14 de diciembre de 2016
13 de diciembre de 2016
12 de diciembre de 2016
9 de diciembre de 2016
8 de diciembre de 2016
Canciones para el nuevo día (2099/1328): "W.E. (Abdication)"
Abel Korzeniowski - W.E. (Abdication)
Disco: W.E. - score (2012)
7 de diciembre de 2016
6 de diciembre de 2016
Crítica de cine: 1898. Los últimos de Filipinas, de Salvador Calvo
Durante trescientos treinta y siete días un
destacamento de unos cincuenta soldados españoles, comandados por el
capitán Enrique de las Morenas (hasta su muerte por el beri beri al cabo
de unos meses) fue atacado en el poblado de Baler, en la isla filipina
de Luzón, y se refugió en una iglesia, iniciándose un asedio por parte
de las fuerzas locales filipinas que se desarrollaría entre el 30 de
junio de 1898 y el 2 de junio de 1899. La resistencia numantina de
aquellos soldados, que tras la muerte de Las Morenas fue dirigido por el
teniente Martín Cerezo, puede ser vista hoy día (también en aquellas
fechas) o bien domo una heroicidad o bien como un sinsentido, y de hecho
la respuesta es una mezcla de ambas sensaciones. La guerra en la que se
desarrolló dicho suceso terminó para las armas españolas muchos meses
antes de que los resistentes en Baler capitularan; de hecho, por la
firma del Tratado de París (10 de diciembre de 1898), España cedía la
soberanía de Filipinas a Estados Unidos, que inició una ocupación de las
islas y se enfrentó en un conflicto armado directo con quienes habían
sido los “rebeldes” contra España en los años precedentes. De pronto,
España pasaba de dueña de un imperio en desguace a mera espectadora de
una guerra entre estadounidenses y filipinos en aquel paraje, mientras
cincuenta soldados se encerraban en una iglesia y se negaban a reconocer
lo que era una evidencia para el resto del mundo: que España había
perdido la guerra, que su imperio había finiquitado (quedaría el norte
de Marruecos, el Sahara occidental y Guinea Ecuatorial) y que resistir
en Baler era no sólo inútil sino descabellado. O una locura.
5 de diciembre de 2016
2 de diciembre de 2016
1 de diciembre de 2016
30 de noviembre de 2016
29 de noviembre de 2016
28 de noviembre de 2016
26 de noviembre de 2016
Crítica de cine: La llegada (Arrival), de Denis Villeneuve
Quizá, dentro del género de la ciencia-ficción,
no haya tema tan sugerente (y manido) como el del primer contacto de los
habitantes de la Tierra con seres llegados del espacio exterior. El
contacto como consecuencia de la llegada y, por tanto, antesala de lo
que vendrá después: la comunicación. Un tipo de cine, de acción y
catastrofismo, lo plantea en términos de conflicto y destrucción: los
alienígenas invaden la Tierra y aniquilan a la raza humana, por el
motivo que sea, desde que H.G. Wells lo desarrollara en La guerra de los mundos
y se sucedieran adaptaciones, derivaciones y replanteamientos de una
misma idea de fondo, con productos (no tan) recientes como Independence Day.
Otro cine, más intimista y “sosegado”, plantea el tema de cómo los
humanos encuentran otras especies y se produce la comunicación en busca
de una colaboración por un objetivo común o simbiótico. Este cine es el
que nos interesa aquí. La llegada de estos extraterrestres es la excusa
argumental para una narración en cierto modo introspectiva que, a su
vez, no deja de ser un debate sobre la propia condición humana: quiénes
somos, adónde vamos, qué hay más allá de la Tierra… y de la muerte. El
contacto, también, puede ser motivo de conflicto, inherente al ser
humano, o una oportunidad para trascender nuestras limitaciones y
defectos y hallar una respuesta a las grandes dudas sobre nosotros
mismos; o encontrar una salida: Interstellar (2014) de Christopher Nolan plantea el tema de fondo de una Tierra que se muere y la búsqueda de un nuevo hogar. Contact
(1997) de Robert Zemeckis, y basada en la novela de Carl Sagan, ya
desarrollaba la noción de la comunicación entre humanos y una especie
extraterrestre y la construcción de una máquina que trasladaría a un
elegido a un punto alejado del universo, siendo relativas tanto la
distancia como el tipo de comunicación que se establece con lo
desconocido. En cierto sentido, y añadamos (cómo no) 2001: una odisea en el espacio (1968) de Stanley Kubrick y Melancolía de Lars von Trier (2011) al zurrón de referencias, La llegada (Arrival)
de Denis Villeneuve es una vuelta de tuerca más a esta idea del “primer
contacto”, que a su vez plantea preguntas lógicas sobre los
“visitantes” que han venido de muy lejos: ¿qué intenciones tienen?
