Nota: esta reseña parte de una lectura del original en inglés.
«En aquel mes de mayo, Winston Churchill se convirtió
en Winston Churchill».
De tanto en tanto aparecen libros que recopilan
discursos que “han hecho” historia y que con una clara voluntad motivacional,
recogen la esencial de un personaje y las palabras que pronunció en un momento
determinado: así, de Discursos que
inspiraron la historia de Jacob Field (EDAF, 2014) pasamos al reciente Cien
años de grandes discursos: desde 1916 hasta la actualidad de Francisco García
Lorenzana (Plataforma, 2017), sin dejar de lado una selección de las mejores
piezas oratorias de Barack Obama, Un mundo
mejor para nuestros hijos: discursos 2009-2016 (Duomo Ediciones, 2017),
considerado el mejor orador de los tiempos recientes (incluso más allá del «Yes, We Can!”»), nos aventuraríamos a decir que el discurso está de moda;
aunque la cosa seguramente va por barrios: por nuestros lares la ciudadanía no
aprecia demasiado la oratoria de los políticos, aunque se conceda algún premio a Mariano Rajoy como el mejor orador parlamentario. Probablemente se recuerden pocos
discursos de Rajoy (o de cualquiera de los otros líderes políticos; en cambio sí
se suelen citar pifias y frases provocadoras), pero de Winston Churchill
prácticamente todo el mundo recordará cuando declamó aquello de «no tengo
nada que ofrecer [al pueblo británico] sino sangre, esfuerzo, lágrimas y
sudor» (I have nothing to offer but blood, toil, tears and sweat). La ocasión fue un
pleno de la Cámara de los Comunes el 13 de mayo de 1940, y fue su primera
intervención como primer ministro británico ante sus colegas parlamentarios,
tras la dimisión de Neville Chamberlain, cuatro días antes, forzado por la
desastrosa operación británica en Noruega (y de la que el propio Churchill,
como Primer Lord del Almirantazgo, por segunda ocasión desde 1915, tenía una
cierta responsabilidad). Y es que los discursos ayudan a forjar la leyenda de
un personaje, más en el caso de alguien tan peculiar como Winston Churchill y
que en el imaginario colectivo se asocian al coraje, la audacia y la
resistencia.