24 de noviembre de 2011

Crítica de cine: X-Men. Primera generación, de Matthew Vaughn

[5-VI-2011]



La vi el viernes por la tarde. Refundación efímera (tras el final de esta película, ¿caben más entregas?) de la saga de los mutantes. Y esta vez con Matthew Vaughn (el director de Kick-Ass) tras la cámara. Uno se preguntaba, tras la trilogía original (de la que el tercer episodio es el más flojo) y la película sobre Lobezno, si la cosa daba más de sí. Y la verdad es que sí, a nivel de entretenimiento, pero también no, a nivel de la propia historia interna de la saga.

La cosa nos lleva a los orígenes de los X-Men, esencialmente del profesor Charles Xavier (James McAvoy), de Erik Lehnsherr, futuro Magneto (Michael Fassbender), de Raven/Mística (Jennifer Lawrence y brevísimo cameo de Rebecca Romijn Stamos), de Bestia (Nicholas Hoult) y algunos más (porque muchos que recordamos de la trilogía, por su juventud, no aparecen). E incluso hay un divertídisimo cameo de Lobezno/Hugh Jackman, muy en su estilo. De Erik conocemos el origen de sus poderes (y de su ira) en un campo de concentración en la Polonia ocupada por los nazis (¿qué tendrá el elemento nazi como evocador de maldad suprema? Véase también el caso de Hannibal, el origen del mal, por mencionar algo reciente; búsquense muchos más ejemplos). Conocemos la pedantería y el buenrrollismo del joven Charles Xavier. Y vemos el objeto de la ira de Erik, un doctor alemán (sosías de un Mengele cualquiera), interesadísimo en los poderes del pequeño mutante, rejuvenecido posteriormente y reconvertido en el oscuro Sebastian Shaw (Kevin Bacon), que busca el enfrentamiento directo entre Estados Unidos y la URSS con la crisis de los misiles de Cuba de 1962 mediante.

Como película de entretenimiento, el filme de Vaughn cumple eficazmente. Seguimos el origen de los personajes, como se conocen entre ellos, la típica fase de adiestramiento, el reconocimiento de un enemigo común (Shaw) y la batalla final. Lo malo, por ponerle una pega a esta película, es la previsibilidad de una trama que conduce a lo que el espectador lleva esperando desde el principio: el enfrentamiento entre los mutantes y la división entre los que se atrincheran con Erik, ya Magneto, y que no quieren componendas con los humanos "normales", y los que se unen bajo la égida benefactora del ya Profesor Xavier y su sueño de hermanar a humanos y mutantes. Acaba la película y el espectador ya puede ponerse a ver X-Men de Bryan Singer (2000) para encontrar la solución de continuidad.

Por el camino han quedado reflexiones interesantes (la evolución, el papel de los mutantes como objeto de mofa y temor, e incluso, como esclavos de los humanos) y una estética muy James Bond de los años 60 : no sólo en elñ estilismo y el vestuario, sino en algunos guiños como, por ejemplo, Emma Frost/January Jones evocando a Honor Blackman en Golfinger. Y como curiosidad española, un Alex González que no dice ni mú.

Por lo demás, buena película, interesante aunque previsible revisitación del fenómeno mutante. Pero, especialmente, mucho entretenimiento.

Canciones para el nuevo día (789/17): "Mammagamma"


The Alan Parsons Project - Mammagamma



Disco: Eye In The Sky (1982)



23 de noviembre de 2011

Reseña de Alejandro de Macedonia, de Harold Lamb

«Cuando más solo está el hombre, más se inclina hacia el mito» (p. 325).

¿Otra biografía sobre Alejandro? Pero, ¿qué más podemos saber sobre el personaje si en Hislibris se han comentado ensayos –véase Alejandro Magno. Conquistador del Mundo, de Robin Lane Fox (Acantilado, 2007), Alejandro Magno. Rey general y estadista, de N.GL. Hammond(Alianza, 1992), Las conquistas de Alejandro Magno, de Waldemar Heckel (Gredos, 2010), Alejandro Magno, de Roger Caratini (Plaza & Janés, 2000)– y novelas –por ejemplo, las de Gisbert Haefs, Valerio Massimo Manfredi, Nicholas Nicastro, José Ángel Mañas, Annabel Lyon o Steven Pressfield– de todo tipo? ¿Aún hay más? Pues sí, amigos, hay más. De hecho, todas las anteriores referencias son posteriores a Alejandro de Macedonia, de Harold Lamb (Espuela de Plata, 2010). Así que, ¿qué nos contaba Lamb hace sesenta y cinco años?

