Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.
Nota importante: este documental se podrá ver en salas de cine solamente del 10 al 16 de enero.
No se le podrá negar a Luciano Pavarotti (1935-2007), entre otras muchas cosas, su afán por llevar el bel canto a todo el mundo. Para los muy puristas, Pavarotti llegó a devaluar las excelencias de la ópera al llevar a su terreno, o, desde otro punto de vista, a conocer en otros terrenos, a figuras del rock y el pop, siendo sus conciertos benéficos
Pavarotti & Friends (1992-2003) una buena muestra de ello. Es cierto que el tenor de Módena dejó de dedicarse en exclusiva (sin nunca abandonarla) a la ópera desde los años ochenta, ocupándose cada vez más de los conciertos y recitales, y también a causas benéficas, donde su bonhomía, bien conocida en el mund(ill)o operístico se expandió por todo el mundo. Para muchos, Pavarotti se convirtió en un símbolo simpático y abierto que reconciliaba y unía en pos de buenas causas a muchas personas y organizaciones, y con las que colaboraba con ese don que la naturaleza le dio: una voz impresionante, capaz de encadenar dos de pecho (do sobreagudo o
high C, lo llaman en anglo), la nota más alta que puede expresar un tenor sin recurrir al falsete. El “rey del do de pecho” era el sobrenombre que tuvo en la década de los años setenta; de hecho, los más melómanos recuerdan aún los nueve dos de pecho que cantó en el aria
“Ah” mes amis” de La hija del regimiento de Gaetano Donizetti en una memorable función en el Metropolitan Opera del Lincoln Center de Nueva York en 1973. Y, desde luego, su figura ha quedado asociada al
aria “Nessun Dorma” de Turandot, la inmortal ópera de Giacomo Puccini, y que popularizó con la gira de conciertos con Plácido Domingo y José Carreras entre 1990 y 2002 (los de 1990 y 1994 dirigidos por Zubin Mehta).