24 de agosto de 2013

Crítica de cine: El último concierto, de Yaron Zilberman

En estos tiempos de estridencias visuales, con blockbusters veraniegos de todo tipo, se agradecen películas más sosegadas. Películas sencillas. Películas hermosas. Y El último concierto es probablemente una de las mejores apuestas para ese espectador que acaba empachado de pirotecnias y vanos juegos de artificio. Una pelicula de actores consagrados como Philip Seymour Hoffman, Christopher Walken o Catherine Keener, director desconocido (Yaron Zilberman), trama para un público más selecto que el de un multisalas y resultados discretos para la taquilla, pero con mucho más poso que la mayoría de pamemas que se estrenan por estas fechas.

The Fugue es un cuarteto de éxito. Veintincinco años de existencia y de giras siete meses al año. El violonchelo Peter (Walken), el primer violín Daniel (Mark Ivanir), el segundo violín Robert (Hoffman) y la viola Juliette (Keener). A su vez, Robert y Juliette se conocieron en los primeros tiempos del cuarteto y tienen una hija, Alexandra, que también tiene talento al violín. The Fugue fue creado por Daniel, que le pidió a un ya consagrado Peter que se uniera, añadiéndose jóvenes talentos como Robert y Juliette (ahijada y pupila, en muchos aspectos, de Peter). La música clásica siempre ha estado presente en estos personajes, si bien cada uno la vive a su manera: Daniel de modo obsesivo y perfeccionista; Peter con reverencia al oficio, recordando a maestros como Pau Casals; Robert con una ambición olvidada que ahora, rondando la cincuentena, reverdece; y Juliette con mimo y pesar al mismo tiempo, pues no ha sido fácil ser madre y música al mismo tiempo. Preparando la nueva temporada, llegará el bombazo: Peter sufre las primeras fases del Parkinson, enfermedad que le fuerza a replantearse su vida y, al mismo tiempo, su presencia en el cuarteto. 

Con una trama en muchos aspectos sencilla, esta película nos habla de personajes que deben enfrentarse a muchas encrucijadas. Peter destapa la caja de Pandora y de ella salen muchos sentimientos. Robert será el primero en mover ficha y poner sobre la mesa sus sueños guardados en un cajón, forzando a Daniel, que domina el grupo con su modo de hacer las cosas, a mover ficha. A su vez, la relación entre Robert y Juliette se ve afectada, añadiiéndose el rol de la hija de ambos, Alexandra, queno se resigna a ser una espectadora más. Quizá sea Peter y su manera de enfrentarse a la enfermedad (sin aspavientos) con quien el espectador empatice pronto: ayuda a ello la contenida interpretación de Christopher Walken, con momentos en que, sin caer en una sensiblería tramposa, te pone el corazón en un puño.

Esta no es una película que necesite de giros argumentales ni efectos especiales. Es una película de personajes que no son perfectos y que se dan cuenta de ello; de personajes que tocan y sienten la música, y consiguen transmitirte esa pasión. Es una película de emociones contenidas, de situaciones cotidianas (e incluso humorísticas) y de personajes creíbles. Un personaje más es la música, como no podía ser menos, y ahí el Cuarteto de cuerda nº 14 en Do sostenido menor, opus 131 de Beethoven se erige en banda sonora constante de la película, metáfora para algunos personajes y prueba de fuerza para otros. Compuesta por Beethoven poco antes de morir, es la última obra musical que escuchó Schubert en su lecho de muerte... y la pieza que da significado al título de la película (secuencia inicial y final de la misma). Una obra extraña dentro de los cánones de la época: consta de siete movimientos, en lugar de los cuatro habituales, y Beethoven dejó escrito que debía ser interpretds sin pausas (attacca)... algo que Peter ya no puede hacer. Y el resto de los miembros del cuarteto, a su manera, tampoco. Una música que te llega, como lo hace el precioso score de Angelo Badalamenti (que juega un rol similar a la música de Dario Marianelli para El solista).

La película se sostiene por las interpretaciones de los actores, sobre todo, y por esa pasión melómana que el director pretende que el espectador perciba... y lo consigue. Me quedo con la sobriedad de Christopher Walken, que te desarma en más de una ocasión con una mirada; una mirada que desvela el dolor de un personaje, pero también la esperanza y la pasión. La pasión de unos personajes, en definitiva. Y la delicadeza y el sosiego de una película que realmente se agradece ver en estos tiempos.

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