Ron Perlman ya tiene 68 años y es un dato que, de una manera u otra, sobrevuela este filme que el veterano también produce y con el que, curiosamente, no estamos de acuerdo con la frasecita de marras en el cartel (no, no todo mejora con la edad). Que sea ya alguien que roza los setenta afecta a la credibilidad que le quedamos dar al personaje (o este nos ofrezca) –especialmente cuando se relaciona con personajes femeninos más jóvenes que él… alguna que otra mucho más joven que él– y a él mismo como actor (como cuando en los años noventa se emparejaba a Sean Connery con actrices que podrían ser sus hijas, rechinaba que no veas, al margen de sexismo inherente). En el caso del personaje, por ceñirnos a esta película, Asher (no, el título no es nada original), se nos da una de cal y otra de arena: por un lado (en lo positivo, ¿la cal o la arena?), ayuda a perfilar al protagonista, un antiguo agente del Mossad reconvertido en sicario y al que los achaques de la edad le comienzan a pasar factura (si te dedicas a matar a gente por pasta y el mero hecho de subir unas escaleras te deja sin aliento y al borde del soponcio, quizá sea hora de que te plantees la idea de jubilarte); por el otro (lo negativo, no sé si la arena o la cal de la condenada frase hecha), es que no puedes seguir actuando (como sicario) de la misma manera que colegas más jóvenes que tú y que estos acaben quedando aún peor, lo cual ya dice poco del tipo de asesinos a sueldo que uno acaba contratando y de esa suspensión de la incredulidad que la trama debería generar en ti. Por tanto, si ya no estás para muchos trotes, lo estás para todo y no de manera selectiva según un sesgado criterio del guionista de turno (en este caso, Jay Zaretsky), porque si no dejas en el espectador una sensación de “no me lo trago” (la suspensión esa de la incredulidad).