Crítica de cine: Micmacs, de Jean-Pierre Jeunet

[25-VI-2011]



Vuelve Jean-Pierre Jeunet, tras siete años superando el relativo fracaso de su anterior película. Relativo fracaso comercial, claro, y hasta cierto punto de crítica, porque Largo noviazgo de domingo (2004) es una película más que interesante: una preciosa historia de amor, un retrato muy fidedigno de la guerra de trincheras en la Primera Guerra Mundial, una convincente trama de intriga y suspense en pos de un muchacho considerado muerto, y al mismo tiempo una película que reunía mucho del imaginario personal de Jeunet. Y a muchos de sus actores, empezando por la musa de su anterior película. Amélie (2001), sin duda su mejor película: un cuento de hadas moderno, una historia de amor que seducía y nos mantenía casi en vilo hasta prácticamente al final. Pero fue Delicatessen, una década antes, su particular carta de presentación. Véase en esta última el referente de su más reciente película: Micmacs.

Bazil (Dany Boon, bastante contenido en esta película) es huérfano de padre desde hace treinta años: su progenitor murió a causa de una mina antupersona en el norte de África. Él mismo, al cabo de esas tres décadas, ha sufrido un terrible accidente: una bala perdida ha entrado en su cráneo por la frente y allí se ha quedado aposentada; el cirujano de turno se jugó a cara o cruz extraer la moneda, y salió que allí se quedara. Sin trabajo (como un Quentin Tarantino à la française, trabajaba en un videoclub), sin casa, vaga por la ciudad recorriendo chatarra y busca el modo de vengarse de los fabricantes de armas que considera causantes de la muerte de su padre y de su accidente balístico (André Dussollier y Nicolas Marié). Hasta que conoce a una peculiar banda de chatarreros, los Micmacs del título, de lo más peculiares: un hombre que años atrás se salvó por los pelos de ser guillotinado tras atascarse la hoja (Jean-Pierre Marielle); un exrecordman de lanzamiento en cañón y lleno de piezas metálicas en su cuerpo (Dominique Pinon); una particular matrona cocinera (Yolande Moreau); una contorsionista muy susceptible (Julie Ferrier); una cerebrina de las matemáticas bastante tímida (Marie-Julie Baup); un aparentemente enclenque inventor de juguetes de todo tipo pero con mucha fuerza física (Michel Crémadès); y un congoleño que suelta ripios y refranes en cada frase que dice (Omar Sy). Como podemos observar, personajes puramente al estilo de Jeunet y de Delicatessen.

La película sigue, pues, un estilo más que trillado en la filmografía de Jeunet: el humor, el esperpento, el surrealismo y la estructura visualm que en ocasiones recuerda al cómic. Lo mismo de su filomografía anterior, con más dosis de humor que en ocasiones pretéritas, y todo al servicio de un personaje como Bazil, no tan carismático como Amélie: en este sentido, es la troupe de Micmacs quienes se llevan el gato al agua y hacen las delicias de los espectadores. La trama es desigual, demasiado dependiente de los gags micmaquenses, de sus trucos sin fin (y que casi nunca les fallan), en un París más industrial, más gris, sin el colorido desbordante de Amélie y en el que la desgracia se tiñe de comicidad... pues casi porque no queda remedio.

Con la denuncia de los tejemanejes, tolerados por Gobiernos de todo tipo, de los fabricantes de armas del Primer Mundo que se enriquecen a costa de las guerras intestinas del Tercer Mundo, Jeunet crea una película entretenida, no tan redonda como sus dos filmes precedentes (y tampoco tan visualmente rompedora como Delicatessen, a pesar de ser su más claro referente), pero que no desagradará, ni mucho menos, a los seguidores del director galo y de su particular universo fílmico. En ese sentido, uno sale del cine con la sonrisa en la boca. Pero también queda la sensación de que Jeunet podría empezar a pasar página...