16 de julio de 2016

Crítica de cine: Ice Age: El gran cataclismo, de MIke Thurmeier

Catorce años han pasado desde que un mamut (Manny), un tigre sable (Diego) y un perezoso (Sid) nos conquistaran en una sala de cine tratando de devolver a un bebé humano a su familia. Y una ardilla (Scrat) y su bellota, sobre todo. Mamut, tigre sable y perezoso se conocían y enfrentaban, pero al final se hacían amigos y cumplían con el objetivo. La amistad prevalecía por encima de las diferencias de “clase” animal, entre herbívoros y carnívoros, y aquí paz y después gloria. Catorce años han pasado desde Ice Age: La Edad de Hielo (2002), pues; y del enorme éxito para la Fox, entonces en plena competencia con Dreamworks Studios (que también tenían su franquicia con Shrek) y Pixar (que siempre ha jugado en Champions dentro del mismo deporte), surgieron la secuelas, que metódica y exitosamente se han ido sucediendo. Películas que ampliaban el elenco de personajes (la mamut Ellie y la tigresa Shira para emparejar a los protagonistas, la comadreja tuerta Buck, una “hija” para Manny y Ellie e incluso una ardilla hembra para Scrat, que de todos modos siempre ha ido por libre), “avanzaban” las tramas (el deshielo, la extinción de los dinosaurios, la formación de los continentes) y seguían siendo muy rentables para la Fox; más que suficiente para continuar con una saga de películas que, en lo argumentalmente, sí han perdido algo de fuelle: catorce años no pasan en balde. Pues he aquí que llega Ice Age: El gran cataclismo en este 2016, quinta entrega de la serie. El paraíso terrenal en el que viven los diversos animales que componen esta peculiar familia de animales, en convivencia con otros muchos, puede desaparecer cuando, tras la aparición de un objeto en el cielo, la comadreja Buck encuentra una estela antigua que profetiza el fin del mundo: un enorme asteroide se dirige a la Tierra (échenle la culpa a Scrat), el mundo que estos animales prehistóricos han conocido puede cambiar radicalmente, la supervivencia no está asegurada.