Con Daniel Craig como James Bond del siglo XXI
(si dejamos al margen Muere otro día, la película de 2002 con la que
Pierce Brosnan se despidió del personaje), la saga sobre el agente 007
(con licencia para matar) creada por Ian Fleming en 1952 inició un
particular reboot. Y lo necesitaba… si es que la serie de películas,
ambientada en la Guerra Fría y que conjuntaba el espionaje y la acción
con una mirada pop (o incluso kitsch en los años setenta), no se había
quedado «obsoleta» por no decir «pasada de moda». El Bond que interpretó Brosnan en los años noventa y el cambio de
milenio ya trató (hasta cierto punto) de «adaptarse» a los tiempos
(aunque una M en la piel de Judi Dench lo tildara de «despojo de la
Guerra Fría»), en los que ya no había organizaciones secretas como
SPECTRA o ambiciosos generales soviéticos, pero sí millonarios
megalómanos, agentes traidores y gánsteres pasados de rosca que aún
tenían mucho peligro que provocar. James Bond es hijo y deudor de su
época, en gran parte los años cincuenta y para las películas los
sesenta, y entró en una cierta decadencia argumental en los setenta (al
tiempo que con Roger Moore se potenciaba el elemento cómico) y una
discreta recepción popular en los ochenta, con un Timothy Dalton menos
icónico para lo que el personaje requería.
James Bond era también el agente por antonomasia del MI6 en la época
dorada (y a menudo chapucera) de los servicios de inteligencia, con la
CIA y el KGB a la cabeza, e imagen de una cierta «Britishness» que mucho
más tarde encontraría derivaciones tan peculiares como Austin Powers
(Mike Myers). James Bond inició, en aquellos años sesenta, la moda de presentar a
espías bien vestidos y seductores en alternativas versiones de agentes
que trabajaban, ya no para el Gobierno de Su Majestad, sino para
entidades internacionales: casos de Derek Flint (James Coburn) y
Napoleón Solo e Ilya Kuryakin en películas y una serie de televisión,
respectivamente. Si Bond se enfrentó como paladín británico a SPECTRA,
Solo y Kuryakin superaron la dialéctica de dos superpotencias
enfrentadas entre sí y colaboraron en la organización
U.N.C.L.E. para detener los malvados planes de THRUSH, y el mundo se
salvó varias veces gracias a ellos; por su parte, Flint, agente de la
también no gubernamental ZOWIE (sí, también se pusieron de moda las
siglas), hacía lo propio y tenía tiempo para pasárselo en grande en
fiestas y saraos de todo tipo. Ah, aquellos encantadores años sesenta…