Me he dedicado a buscar un póster que defina con precisión una película como Anna Karenina
de Joe Wright. Lo habitual es encontrar la típica imagen de Anna en el
centro del escenario, con Vronski y Karenin a lado y lado. Y sin embargo
sería simplificar en exceso la trama de esta nueva (en todos los
sentidos) adaptación de la novela de Lev Nikolaievich Tolstói: pues, sí,
es la historia de un adulterio y de un amor obsesivo, de la ruptura por
parte de la protagonista de los convencionalismos de un rígido código
social en la élite peterburguesa. Pero la historia de esta novela es más
compleja, y debemos agradecer a Tom Stoppard, el guionista y aclamado
autor teatral, que no se haya olvidado de quién es realmente el
protagonista de esta novela: Konstantin Dimitriévich Levin, el alter ego
del propio Tolstói, el hombre reflexivo y al mismo tiempo irascible,
debatiéndose entre la modernidad y el apego a las tradiciones rusas. Sin
Levin, la novela no es la misma, pues encarna la cara B de la propia
Anna: también duda, como Anna, y baraja romper con todo; también el amor
lo golpea y obsesiona, pero donde ella se hunde en su propio infierno (y
en aquel creado por los demás), Levin se mantiene a flote, y termina por, a
su manera, conseguir lo que siempre ha soñado.
Anna Karenina es una película
con dos pilares básicos: texto e imagen. Stoppard se ha encargado de
adaptar una compleja novela, extensa (mil páginas), con diversas tramas,
muchos personajes, escenarios y con una visión de la alta sociedad del
San Petersburgo de la década de 1870 y del interior, del campo, que
Tolstói conocía con detalle en ambos casos. Quizá no haya un inicio de
novela ("Todas las familias dichosas se parecen, pero las infelices lo
son cada una a su manera") tan conocido y que revele tanta intensidad;
Tolstói mismo puso como primer título de su novela Dos familias.
Y la familia es importante, ya desde que nos enteramos que la felicidad
se ha marchado de casa de los Oblosnki desde que el padre de familia,
Stiva (Matthew MacFadyen) le ha sido infiel a su esposa Dolly (Kelly
Macdonald) con la institutriz, y su torpeza ha provocado que ella se
entere, para desgracia familiar y oprobio social. La llegada de Anna
Karenina (Keira Knightley), la hermana de Stiva y esposa del influyente
Alexei Alexandróvich Karenin (Jude Law), para calmar la situación será
el inicio de otro drama, el propio de Anna, cuando conoce y queda
subyugada por el conde Vronski (Aaron Taylor-Johnson). Y el resto...
bueno, ya conocéis la historia. Esta es la trama más conocida de la
novela, pero no olvidemos a Levin (Domhnall Gleeson), que aspira a
casarse con Kitty (Alicia Vikander), la hermana menor de Dolly, pero
desiste, furioso y frustrado, cuando conoce que ella quiere casarse con
Vronski... antes de que este conozca a Anna. Levin simboliza el cambio y
la propia resistencia al cambio (toda una paradoja) en la Rusia
imperial que trata de acercarse a Europa, que ha liberado a los siervos y
que busca un lugar entre el resto de potencias "civilizadas". Esta es
la historia, el texto, que Stoppard adapta. La historia de una mujer que
lo pierde todo por amor, que se obsesiona y pone en entredicho la
seguridad y el honor de su familia, comenzando por un marido que le
dobla la edad y que, paternalmente, insiste en que no se pierda, en que
sea consciente de su lugar en la sociedad. Anna no ha conocido el amor,
Vronski se lo trae con exceso, hasta el punto de perder la cabeza y
considerar que puede tener un amante y que todo se mantenga igual. Pero
la sociedad peterburguesa le recordará que jugar con fuego acaba
quemando y que un comportamiento de ese tipo se paga con la muerte
social... previa a la propia muerte física de Anna.
¿El resultado? Más que atractivo... si juegas con las reglas que ofrece
Wright. Si consigues entrar en la metáfora visual, no te agobias
demasiado con los trávellings de cámara, no consideras que tanto
manierismo visual roza lo ridículo (y hay ocasiones en que lo roza, y de
cerca), si ves la obra en toda su globalidad (Anna, sí, pero también
Levin), quedarás satisfecho. Con matices, como servidor, pues percibo un
cierto desequilibrio en el ritmo (Stoppard, queriendo reflejar la
complejidad de la novela duda demasiado entre Anna y Levin, por su idea
de ofrecerlo todo), con altibajos en la parte central (llega el momento
en que ya sólo esperas el final por todos conocido), hay personajes como
Vronski que quedan desdibujados en el tramo final. La música
omnipresente de Dario Marianelli se erige en un personaje más, no
incomoda y dibuja con nitidez a los personajes. El exceso visual de
secuencias como el baile se ralentiza en la media hora final,
mostrándose más pausado, quizá consciente Wright de que tampoco hay que
empalagar al espectador (y seguramente ya lo ha hecho).
Me ha atrapado esta versión, aunque posiblemente ya iba predispuesto al
exceso visual. Mi sorpresa ha sido la solidez de un guión que no lo
focaliza todo en el triángulo Anna-Vronski-Karenin, añadiéndose Levin
(¡como debe ser!) y manteniendo la esencia de la novela de Tolstói. Y como adaptación del texto, pues, es magnífica; como juego posmoderno a lo
Hamlet de Kenneth Branagh (otro teatro...), es muy atractivo y sale airoso del envite. Muy airoso.
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