25 de noviembre de 2016
Reseña de La mujer en la muralla de Alberto Laiseca y de El Primer Emperador de China, de Jonathan Clements
«–¿Entonces nadie tiene tiempo de ver el bosque, en China?
–Solamente los poetas. Estos que algunos tontos siempre llaman desocupados, ociosos e inservibles. Por eso siempre sostuve que el Estado debe protegerlos, para que alguien pueda ver y oír. Dicen que las montañas no cambian, pero es mentira. Sí que cambian. La montaña respira y su mole se mueve. Las aguas del Wei no son las mismas hoy que ayer. ¿Cómo van a saber, las personas de dentro de dos o tres mil años, la forma que tenía un árbol mientras vivían los Chou? La poesía es la historia secreta de nuestro país».Alberto Laiseca, La mujer en la Muralla, pp. 19-20.
Ying Zheng (258-210
a.C.) es quizá una de las figuras más fascinantes del mundo antiguo. Rey
de Qin (en Pinyin; Ch’in, según el decimonónico sistema Wade-Giles)
desde los 12 años, brutal, impertérrito ante los sufrimientos de su
pueblo y del resto de Reinos Combatientes, en el año 221 a.C. unificó
mediante la fuerza Zhongguo, «todo bajo el cielo», el orbe
chino, y se convirtió en Qin Shihuang Ti, el «Primer Emperador» de la
dinastía Qin. La importancia del personaje es tal que el nombre
occidental de China procede del nombre de su dinastía, Qin. En esos
momentos, el «mundo» se debatía con las luchas entre la República romana
y Cartago por el dominio del Mediterráneo occidental, las ciudades
griegas de la Hélade se peleaban entre ellas y contra el reino de
Macedonia (y aquí subía al trono Filipo V), se sucedían revueltas en el
imperio seléucida y en Egipto un rey-niño, Ptolomoeo IV, accedía al
poder. Pero en el otro «mundo», todo cambiaba.
24 de noviembre de 2016
23 de noviembre de 2016
22 de noviembre de 2016
Reseña de Los mundos clásicos: una historia épica de Oriente y Occidente, de Michael Scott
Michael Scott es, ante todo, un divulgador… y de
los buenos. Sus documentales para la BBC y otros canales temáticos
(además de programas radiofónicos para la cadena pública británica), como por ejemplo Delphi: the Bellybutton of the Ancient World (2010), Rome's Invisible City (2015) y Who Were The Greeks? (2013) o la miniserie Ancient Greece: The Greatest Show on Earth (2013), (de)muestran que, tras (o incluso delante de) un buen investigador como es
él, está el comunicador. El buen comunicador, además, que se ha
empapado a fondo del tema sobre el que va a tratar, que escribe los
guiones de los programas y trata de sintetizar, sin caer en la
“divulgarización”, una serie de temas en un documental de apenas una
hora. Sus libros anteriores publicados en castellano, Un siglo decisivo. Del declive de Atenas al auge de Alejandro Magno (Ediciones B, 2011) y Delfos. Historia del centro del mundo antiguo (Ariel, 2015), son fruto de una
investigación que no está (para nada) reñida con la amenidad de un
relato y el rigor que se espera de una monografía histórica. Sobre temas
de Grecia, Scott se desenvuelve con comodidad, pisa un terreno que
conoce bien; con el ámbito romano se le ve algo más pegado a una
narración de corte más convencional, pero puede rastrearse su huella en
aquello que escribe/guioniza para un libro/documental. Dar el salto a un
mundo menos conocido para quien se ha criado en la cuna de los
clásicos, como es el Extremo Oriente, básicamente el mundo chino y el
ámbito indio, puede resultar una enorme apuesta de la que, sin embargo,
Scott sale airoso… aunque con algunos matices.
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