A lo largo de su libro, Jason Webster menciona a Santiago, el santo patrón de España, y sus tres caras (casi parece hacer un homenaje a Joseph Campbell): la del santo, el apóstol cuyos restos supuestamente fueron redescubiertos en el siglo IX en Iria Flavia (Padrón) y trasladados a Compostela, donde se erigió una catedral que hoy en día es su hogar; la del peregrino, el que busca el conocimiento y la verdad, un viajero y un hombre de paz; y la del soldado-cruzado, el «Matamoros», quien prácticamente ganó una batalla, la de Clavijo (844), con su aparición. Más que la idea de las «dos Españas» (a partir de los versos de Antonio Machado: «Españolito que vienes / al mundo, te guarde Dios. / Una de las dos Españas / ha de helarte el corazón»), Webster prefiere esta imagen de los «tres Santiagos», tres representaciones de «España» a lo largo de su historia: el Santo, el Buscador, el Matamoros. Y con este último se deriva también a otra idea que subyace en el libro: la distinción entre «nosotros», los «españoles» de siempre, los que ya eran tales desde prácticamente hace milenios y han forjado una nación, España, única en la historia; y los «otros», aquellos que la invadieron y ocuparon, y en cierto modo crearon una «Anti España», y que suele asimilarse a los musulmanes, los herejes (protestantes, por ejemplo), los judíos… los no católicos. Esta contraposición maniquea es mencionada por Webster a lo largo del volumen, sin asumirla como tal, desde luego, pero como muestra de la construcción de un modelo de «español» al que se enfrenta aquel que no es como él, el «otro»; una idea que a menudo se desentierra y que goza también de predicamento en partidos ultranacionalistas como Vox (a la inversa del «catalán» que se libera del yugo españolista y es asumida por los partidos independentistas).