… o la copa posterior. Progresivamente, en especial desde el segundo episodio y de manera destacada en el tercero, se da juego al canciller del Exchequer (el ministro de Hacienda), David Lloyd George, cuya influencia será determinante para que finalmente un maltrecho Gobierno liberal británico (a causa de la dimisión de varios de sus miembros, opuestos a que el Reino Unido intervenga en la crisis europea) declare la guerra a Alemania.

Es interesante el juego de opuestos en esta miniserie: la oposición entre belicistas y pacifistas en el seno del Gobierno británico, o de militares (Moltke) y civiles (Bethmann-Hollweg) entre los alemanes, con el káiser como caprichosa figura que alterna entre unos y otros. Será la cuestión belga la que decida la posición británica, ya que la aplicación de la Entente Cordiale con Francia no parece estimular al Gobierno de Asquith (para sorpresa del embajador francés Cambon). Simplificando, el acuerdo general de respetar la integridad de Bélgica, pactado setenta y cinco años atrás, se verá en peligro ante la decisión alemana de invadir el pequeño país europeo para poder avanzar contra Francia. Es curioso que en la miniserie se dé menos importancia al Plan Schlieffen, que Moltke prácticamente saca del cajón en el último momento cuando plantea la guerra en dos frentes: sabedor de que la invasión austrohúngara de Serbia desatará la furia de su protectora Rusia, que se movilizará contra el imperio Habsburgo, Moltke pone en juego también la movilización alemana en su frontera oriental en clara amenaza contra Rusia (en virtud de su acuerdo de defensa mutua con los austrohúngaros). Los guionistas de la miniserie sintetizan muchos detalles y prefieren pasar de puntillas por algunos detalles, centrando el interés en las amenazas mutuas y el desencadenamiento de las alianzas. Resulta algo chocante que se le dé poca entidad a la amenaza alemana sobre Francia (el citado Plan Schlieffen), que parece recordarse sólo cuando se piensa en una derrota de Francia una vez que se ponga en práctica la alianza de esta con Rusia. Es de suponer que se ha preferido sacar ese tema en el momento en el que la violación de la integridad belga debe ser el elemento que obliga a los británicos a intervenir. Posiblemente, quién sabe…

From the Foreign Office... to war.
Sea como fuere, estamos ante un producto para el público en general, no para especialistas en la materia (ya tiene el lector interesado en el tema la inmensa masa bibliográfica que se ha publicado en los últimos meses). Y por ello, la claridad expositiva prima sobre el detalle erudito. Quizá choque también que se le dé mayor primacía a un secretario del Foreign Office frente a la labor del primer ministro. No olvidemos, sin embargo, como se remarca en la serie, que la prioridad del Gobierno británico no era lo que sucedía en Sarajevo o el ímpetu bélico del káiser alemán, sino la cuestión irlandesa: la candente cuestión irlandesa, se podría decir, que estallaría en la Rebelión de Pascua en abril de 1916. Poco a poco Grey, Asquith, Churchill y Lloyd George se dan cuenta de lo que se juegan en la crisis europea, como denota las reuniones del Gabinete en Downing Street en el tercer episodio: para Grey se trata de lo que puede sucederle al honor británico si se mantienen neutrales, frente a los ministros que consideran que la guerra sería un desastre a corto plazo para el Reino Unido, siendo Lloyd George quien tenga que asumir el peso de la decisión final.

37 Days es una miniserie interesante, muy interesante, aun con sus carencias o limitaciones. Refleja con interés esos 37 días de tensiones, de malentendidos, de obligaciones por tratados y acuerdos secretos, de decisiones meditadas y otras espontáneas. Y con el buen hacer de la BBC, otro tópico... pero es que realmente está muy bien hecha (haciendo palidecer productos políticos e históricos que se realizan por nuestros lares). Induce al espectador británico a reflexionar sobre cómo se toman decisiones trascendentales y cuál fue el rol que jugaron sus gobernantes hace un siglo ante una crisis que a priori les parecía lejana. Como dice uno de los personajes, para cuando el ultimátum británico al Gobierno alemán sobre la invasión de Bélgica expiró y entró en vigor la declaración de guerra y las disposiciones de las alianzas con sus aliados, entonces las declaraciones de guerra mutuas del imperio austrohúngaro y Rusia, los más interesados en la "guerra balcánica" que se convirtió en "mundial", no importaron a nadie.

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